Juani
por Carmen Cabeza
Juani ha venido a ayudar con la recogida de verano. Desde que hace un año murió José no había salido del pueblo, en el que han pasado estos últimos años de enfermedad. Es un torbellino que recorre la casa dejando trapos y fregonas por donde pasa; aunque haya limpiado un cuarto va a volver a repasarlo después, nunca se da por satisfecha. Es la única persona que conozco que rompe bombillas de tanto limpiarles el polvo. Cuando vivía José -santo varón-, le hacía desmontar todos los fines de semana la mampara de la cocina para fregotearla bien. Por la noche se acostaba andando marcha atrás con la fregona, que dejaba junto a la mesilla, así al día siguiente lo primero que hacía al levantarse era volverla a pasar. “Pero, Juani -le decía José-, ¡si nadie ha pisado desde ayer, que los chicos ya estaban dormidos!”.
La casa que se hicieron en el pueblo tiene una cocina hermosa y luminosa, pero nunca se ha decidido a usarla por no mancharla, así que instalaron un hornillo en la “cochera” y allí guisa desde el principio; total, en el pueblo no hay problema de aparcamiento. La cochera comunica con el patio, que está lleno de flores y en el que puso una mesa y unas sillas y hacen la vida al aire libre (mejor no manchar el salón). José y Juani son de la generación que se fue a Madrid a buscarse la vida y lo consiguieron. Sus hijos son estupendos y tienen unos buenos trabajos. A sus nietas guapísimas les compra una ropa monísima en Zara. Siempre que están con ella en el pueblo, Juani las viste a su gusto y van hechas unas princesitas. Cuando oigo decir lo de “la España vaciada” me pregunto si será una crítica contra José y Juani por haber salido del pueblo o contra la EMT por haber dado un trabajo a José -y a otros muchos- que no podía haber tenido en la Extremadura profunda.
Juani habla todo el tiempo. Si hay alguien para escuchar y contestar, bien; y si no, pues ella consigo misma. Va diciendo todo lo que se le pasa por la cabeza, razonando sus opiniones y decisiones con una lógica muy particular suya, pero indudablemente aplastante. Porque Juani necesita comunicarse y estar con gente como el respirar. Ahora que está viuda se ha organizado una nueva vida social con las vecinas: “En el pueblo tenemos un local para reunirnos y jugar a las cartas y una profesora de pilates para las jubiladas que es muy maja; tomamos el aperitivo y paseamos por la avenida esa nueva, que ahora le han puesto unas jardineras preciosas”. Pero yo sé que ella prefiere andar por campo abierto.
Se lamenta de que en su pueblo no haya tantas facilidades como en el de José, allí tuvieron la suerte de que les instalaran unos molinos en terrenos públicos y como el ayuntamiento es rico facilita cuidadores a las personas mayores y está construyendo una residencia para atender gratuitamente a los que no puedan vivir en sus casas: “Si me veo impedida, me cambio de pueblo, total son cuatro kilómetros de nada”.
Oyendo a Juani pienso en los padres de mi amigo Pepe. Cuando su madre empezó con el Alzheimer su padre, en pleno uso de sus facultades, tomó una decisión dura y generosa: dejaron su casa y se trasladaron juntos a una buena residencia donde pudieran atenderla adecuadamente. Una residencia en las afueras, con jardín y carísima. Allí la cuidó y la acompañó hasta el final y allí se quedó después hasta su propia muerte.
Prefiero lo de Juani, con su cocina inmaculada, su cochera, sus macetas y sus vecinas. No se trata de la España vaciada, lo que pasa es que no nacen niños, ni en los pueblos ni en las ciudades, pero ese es otro tema.