Hace unos días me contaron cual va a ser el protocolo de actuación que se seguirá en Cuatro Vientos durante la visita del Papa.

En estos casos de aglomeraciones veraniegas de masas, los bomberos tienen por norma comenzar a regar a la gente en el momento en que se alcancen las 160 lipotimias entre la masa.

La cosa no es exclusiva de la JMJ, sino más bien un protocolo de actuaciónpara países como el nuestro donde en lugares como la meseta el Lorenzo pega de lo lindo causando estragos en los meses estivales.

He de confesar que la cosa me hizo gracia a la vez que me sorprendió un poco, pues eso de esperar a que unos cuantos sufran un patatús cuando se podría prevenir el problema “regando” a la gente con anticipación suena como un sinrazón a los oídos del profano en la materia.

De vuelta a casa me puse a pensar que en la Iglesia a veces parece que se siguiera un protocolo de actuación similar en lo que se refiere a la salud espiritual de esta sociedad y de la propia Iglesia.

Con un poco de malicia,  y cierta dosis de provocación de la que gasta este blog, uno no puede dejar de preguntarse qué más hace falta que pase para que pastores, movimientos y asociaciones despierten de una vez y comiencen a trabajar porque cambien las cosas y se inviertan las alarmantes estadísticas de descristianización que padecemos.

¿Cuántos fieles necesita perder una parroquia para que comience a plantearse en serio la evangelización como una prioridad?

¿Cuántos años sin vocaciones necesita una orden religiosa para poner en cuestión las opciones pastorales y teológicas abrazadas?

¿Cuántos jóvenes apenas confirmados tienen que apostatar de la Iglesia antes de que entendamos que algo falla en la manera de vivir y presentar el evangelio que les mostramos?...

Los interrogantes son muchísimos y conllevan una mirada crítica hacia todo aquello que podríamos estar viendo venir y no vemos porque estamos actuando como si aquí no pasara nada y nada hubiera cambiado.

Aún a riesgo de ser un poco críptico, me gustaría citar a San Juan de la Cruz que nos dice:

"¿Volveré a decirlo? Para llegar allá,
Para llegar a donde estás, para salir de donde no estás
Debes ir por un camino donde no existe éxtasis.
Para llegar a lo que no sabes,
Debes ir por un camino, que es el camino de la ignorancia.
Para poseer lo que no posees,
Debes ir por el camino de la desposesión.
Para llegar a lo que no eres,
Debes pasar por el camino de tu no ser.
Y lo que no sabes, es lo único que sabes,
Y lo que es tuyo es lo que no es tuyo.
Y donde estás es donde no estás
".

Y es que para cambiar de situación, para ver cosas nuevas en una iglesia adormecida, envejecida y en muchos sentidos entumecida, hacen falta muchas dosis de oración imaginativa, de desandar el camino andado y de arriesgarnos a ser transformados mediante la metamorfosis de la resurrección, que previamente requiere que muramos a nuestros esquemas, inercias y maneras de hacer.

Lo contrario es esperar a que nos den las 160 lipotimias, encomendándonos a Dios y a los santos para que llegados a ese punto todavía estemos en grado de solventar la situación de pérdida de fe, moral y costumbres a la que asistimos.

En este blog se habla mucho de la necesidad de la evangelización, resonando con la llamada que ya desde el pontificado de Juan Pablo II se ha predicado a tiempo y a destiempo sin que, a juzgar por la estadística, parezca que haya servido para acrecentar el número de fieles en la Iglesia.

Y no se trata de la estadística por la estadística, sino de salvar gente, de extender el mensaje de salvación del Evangelio, lo cual es una llamada y un deber en el que nos jugamos nuestra propia razón de ser como Iglesia y nuestro propio ser de cristianos.

Y es que la fe que no se da se muere, es regla de vida espiritual.

Por eso la Iglesia es misionera por naturaleza, y al no misionar lo que se evidencia es una crisis de fe en la propia Iglesia, no simplemente el abandono y la deserción de las masas. No lo digo yo, lo dicen los Lineamenta para el próximo sínodo sobre Nueva Evangelización, cuando nos recuerdan que el primer paciente y enfermo es la propia Iglesia.

Por eso más nos vale aplicarnos el cuento de los dos ratones:

Cuentan que una vez dos ratones se acabaron el queso del que se alimentaban, y esto causó una discusión entre los dos.

Uno vivía en la confianza de que otro queso habría de llegar y era partidario de esperar, donde estaba, la llegada del mismo. El otro creía que al acabarse el queso era claro que había de salir en busca de alimento, que habría otro nuevo queso en algún sitio esperándole.

 Ambos tenían fe, pero una fe muy distinta.

Cada uno siguió lo que su esperanza le dictaba, uno quedándose, otro partiendo. Al final el ratón que esperaba murió de hambre mientras que el otro pudo alimentarse.

Ambos tenían fe, pero quizás la fe del que se quedó no renunció a la seguridad de quedarse donde estaba y pensar en los tiempos antiguos de bonanza donde el alimento era abundante. Era cierto que el queso había llegado hasta él allí donde estaba, pero sin quererlo se había acostumbrado tanto al don que no podía ni sospechar que el reemplazo no habría de llegar.

Concluyendo: San Juan de la Cruz, desandar lo andado, lipotimias, quesos….¿por qué esperar a la crisis cuando podemos hacer algo desde ya para evitarla?