Martes, 15 de octubre de 2024

Religión en Libertad

La creencia popular que vacía las iglesias

Confesionario vacío.
Si todos somos buenos por naturaleza y nuestro único objetivo es la auto-realización, la confesión carece de sentido: no hay pecados que debamos confesar. Foto (contextual): Daniel Pirotto / Cathopic.

por William Kilpatrick

Opinión

En una reciente columna en Frontpage, Dennis Prager critica la idea de que las personas son esencialmente buenas. La creencia en que los seres humanos son intrínsecamente buenos es al mismo tiempo “delirante” y “peligrosa”, escribe, y nos aboca a un gran sufrimiento. Y ofrece diversos e instructivos ejemplos, tomados de la Historia reciente [el genocidio armenio, el Holocausto, el Gulag, la Revolución Cultural maoísta, el genocidio en Camboya, el genocidio en Ruanda..., ndT], de lo que le pasa a la gente que pone su confianza en la naturaleza humana.

Lo que impulsó a Prager a escribir esta refutación es el artículo escrito por un rabino ortodoxo en un respetado portal judío, donde proclamaba que “el judaísmo postula que las personas son esencialmente buenas”. Esta idea prevalece desde hace mucho tiempo entre los rabinos no-ortodoxos, pero a Prager le sorprendió que un judío ortodoxo suscribiese una idea claramente rechazada por la Torá.

El resto de la Biblia rechaza igualmente que la naturaleza humana sea esencialmente buena, y el Nuevo Testamento con tanta fuerza como el Antiguo. Lo que me lleva al punto principal que quería abordar. Durante las últimas seis décadas, la creencia en la bondad del hombre se ha convertido en artículo de fe para muchos cristianos, no menos que para los judíos. Esto es particularmente cierto para muchos protestantes y católicos que siguen la corriente dominante. Esta creencia ha actuado como una una bola de demolición contra la Iglesia católica. Numerosas encuestas muestran un masivo descenso en la asistencia a la iglesia entre los católicos (y otros cristianos) y la correspondiente caída en el número de quienes se identifican como cristianos.

Cada cual tiene su explicación sobre el declive de la fe cristiana, pero, para mí, la razón obvia es que los cristianos han sustituido la idea de la condición pecadora del hombre por la idea de la bondad del hombre. Y cuando haces eso, socavas por completo el fundamento del cristianismo, a saber, que somos pecadores que necesitamos redención. Si los seres humanos son buenos tal y como son, entonces no hay necesidad de un Salvador que nos libere de nuestros pecados.

La Iglesia se opuso durante dos siglos a la creencia rousseauniana de que las personas nacen buenas. De golpe, a partir de los años 60, la idea de la bondad natural se puso de moda en la Iglesia, en particular entre los educadores católicos, los seminaristas y las congregaciones femeninas.

¿Qué sucedió? Lo que sucedió fue el Movimiento del Potencial Humano. Se difundió a través de las instituciones católicas en los años 60 y el cambio fue casi instantáneo. Los sacerdotes empezaron a buscar más la autorrealización que la santidad, las clases empezaron a dirigirse como grupos de encuentro y los libros de texto religiosos fueron reescritos para hacer un hueco a psicólogos populares como Carl Rogers (1902-1987), Abraham Maslow (1908-1970) y Lawrence Kohlberg (1927-1987). Si usted ha leído a alguno de estos autores, puede comprender por qué son atractivos para los cristianos. En sus escritos no hay nada explícitamente cristiano, pero sí una potente "sensación" cristiana.

Sin duda había parecidos entre los dos sistemas de creencias, pero eran solo parecidos superficiales. Tanto los cristianos como los creyentes del Potencial Humano nos animaban a “no juzgar” a los demás, pero éstos sostenían que tampoco debíamos juzgarnos a nosotros mismos. Ambos sistemas de creencias nos animaban a amarnos los unos a los otros, pero esos psicólogos afirmaban que no podemos amar a los demás hasta que nos amemos a nosotros mismos. Es más, para esos psicólogos, la forma más importante de amor era el amor a uno mismo.

Es bastante fácil equiparar los principios cristianos a esos principios psicológicos. Después de todo, suenan parecido; sin embargo, las diferencias suelen ser mayores que las similitudes. Por ejemplo, Cristo dijo que debíamos ser “como niños”. ¿Es eso lo mismo que contactar con nuestro “niño interior”? Bueno, no exactamente. Cristo hablaba de la inocente desmemoria de los niños, mientras que contactar con nuestro niño interior suena más como un ejercicio de auto-absorción.

Sin embargo, cuando profundizamos, el principal atractivo que la psicología del Potencial Humano tiene para la gente religiosa es que es una especie de religión.

Estos humanistas parecían mostrar lo que solo puede considerarse como un profundo respeto por la persona humana, especialmente la persona que realiza su potencial y se convierte en todo lo que puede ser. Tanto en los escritos de Rogers como en los de Maslow se encuentra un sentimiento de veneración por la persona plenamente realizada. Hay características casi trascendentales en la forma en la que describen a “una persona a pleno rendimiento".

Por tanto, sí, la psicología humanista es una especie de religión, aunque una religión muy centrada en uno mismo. Con razón el psicólogo Paul Vitz titulaba su libro sobre el Movimiento del Potencial Humano así: La Psicología como religión. El culto a sí mismo.

La pseudo-religión de la autoestima se hizo popular muy rápidamente entre los católicos con formación universitaria; sin embargo, pocos la reconocían como una religión diferente, pues parecía acomodarse a la perfección al espíritu del Vaticano II. Roger y Maslow, junto con muchos otros psicólogos del “siéntete-bien-contigo-mismo”, se convirtieron en lectura obligada en los seminarios y universidades católicas. Muchos católicos de todas las edades creían haber descubierto una forma más ilustrada y avanzada de cristianismo. Era también una religión mucho menos exigente, porque le aseguraba a todos que eran estupendos tal y como eran.

No es sorprendente que muchos católicos comenzaran a abandonar la Iglesia. Habían encontrado algo mejor, un religión terapéutica que les permitiría desarrollar sus “infinitos potenciales” sin el fastidio de ir a la iglesia. Se dio el caso de una orden entera de religiosas de la enseñanza que colgaron los hábitos tras dos años de sesiones de grupo dirigidas por Rogers. Seiscientas dejaron la Iglesia, y de las 59 escuelas que dirigían cerraron todas menos dos. A las religiosas les interesaba ahora más su autorrealización que la enseñanza.

Al mismo tiempo, muchos que se quedaron en la Iglesia se entregaron por su cuenta a reconvertirla en un centro terapéutico sin prejuicios. El problema es que la nueva religión era solo una falsificación del cristianismo. Y quienes la seguían se veían forzados a descartar elementos esenciales del cristianismo o, si no, a descafeinarlos.

Una de las primeras víctimas fue la doctrina del pecado original, doctrina incompatible con las teorías de Rogers y Maslow sobre la autorrealización. El propio Maslow lo reconocía. En una ocasión afirmó que si la doctrina del pecado original fuese verdadera, entonces sus teorías serían insostenibles.

Sin embargo, un número importante de católicos, ante la disyuntiva de elegir entre la visión de la naturaleza humana de Maslow y la visión bíblica, se pusieron de parte de Maslow.

Así lo expliqué hace algunos años: "Cada vez que una doctrina católica, como la que afirma la inclinación del hombre al pecado, chocaba con una doctrina psicologicista, como la de la bondad humana, se tendía a ocultar la doctrina católica conflictiva. A los católicos se les transmitía que la salvación estaba vinculada a la conciencia y aceptación de uno mismo. Se creía que la conciencia de uno mismo conduciría automáticamente a la aceptación de uno mismo, porque cuanto más aprendieras sobre ti mismo más descubrirías las heridas de tu yo interior".

Cuanto más aprendían los católicos a aceptarse y quererse a sí mismos, menos razón veían para confesar sus pecados: "Una de las cosas que muchos católicos descubrieron a la vez es que eran guays, por usar la jerga actual. Convencidos de su valía, muchos católicos abandonaron el sacramento de la Penitencia. Casi de la noche a la mañana, las largas filas de confesonarios desaparecieron. Los católicos habían sido tan bien aleccionados en el evangelio de la auto-aceptación que no se les ocurría pecado alguno que debiesen confesar".

No todos los católicos cayeron en la religión del Potencial Humano, y muchos de quienes lo hicieron acabaron entrando en razón. Es más, bajo los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI toda la Iglesia empezó lentamente a entrar de nuevo en razón. Sin embargo, la elección del Papa Francisco posibilitó que los católicos progresistas devolviesen a la Iglesia a la senda psicológica. Francisco, que en tiempos enseñó psicología, era más partidario de una Iglesia humanista y sensible. De hecho, la terminología que usa con tanta frecuencia está sacada directamente del manual de terapia no directiva de Rogers. Así, a Francisco le encanta hablar de “escucha”, “acompañamiento”, “sensibilidad”, “diálogo”, “apertura” y “aceptación”. En una reciente audiencia general, le dijo a los padres de niños con “orientaciones sexuales diferentes” que no condenaran a sus hijos, sino que los “acompañaran”.

Como señaló un analista [Doug Mainwaring], este consejo “podría interpretarse fácilmente como una invitación a que los padres ignoren la enseñanza de la Iglesia, autorizando solo la reafirmación de la homosexualidad o del transgenerismo”. En varias ocasiones el Papa Francisco ha hecho afirmaciones del tipo “quién soy yo para juzgar” sobre comportamientos que son intrínsecamente pecaminosos según el magisterio de la Iglesia.

Una forma de quitarse de encima el problema del pecado es declararlo como una simple diversidad. Comportamientos que antes se consideraban pecaminosos son vistos cada vez más por los líderes de la Iglesia como expresiones legítimas de la individualidad única de cada cual. Al mismo tiempo, identidades de género y orientaciones sexuales que antes se entendían contrarias al plan de Dios se consideran ahora como diversidades normales.

Pensemos en una reciente iniciativa en Alemania para cambiar la enseñanza de la Iglesia sobre la sexualidad y la identidad de género. La mayoría de los obispos alemanes celebraron la iniciativa de revisar “afirmaciones anticuadas de la doctrina de la Iglesia sobre la sexualidad”. El obispo Franz-Josef Bode, de Osnabruck, afirmó que “el mensaje fundamental de la Iglesia es el amor incondicional de Dios por todas las personas, en su diversidad y su unicidad”.

Pero eso es casi lo opuesto de lo que encontramos en la Biblia. Aunque el amor de Dios por nosotros es inmenso, no es incondicional. En el Antiguo Testamento encontramos que Dios estableció mandamientos que debemos seguir. Y en el Nuevo Testamento vemos que Jesús dice a sus discípulos: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (Jn 14, 15).

La idea de que todos debemos seguir nuestro propio camino, lleve a donde lleve, puede ser compatible con el Evangelio según Abraham Maslow, pero es ajeno a la Biblia. Igualmente, el concepto de “amor incondicional” debe más a Carl Rogers que a las enseñanzas de la Iglesia. Es una variación de la insistencia de Rogers de que la primera regla de la terapia no-directiva es la “aceptación incondicional” del cliente por parte del terapeuta.

La aceptación incondicional puede tener sentido en una terapia, pero en muchos marcos sociales conduce al caos. En su artículo, Prager señala que “la tarea más importante y más difícil de los padres y de la sociedad es educar buenas personas”. Unos padres conscientes, sugiere, pondrán límites y condiciones a sus hijos. Pero “quienes crean que han nacido buenos no se concentrarán en educar buenas personas. ¿Para qué molestarse, si ya somos buenos?”

Muchos problemas de la vida moderna pueden remitirse a la creencia ingenua de que todas las personas son esencialmente buenas y de que la naturaleza humana merece confianza. La gente que asume esto normalmente es la misma que piensa que podemos recortar el presupuesto de la policía o incluso abolirla sin que eso resulte en un perjuicio para la sociedad. Esa gente debería dejar de leer libros de psicología y empezar a leer las noticias.

Una última observación. Como ya dije, tanto Rogers como Maslow entendían su obra como un gran avance espiritual. Ofrecían técnicas terapéuticas diseñadas para impulsar a las personas hasta niveles cada vez más altos de conciencia y aceptación. Rogers habló del advenimiento de un nuevo tipo de persona enteramente realizada y autosuficiente. Y Maslow, que no creía en Dios, sí creía en las “posibilidades divinas” de los hombres. Como observa un sitio cristiano, “habiendo negado la existencia de Dios y su autoridad moral, era completamente natural que Maslow situase el ‘yo’ como objeto de adoración”.

Los creyentes del Potencial Humano aseguraban haber encontrado la forma de desarrollar una persona más realizada e incluso “divina”. Lo que realmente ofrecían, sin embargo, no era nada nuevo. Era una simple repetición de la promesa de la serpiente a Adán y Eva: “Seréis como Dios”. Los católicos y otros cristianos demostrarían ser sabios si declinasen la oferta.

William Kilpatrick es autor de diversos libros sobre el cristianismo, el ateísmo y el islam.

Publicado en Frontpage Mag.

Traducción de Carmelo López-Arias.

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