Hay un principio básico del noviazgo que dice que a las novias hay que regalarles flores.


Pongamos que un novio sólo le regalara flores a su novia. Me explico: él le dice que la quiere mucho y por eso le manda flores todos los días, rosas, por ejemplo. Pero este novio resulta que salvo lo de las flores, se despreocupa un poco de lo que a la novia le gustaría hacer ese día, de adónde le apetece ir o qué es lo que más agrada o qué le tiene preocupada. La novia estoy seguro de que pasado un tiempo le diría: “Pero bueno, ¿tú me quieres o no?”. El novio dirá que sí, y ella responderá: “No, tú me mandas flores todos los días, pero en realidad no me quieres”.

Y probablemente sea así, porque aunque regalar flores a la novia es muy importante, ello no puede sustituir a los actos de amor y por amor.

Pues algo parecido puede pasar a veces con las prácticas espirituales. Son fundamentales para la vida espiritual pero no pueden sustituir a los actos de amor a Dios y al prójimo. Si lo hicieran, seríamos unos perfectos “practicistas” pero Dios nos diría: “No, tú me rezas todos los días, pero en realidad no me amas…”.

Aramis