Me encanta la Iglesia porque está llena de santos, y no sólo de los de piedra y cartón.

 San Pablo llamaba “santos” a sus miembros, lo cual nos incluye a todos, miembros pasados, pretéritos y futuros, aunque en días como el de hoy hacemos memoria de aquellos que nos preceden en la iglesia triunfante.

El caso es que me encantan los santos, pero todos, los de esta tierra y los del cielo, los del Antiguo Testamento (“Hombres santos seréis para mí” Exodo 22,30) y los del Nuevo Testamento (“Pablo, apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, a los santos y fieles en Cristo Jesús” Efesios 1,1)

El Apocalipsis nos muestra la gran fiesta del Cordero, donde la Iglesia aparece engalanada con las buenas acciones de sus santos:

Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado y se le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura – el lino son las buenas acciones de los santos” (Apocalipsis 19,7-8)

Si hacemos un recorrido bíblico por la historia de la salvación, nos encontramos con alusiones a los santos a la vuelta de cada esquina, por lo que no es de extrañar que un día como hoy sea tan importante para la Iglesia de aquí abajo, que se siente unida en oración con todos los que son, los que fueron y serán adoradores del único Dios Vivo.

Se le dieron muchos perfumes para que, con las oraciones de todos los santos, los ofreciera sobre el altar de oro colocado delante del trono. Y por mano del Ángel subió delante de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de los santos.” (Apocalipsis 8, 1-4)

 

Hoy es un día, pues, para llenar el cielo con la humareda de los perfumes de la oración de los santos y glorificar a Dios en la vida de tantos que le han glorificado haciendo bueno lo que se dice en 2 Tesalonicenses 1, 10: “cuando venga en aquel Día a ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan creído

El caso es que tenemos que sentirnos orgullosos de aquellos que nos preceden y aprender de ellos un poco de sana rebeldía, la que lleva a tantos a abrazar con radicalidad la Cruz osando “ser santos” siguiendo al pie de la letra la Palabra:  

más bien, así como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta, como dice la Escritura:  Seréis santos, porque santo soy yo (1 Pedro 1, 15-16).

Me encantan los Francisco de Asis, Roberto de Molesmes, Bernardo de Claraval, Catalina de Siena,  Juan de la Cruz, Teresa de Jesús y santos rebeldes de turno que no se conformaron con el estado de las cosas de su tiempo, y supieron reformar desde dentro la Iglesia. Estos si que eran santos que tenían lo que hay que tener, no como los “santones” de ahora, que son de lo más aburridos.

Pero también me encantan los santos anónimos, los que nunca saldrán en los periódicos, ni en las hagiografías, ni tendrán día de celebración propio; la iglesia está hecha de ellos. 

San Pablo nos hablaba de estos santos anónimos: 
 

a la Iglesia de Dios que está en Corinto: a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro, de nosotros y de ellos” (1 Corintios 1,2)

 

Unos y otros, son santos de pleno derecho porque “los que en él confían entenderán la verdad y los que son fieles permanecerán junto a él en el amor, porque la gracia y la misericordia son para sus santos y su visita para sus elegidos.” (Sabiduria 3,9)

En este día de los santos, tenemos que hacer memoria de la herencia del pueblo santo al que pertenecemos y junto a todos, Iglesia militante, purgante y triunfante, orar ante Dios y los unos por los otros como se nos dice en Efesios 6, 17-18:

Tomad, también,  el yelmo de la salvación  y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios;  siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos”.

Rebuscando en la Palabra he dado con un pasaje de lo más sugerente, aunque enigmático, que nos recuerda que en el día de todos los santos nos jugamos mucho, pues es la santidad de los santos la que juzga al mundo.

 En román paladino, las obras de Dios manifestadas en los santos, descubren las obras de las tinieblas. Para nosotros, los santos que nos preceden, nos ponen en evidencia, al recordarnos a qué hemos sido llamados, la medida en la que podemos abrazar a Dios:

Cuando alguno de vosotros tiene un pleito con otro, ¿se atreve a llevar la causa ante los injustos, y no ante los santos?  ¿No sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si vosotros vais a juzgar al mundo, ¿no sois acaso dignos de juzgar esas naderías?  ¿No sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? Y ¡cómo no las cosas de esta vida!” (1 Corintios 6, 1-3)

Seguro que algún exegeta se anima a explicar esto de que los santos han de juzgar el mundo o incluso a los ángeles

Concluyendo, ojalá no olvidemos nunca aquello a lo que hemos sido llamados:

Sed, pues, santos para mí, porque yo, Yahveh, soy santo, y os he separado de entre los pueblos, para que seáis míos.” (Levitico 20,26).

En un día como el de hoy, festividad de todos los Santos, “mola” poner la mirada en el cielo y, junto con toda la Iglesia, recordar y hacer memoria de cuantos nos preceden en el glorioso camino de la salvación.