Hoy hace 21 años que hablamos por primera vez de tú a tú, así, de cerca, muy, muy de cerca. Me acuerdo todavía de algunas cosas que te dije... 
Aunque éramos unos veinte los que queríamos hablar así, de cerca, muy de cerca contigo, y aunque en teoría yo tenía que ser el último de la fila, improvisaste un giro y yo, ¡plas! yo fui el primero al que recibiste en audiencia personalísima. Me hizo mucha ilusión, aunque no fui capaz de entender que lo hacías para darme un poco más de tiempo, un poquito más que al resto, para que hablásemos con tranquilidad.
Te dije, con mucha concentración, lo que quería decirte. Creo que incluso me emocioné. Y luego me puse a cantar, que es lo que me habían dicho que tenía que hacer. ¡Ojalá alguien me hubiese dicho que dejase cantar al coro, porque en ese momento, en ese espectacular momento, ni yo ni los otros veinte teníamos nada mejor que hacer que hablar contigo y ofrecerme/ofrecernos a escucharte!
Lo pienso, y no tengo palabras para agradecerte que, desde entonces, me hayas permitido estar tan cerca de ti. ¡Cuánto me cambiaste la vida con aquel momento! ¡Cuánto me has cambiado, sin dejarme ni un momento, sin soltarme, sin dejarme caer más que lo necesario para aprender a levantarme! ¡Cuánto, cuantísimo tengo que agradecerte que, hoy hace 21 años, en aquel soleadísimo 24 de mayo de 1992, te me dieras sin reservas en el día de mi Primera Comunión!

José Antonio Méndez