Según las estadísticas, en la Red el tema religioso está situado en uno de los primerísimos lugares por presencia y participación, a veces de manera tan apasionada que se llega al altercado. Entre los temas más candentes y recurrentes está el del «milagro», es decir, la posibilidad de «explicar» acontecimientos humanamente inexplicables sólo con la hipótesis de una intervención sobrenatural.

Obviamente, son muchos los que niegan esta posibilidad. Uno de estos escépticos (un intelectual bastante conocido) me desafió amistosamente en un foro internacional pidiéndome que llevara un caso, aunque fuera sólo uno, documentado de modo incontestable y que fuera reciente, no envuelto en la niebla de siglos lejanos.

A él y a los lectores de la página web les conté la historia que tuvo lugar la noche del 26 de agosto de 1988, a pocas millas del puerto de Callao, el mayor de Perú, adonde se estaba dirigiendo el submarino Pacocha al final de un ejercicio. Con más de 100 metros de eslora y un aspecto imponente, en realidad era una pieza de chatarra: construido en 1943 por la Marina de los Estados Unidos, había sido cedido en 1974 a la peruana, que lo utilizaba para patrullar las costas.

El Pacocha fue reflotado en 1989.

En vista de que el amarre al puerto era inminente, todas las escotillas estaban abiertas y levantadas. De repente, colisionó con un barco ballenero japonés que estaba saliendo, una gran nave con la proa acorazada para romper el hielo en las batidas de pesca en el Antártico. Destripado en la popa, en el Pacocha empieza a entrar rápidamente una gran cantidad de agua que hace que se incline hacia el fondo. Atrapados entre los mamparos mueren tres marineros, uno de ellos el comandante.



El teniente de marina Luis Cotrina, de 32 años, ordena la evacuación a través de la escotilla de proa, desde la cual efectivamente consiguen lanzarse al mar algunos miembros de la tripulación, antes del rapídisimo y total hundimiento del submarino.


Roger Luis Cotrina Alvarado, ya capitán de fragata, en 2003.

Cuando éste está completamente cubierto por el mar, se dan cuenta de que esa escotilla usada como vía de fuga no se ha cerrado y no puede cerrarse: a causa de la colisión, las palancas de cierre se han desplazado e impiden el cierre, lo que hace que quede abierta una amplia hendidura por donde entra una cascada de agua cuyo caudal, a causa de la presión, es cada vez más violento a medida que el sumergible desciende hacia el fondo. Mientras tanto, el joven Cotrina yace herido en el suelo, pues ha caído de la escalerilla mientras ayudaba a sus marineros a salir. Entonces sucede lo imprevisible.



El teniente de marina testimoniará más tarde, ante las comisiones militares y en los procesos eclesiásticos a los que será convocado, que fue arrollado por una «explosión de luz» en el centro de la cual estaba el rostro sonriente de Sor María de Jesús Crucificado, nacida en 1892 en Croacia y fallecida en Roma en 1966, fundadora de las Hijas de la Misericordia y cuyo proceso de beatificación estaba entonces abierto en Roma.


La Beata María de Jesús Crucificado (18921966), croata, en el siglo María Petkovic, fundadora de las Hijas de la Misericordia, con presencia en Perú.

El año anterior el oficial había sido ingresado en el hospital de Lima y una de las hermanas enfermeras le había regalado la biografía de la religiosa. En esos momentos dramáticos, el rostro de Sor María, que había visto en la portada del libro, se le apareció como en un flash cegador dándole la certeza misteriosa de una ayuda resolutiva. Como si hubiera recibido una fuerza sobrehumana, aunque estaba herido por la caída, y contrarrestando la fuerza del agua que cae sobre él, consigue subir por la escalerilla y alcanzar la escotilla. En ese momento, el submarino tiene una inclinación de varias decenas de grados y está a una profundidad de más de veinte metros.

Tal como establecerán las distintas investigaciones de la Marina peruana (y la realizada por la Marina de los Estados Unidos, examinadas todas ellas por los técnicos nombrados por la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos), la presión ejercida por el agua sobre la escotilla equivale a un mínimo de cinco toneladas, compensadas por casi una tonelada a causa de la presión interna del submarino. El joven, por lo tanto, debe levantar esa escotilla venciendo un empuje de cuatro toneladas, para así permitir que los ganchos de cierre vuelvan a su lugar. Y tiene que hacerlo manteniendo una mano agarrada a una manija para resistir a la violencia del agua, pues corre el riesgo de ser arrollado por ella. Además, sangra abundantemente. Parece ser que los máximos campeones de levantamiento de pesas consiguen levantar del suelo poco más de 450 kilos. Pues bien, bajo las aguas del puerto de Callao la escotilla fue levantada, los ganchos volvieron a su sitio, la hendidura fue cerrada: el peso levantado por el marinero peruano fue, por consiguiente, diez veces superior al de los campeones olímpicos.

¿Fue de verdad un milagro, o fue un hecho raro pero explicable en ciertas condiciones, cuando el instinto vital puede conseguir prestaciones extraordinarias? Tanto los técnicos peruanos como los estadounidenses, y los nombrados por los tribunales vaticanos, discutieron todas las posibilidades, llegando a la conclusión que ni siquiera las condiciones más extremas pueden justificar el levantamiento de 4.000 kilos durante muchos centímetros y muchos minutos, usando además un solo brazo. No es casualidad que, aunque el Pacocha haya sido recuperado y destruido, la torreta y la escotilla estén expuestos en la academia naval de Perú con una placa que no habla sólo del valor de un militar sino también -explícitamente- de milagro. Ese milagro que, reconocido al final como auténtico, permitió la beatificación de Sor María por Juan Pablo II en persona el 6 de junio de 2003 en Ragusa, en croato Dubrovnik.



Ni siquiera narrando esta historia, documentada como pocas, he conseguido vencer el escepticismo de mi antagonista pero, quién sabe, tal vez le he proporcionado por lo menos un instante de duda. A pesar de todo le he recordado que los archivos de la Marina peruana y estadounidense y los de la congregación vaticana para los santos están abiertos y a su disposición.

Publicado en Corriere della Sera.
Traducido por Helena Faccia Serrano, diócesis de Alcalá de Henares.