La persona humana tiene una necesidad que es aún más profunda, un hambre que es mayor que aquella que el pan puede saciar… Es un hambre que sólo puede ser saciada por Aquel que dijo: ‘Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros’ (Juan Pablo II).

Cuenta el cardenal Van Thuan que una de sus grandes preocupaciones, cuando fue hecho prisionero, fue si podría o no celebrar la misa. Había perdido todo. No sabía qué iba a ser de su vida. En el momento en que vino a faltar todo, la Eucaristía estuvo en la cumbre de nuestros pensamientos: el pan de vida… En todo tiempo, y especialmente en época de persecución, al Eucaristía ha sido el secreto de la vida de los cristianos: la comida de los testigos, el pan de la esperanza…[1].

¿Cómo consiguió celebrar la Eucaristía en la cárcel? Pudo ponerse en contacto con personas conocidas a las que pidió “medicina contra el dolor de estómago”. Ellos entendieron que pedía vino de misa y le hicieron llegar una botellita con vino y formas para consagrar escondidas en una antorcha. Y cuenta el cardenal Van Thuan:

Nunca podré expresar mi gran alegría: diariamente, con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de la mano, celebré la misa. ¡Éste era mi altar y ésta era mi catedral! Era la verdadera medicina del alma y del cuerpo[2].

Aquella necesidad de celebrar la misa, ponía de manifiesto que la Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia y del cristiano. Y esto no es sólo una frase bonita. Es una verdad fundamental que la Iglesia define como “sacramento de la fe”. ¿Por qué? Porque en cada misa se renueva el sacrificio redentor de Cristo. Su muerte y resurrección no es un hecho del pasado. Hoy y ahora, cada vez que se celebra, se hace realidad. La Eucaristía nos da la gracia necesaria en la lucha contra el pecado.

Además en la Eucaristía se realiza en nosotros la unión con Dios. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él (Juan 6, 56). Nos introduce en la vida divina, por lo que anticipa, aquí en la tierra, la vida del cielo.

Y la Eucaristía es comunión. La Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia. Comunión que es unión con todos los creyentes de todos los tiempos y de todo el mundo. Y al mismo tiempo es comunión con los más pobres.

Todos deseamos amar a Dios. Pero ¿cómo se puede hacer? Jesús se convirtió en pan de vida para saciar nuestra hambre. Luego se hizo desnudo, desahuciado, abandonado, leproso, drogadicto, prostituta, de suerte que todos nosotros, tanto vosotros como yo, pudiéramos saciar su hambre con nuestro amor… Me conmovió muchísimo el gesto de una niña pequeña que decidió enviarme el dinero de su primera comunión en vez de quedarse con él para comprar un traje para aquella fiesta[3].



[1] F. J. Nguyen Van Thuan, Testigos de esperanza, 143

[2] Ibid., 146.

[3] Madre Teresa, Intervención en el retiro mundial de sacerdotes (Roma, septiembre 1990).