Una iglesia, un altar, un foco ¡y en el centro Cristo! ¡Cristo vivo para darnos vida! Silencio. Cantos. Lectura de textos bíblicos. Amor de Dios. Luz en el corazón. Oscuridad rota por la custodia iluminada. Todo ayuda a adorar al Dios vivo que está presente. Corazones encendidos. Miradas penetrantes. Adoradores en acción. Cuando uno vive esto la vida le cambia por completo. Estar ante Dios mismo. No es una imagen más de las muchas que hay en la iglesia.

¡NO! ¡ES DIOS QUE ESTÁ VIVO! ¡ESTÁ VIVO!

Muchos no se lo creen. Los que le adoran sí que lo creen y lo transmiten. Es una vocación preciosa: ¡ser adorador de Cristo en la Eucaristía! Pocas cosas en la vida pueden llenar tanto el alma de una persona. Escribir estas palabras después de adorar a Cristo como verdadero Dios y verdadero hombre en su Cuerpo y Sangre, en alma y divinidad es algo que sobrepasa. Algo sobrenatural. Se escapa de los sentidos. Va más allá. Es vida y pasión. Es un encuentro cara a cara con Dios. 

¡NO HAY NADA IGUAL! ¡LA VIDA ES ESTAR CON DIOS!

¡DIOS AMA SIEMPRE!

Estar así en oración ayuda a verse por dentro y descubrir su pecado, su falta de amor a Dios, su miseria. Dios ya sabe lo que pasa en momentos así por dentro de un corazón que adora con todo su ser. Por eso siempre prepara a un mediador suyo para derramarse y perdonarle y que vuelva a adorarle limpio de todo y con la gracia del sacramento.  Confesarse mientras uno sigue viendo a Dios en la custodia da una luz que no se tiene cuando no se está en este contacto directo con Dios hecho carne.

¡NO TIENE QUE HABER PECADO! ¡ADORAR CON PECADO NO DEJA VER!

¡DIOS ABRE LOS OJOS!

Un banco, un sacerdote y un adorador arrepentido. Una escena que queda en el secreto más íntimo entre Dios, el confesor y el que pide perdón. No hay prisa. Sólo amor. Amor de Dios que envuelve a los dos. Por ambas partes hay paz. Un corazón que se abre para mostrar con humildad lo que le aparta y no le deja repartir ese amor que ahora recibe a manos llenas. Otro corazón que acoge esos pecados y da luz al corazón ciego por el pecado. Dos corazones iluminados por Dios.

¡EL SACRAMENTO DEL PERDÓN! ¡LA FUENTE DE LA GRACIA!

¡LA LUZ EN EL CORAZÓN!

Se abre un diálogo. O mejor dicho dos discursos encendidos en amor de Dios. El del que pide perdón y el del que escucha y luego hace volver al amor. Las tinieblas del corazón se iluminan cuando el sacerdote habla en nombre de Cristo y da su perdón. ¡El perdón de Dios! Dios perdona y bendice a través de un sacerdote. ¡Eso es amor vivo! ¡Dios en persona derramando su amor sobre el que busca la unión con Él! Los dos corazones están abiertos de par en par. Uno para recibir y el otro para dar lo que recibe del otro Corazón.

¡EL CORAZÓN DE CRISTO SE ABRE! ¡SIEMPRE ESTÁ ABIERTO!

¡CRISTO PERDONA TODO!

Termina la confesión pero no la adoración. El corazón del sacerdote presenta ese corazón a Dios. El corazón perdonado se levanta y vuelve a su banco. Es otro. No es el mismo que hace unos minutos. Lo vivido en ese corazón queda para él. Es una experiencia auténticamente sobrenatural. Lo sabe bien. Por eso se ha confesado en un momento así. Cuando se ve a Dios tan cerca todo es mucho más fácil. Dios mismo llama a estar con los ojos del alma y del cuerpo bien abiertos para poder ver bien todo lo que sucede.

¡EL PERDÓN DE DIOS! ¡LA FUENTE DE LA GRACIA!

¡UN ALMA LIMPIA PARA AMAR DE VERDAD!

Pasa el tiempo. Los dos corazones ahora están unidos de modo especial a Cristo. No hace falta que se miren. Dios mira a los dos y los dos se miran en Cristo. Y llega el momento final. La bendición y la reserva. Es lo mismo que acaban de vivir esos dos corazones. El mismo Dios con todo su poder, honor y gloria bendice a los presentes y les habla al corazón. A cada uno le deja una palabra en su corazón. Se va al sagrario donde queda a la espera de otro encuentro.

¡ESTO ES VIVIR UNA ADORACIÓN! ¡VIVIR MOMENTOS DE INTENSIDAD! ¡VIVIR EN DIOS!

Mientras sucede todo esto no se ve nada más que la custodia iluminada. Pero todos sabemos que los santos están presentes. Y los ángeles y la Virgen. De modo especial San José mira la escena y se une a ella. Es su año. Está su Hijo y no busca otra cosa sino que sus hijos vean todo lo que su  Hijo quiere mostrarles. San José nos enseña a adorar, a estar con su Hijo, a rezar desde el corazón ante Dios hecho carne expuesto en la custodia:

¡SÍ! ¡ES SAN JOSÉ QUE ESTÁ CON NOSOTROS!  

  ¡SAN JOSE INTERCEDE POR NOSOTROS!

¡NADA IGUAL AL AMOR DE UN PADRE! ¡NUESTRA VIDA ES ESTAR CON SAN JOSÉ!

¡SAN JOSÉ NOS AMA SIEMPRE!

¡SAN JOSÉ ES EL VARÓN JUSTO! ¡SAN JOSÉ ADORA CON LOS ÁNGELES! ¡SAN JOSÉ NOS ENSEÑA A MIRAR LA CUSTODIA!

¡SAN JOSÉ NOS AYUDA A PERDONAR! ¡SAN JOSÉ NOS LLEVA A LA FUENTE DEL PERDÓN! ¡SAN JOSÉ NOS ACERCA LA LUZ DE SU HIJO!

¡SAN JOSÉ ES PURO CORAZÓN! ¡SAN JOSÉ SIEMPRE ESPERA!

¡SAN JOSÉ ACOGE A TODOS SUS HIJOS!

¡EL CORAZÓN DE PADRE! ¡EL AMOR DE UN PADRE!

¡LA PUREZA QUE BUSCA AMAR!

¡SAN JOSÉ ADORA CON NOSOTROS! ¡SAN JOSÉ SE METE EN NUESTRO CORAZÓN!

¡SAN JOSÉ NOS HACE VIVIR EN DIOS!

Ahora volvemos a ese encuentro. El de un corazón que adora, se encuentra con San José y con él se dirige a su Hijo después de pedirle perdón. Todo cambia. Todo es nuevo. Todo es obra de San José. Todo esto se repite cada vez que adoramos a Cristo unidos a San José. Es lo que sucede cuando San José deja a su Hijo sobre la mesa del taller y de rodillas lo contempla mientras el Niño le bendice. Luego lo toma en brazos, lo pone sobre sus hombros y lo lleva por las calles para que sus vecinos lo conozcan. Lo trae de nuevo a casa y deja que se duerma escondido entre el ropaje sobre su pecho. Esto sucede con mucha frecuencia en Nazaret. Y cada año el día de Corpus Christi se reviven esos momentos donde San José es a la vez adorador, custodia y sagrario.