Por tanto, hemos de instituir una escuela del servicio divino. Al hacerlo, esperamos no establecer nada áspero, nada pesado [cf. Mt 11,30]; pero si, con todo, por requerirlo una razón ponderada, se dispone algo un tanto más riguroso, con vista a la enmienda de los vicios o la conservación de la caridad, aterrado por el miedo no huyas inmediatamente de la vía de la salvación, la cual no ha de comenzarse sino por un angosto inicio[cf. Mt 7,14]. Pero con el progreso en el modo de vida y en la fe, se corre, con el corazón dilatado, con la inefable dulzura del amor, por la vía de los mandatos de Dios [cf. Sal 119(118),32]. En efecto, quienes nunca abandonen su enseñanza, quienes perseveren en su doctrina hasta la muerte en el monasterio, participaremos de la pasión de Cristo por la paciencia, para que también merezcamos compartir su reino [cf. Hch 2,24; Rm 6,311; 1Pe 4,13]. Amén.

[Ante todo, ¡Feliz Pascua! Lo siento pero hoy estoy muy atareado y solamente me ha dado tiempo a traducir lo que nos toca comentar a partir de ahora, el final del prólogo de la regla. Otro día empezaremos a hincarle el diente]