Sí, sé el que eres. Eso dejó dicho el gran Píndaro, poeta griego. Sé la verdad de ti mismo, no la máscara. Requiere valor ser fiel a lo que uno es, a lo que uno cree, a lo que uno piensa, a lo que uno sueña (al proyecto que uno quiere ser). Ser uno, por encima de vaguedades y circunloquios. Ir creciendo por dentro; ir desarrollando una personalidad recta, sensible a lo espiritual, al alma de los más diversos y variados avatares. Me lo digo a mí mismo muchas veces: “sé el que eres”, sé el valiente -no el cobarde que cede a lo fácil, a la pose infinitesimal-; sé el hombre que Dios espera de ti, el hombre que los demás esperan de ti, el hombre que tú esperas de ti. Guillermo, sé. Indaga en tu ser, vuelve a tu ser: a la verdad más honda de ti. Entonces ocurrirá: verás que tu vida es un gozo, una plenitud de amor que te acoge. Todo volverá a su ser. Porque el amor es la verdad. El amor es la única verdad de ti mismo: la densidad de tu existencia. Sé el que quieres llegar a ser: con reflexión y estudio, con oración y familia. Subrayando los días con buena literatura, contemplando la belleza donde se abisma tu ser por entero: en esas sencillas mandarinas, o en esa tela que ciñe la piel que acaricias. Ya vale del tonto empeño de ser lo que no eres. De ahí el egoísmo y su dolor de cabeza, ese lastre que te pesa. De ahí el equívoco de afrontar en ocasiones la vida sin relieve, sin la perspectiva que da creer en lo que eres. ¿Y qué eres? Fundamentalmente un enamorado, un hombre que ama. No se me ocurre otra forma de decirme, de decirlo. Por eso existo, para eso vivo: para amar. Eso es lo que soy. O eso es lo que quisiera ser. Para ser más consciente de lo que recibo y respiro, de lo que vivo.