Para empezar diremos que si la lista de científicos del siglo XIX que son creyentes es impresionante, la del resto de épocas es espectacular y no hay espacio para nombrarlos a todos, así que pongamos sólo algunos.

Anteriores al siglo XIX podríamos citar a Leonardo da Vinci, Copernico, Miguel Servet, Galileo, Kepler, Descartes, Torricelli, Grimaldi, Pascal, Robert Boyle, Newton, Leibniz, Euler, Coulomb, Lavoiser…

Del siglo XX tenemos a Einstein (Nobel), Tesla, Plank (Nobel), Alexis Carrel (Nobel), Marconi (Nobel), Fleming (Nobel), Max Born (Nobel), Schrodinger (Nobel), Lemaitre, Hard Townes (Nobel), Compton (Nobel), Boris Chain (Nobel), Penzias (Nobel), Barton (Nobel), Anfinsen (Nobel), Lejeune…

Y ahora concluyamos. Científicos creyentes los ha habido y los hay en cantidad, y también los hay ateos y agnósticos, desde luego, igual que ocurre en los abogados, economistas, fontaneros,  policías... Por tanto ¿qué pretendemos mostrar con todo esto? Pues destruir la frase con la que empecé el primer artículo: “No creo en Dios porque soy científico”.

La pretendida incompatibilidad entre ciencia y fe no es más que una tontería, se cae por su propio peso, y una buena muestra es la cantidad y calidad de científicos de todas las épocas que han compatibilizado ciencia y fe sin que se estorben mutuamente, más bien al revés.

Es totalmente factible que un científico crea en Dios, que no crea, que sea indiferente, incluso que cambie de parecer durante su vida… Pero si dice que no cree en Dios, será porque no quiere, porque no le da la gana, porque sus amigos o entorno no creen en Dios, o por cualquier otra razón… pero que no diga que no cree porque es científico. Hará el ridículo.

Aramis