Lejos de las grandes ciudades, en el pueblo de Carayaca,  situado en la montaña que divide la costa de Venezuela del interior del país, se encuentra una pequeña comunidad de religiosas Misioneras Eucarísticas de Nazaret. Estas  hermanas son un ejemplo de la presencia de la Iglesia desde hace décadas entre los más necesitados y que hoy está apoyando a los que más están sufriendo la crisis que atraviesa el país. Con el duro golpe de emergencia social y económica, su actividad pastoral y social no ha dejado de crecer, a pesar de que faltan recursos para sostener la vida ordinaria de la propia comunidad.

“La casa está abierta a todos. Un parte de nuestra misión es tratar de animar y ayudar a la juventud desocupada para que tengan un oficio. Desde que se fundó esta casa, hemos dado cursos de formación como costura, cocina, peluquería e informática”, cuenta la hermana María Emilia Ramírez. 

"Hablamos del amor de Dios"

La jornada comienza con la bienvenida de los participantes a estos cursos. Todos saludan con gran alegría a la religiosas. En primer lugar tienen un pequeño encuentro de Adoración Eucarística en la capilla de la comunidad. Cantan juntos, acompañados por la guitarra que toca la hermana María Emilia: “Les hablamos del amor de Dios, y que Él ha querido quedarse junto a nosotros de forma especial en la Eucaristía. Todos agradecen mucho nuestra presencia y nuestras palabras, incluso aquellos que no son católicos”.

Esta acogida especial tiene un gran significado, las Misioneras Eucarísticas dan muestras de su principal carisma. La congregación fue fundada hace casi un siglo por el obispo español San Manuel González, canonizado por el Papa Francisco en 2016 y considerado apóstol de los sagrarios abandonados. Junto a su hermana, María Antonia González, puso en pie esta congregación con el fin de reparar las ofensas contra la Eucaristía y promover la adoración eucarística.

"Son como ángeles"

Para mis las hermanas son como ángeles, especialmente me impresiona su labor con los niños, están siendo una gran ayuda para este pueblo”, comenta Juana Díaz, profesora del curso de costura que lleva años colaborando con las religiosas. “Disfruto mucho viniendo aquí y compartiendo con otras personas lo que sé de costura. Yo lo hago de forma voluntaria pero me ha sorprendido que las hermanas me hayan dado un donativo al final, es una gran ayuda en estos tiempos que estamos viviendo en Venezuela”.

Dimairis Celdén es madre de tres hijos y alumna de costura. “Estoy viniendo a formarme porque no sé nada de costura y creo que es una oportunidad de aprender otro oficio. Necesito sacar adelante a mi familia, es una oportunidad de conseguir otro trabajo, y más ahora que solo con un sueldo es imposible vivir ni una semana”. La mujer cuenta que en el curso aprenden además cómo poder reutilizar la ropa, confeccionando otros modelos aprovechando las telas más antiguas, “las religiosas me han apoyado mucho, con este curso y con otras ayudas que nos dan. Todas son muy buenas y amables con nosotros. Ellas nos animan a pasar a la capilla, saludar a Dios que está en el sagrario y no perder la esperanza en que no estamos solos en esta situación tan grave que vivimos”.

Sin ayuda las religiosas no podrán seguir con la misión

En la Casa de Nazaret, que es como se llama la casa de estas religiosas, también se ha improvisado un comedor para niños. "Comenzamos desde hace dos años ofreciendo una comida a la semana. Actualmente damos de comer todos los días a cerca de 150 niños”, comenta la hermana Suli María. Las Misioneras Eucarísticas, así como el resto de religiosas de la región, reciben una ayuda mensual de parte de Ayuda a la Iglesia Necesitada con la que poder subsistir. “Si no recibiéramos la ayuda de Ayuda a la Iglesia Necesitada no podríamos continuar con nuestra misión. Además, esta ayuda repercute para bien de otras muchas personas. A veces nosotras también nos desprendemos de lo que tenemos para ayudar a otros. Cada día rezamos por nuestros benefactores. Dios les bendiga".

Suli María es la hermana más joven de la comunidad, dinámica y muy alegre. De repente, suena una alarma del fin de las clases del colegio que hay enfrente de la casa de las religiosas. Entonces Suli María se pone en la puerta de la casa y va saludando a los niños que salen del colegio y van directos al comedor de las hermanas. Les pregunta qué tal las clases, algunos traen sus trabajos y se los enseñan. Aunque el comedor está lleno, no dejan de llegar más chicos. “Hacemos hasta tres turnos para dar de comer a todos”.

Suli María reconoce que este tiempo de crisis está siendo también un momento fuerte de conversión, empezando por ella misma. “Yo aprendo de la gente a ser humilde y a tener paciencia. Cuando tengo que ir a la ciudad, me impresionan las colas enormes para coger el transporte público. También me impresiona el esfuerzo y lucha de los padres y madres por llevar algo de comer a sus hijos”.

Asistencia social con la fuerza de la Eucaristía

Justifica la enorme misión que está llevando esta pequeña comunidad: “Tenemos varias actividades sociales porque nuestro fundador se dio cuenta que Jesús está abandonado en la Eucaristía, y que la raíz de todo mal en la sociedad está en que la gente no sabe que Jesús está en la Eucaristía, que allí está la vida. Jesús no se queda solamente en el sagrario sino que acude a las personas, por eso nosotros vamos al encuentro de la gente para acercarle a Jesús. Una forma de compartir la experiencia de Jesús en la Eucaristía es ayudar a las personas en sus necesidades, salir a su encuentro”.

En el pueblo de Carayaca y sus alrededores, estas hermanas son auténticas madres que se preocupan por las necesidades del cuerpo y del alma de sus vecinos. Además de las tareas que se han mencionado, también llevan la catequesis de niños y adultos, realizan cursos de Biblia y Cristología, visitan los hogares, especialmente de los ancianos y otras personas impedidas  a las que llevan alimento, se preocupan por su higiene y con las que rezan juntas.

La hermana María Chiquinquirá, la tercera religiosa que conforma la comunidad de las Misioneras Eucarísticas de Nazaret de este rincón de Venezuela, ha salido hoy a visitar a don Daniel León, un anciano que tiene una severa limitación de movilidad. “Cuando era pequeño perdió sus dos piernas, aún así siempre acudía a Misa todas las semanas para recibir la comunión”, comenta la religiosa, que precisamente hoy lleva la Eucaristía a este señor. Daniel vive con su sobrina quien cuida de él desde que hace unos años cayó enfermo y ya no puede ni levantarse de la cama.

“Yo quiero mucho a Jesús y a las hermanas, ellas me animan, rezan conmigo y me cuentan qué tal están las cosas por Carayaca”, comenta Daniel. “Me da mucha pena no poder salir ya de esta casa, yo que pese a mis limitaciones siempre he tratado de valerme y hacer una vida normal”. María Chiquinquirá le comenta que tiene que estar feliz, él que tantas veces acudía a Misa a la iglesia del pueblo para recibir a Jesús en la Eucaristía, “ahora es Jesús quien viene a visitarte a tu casa y lo recibes en la Eucaristía aquí en tu habitación”.

De vuelta a la Casa de Nazaret, la religiosa relata cómo la crisis de Venezuela afecta a todos, también a ellas mismas que necesitan buscar fuera para conseguir lo necesario con lo que sobrevivir y seguir su misión:  “La ayuda de los benefactores es incalculable. Siempre cuentan con nuestras oraciones. San Manuel González tiene una frase que me gusta mucho: ‘Si un granito de arena llegara de decir que ya no quiero ser un granito de arena, entones se desmoronaría toda una montaña’. Lo que nosotras hacemos aquí y el bien que están haciendo tanta gente fuera de Venezuela apoyándonos tiene seguro su fruto, no solo ahora, sino para toda la eternidad. Cuenten todos los días con nuestra oración”.

Para ayudar la importante obra asistencial, caritativa y evangelizadora de estas religiosas puede hacerlo AQUÍ a través de la campaña "Yo contigo, Venezuela" de Ayuda a la Iglesia Necesitada.