Lola y yo coincidimos en que la mayor aventura de nuestra vida ha sido y es nuestro matrimonio. Nos casamos en el 94, tras de dos años de noviazgo del que sólo sacamos en claro una cosa: “Tú conmigo y yo contigo, juntos para siempre; ¿niños? los que vengan”. Nos regalamos el ‘SÍ, quiero’ y Dios nos bendijo pronto con el don de la paternidad. Tenemos nueve hijos: tres de ellos no llegaron a nacer y nos esperan en el Cielo; los otros seis, rebosantes de vida, van dejando su huella en este mundo, al que asomaron a través de sendas cesáreas.

Durante estos dieciocho años, hemos pasado juntos por casi todas las situaciones imaginables -quien nos conoce, sabe que no miento-, en medio de las cuales siempre sale a relucir, incluso en lo más trágico, la alegría y la naturalidad de los niños. Ellos tienen la capacidad de ver las cosas como el mismo Dios quiere que todos las veamos. Y cuando se pretende vivir y transmitir la fe en familia, en ocasiones se convierten en maestros de oración y paladines de la fe. Y te recuerdan, día a día, que la mejor manera de amarles a ellos es amar bien a tu mujer.

En este Blog quiero compartir muchas de las anécdotas que hemos vivido con ellos, y que han significado para nosotros y para quienes nos acompañan de cerca, auténticas lecciones de vida: unas veces, por lo divertido del asunto; otras, por el apabullante sentido común de los enanos. Siempre, por la gratuidad y la sencillez con las que se hacen don.

Mi deseo es, sencillamente, que quien lea esta bitácora pase un buen rato. En un mundo en que la mayoría de las cosas que la prensa refleja son tristes y negativas, es importante dedicar tiempo a las cosas buenas de la vida. De modo que, si cada lector esboza una sonrisa al leer las aventuras de ‘El señor de Lozanillos’, el agradecido esfuerzo de poner por escrito estas vivencias, habrá valido la pena.

Empezamos.