Cautela, señores obispos, cautela
Ese sentimiento patriótico lo comparten millones de españoles, aunque gracias a Dios sigan ayudando a la Iglesia, como debe hacer todo buen cristiano, pero no porque sus pastores se hagan acreedores a la ayuda, sino a pesar de sus declaraciones imprudentes y fuera de lugar.
Un diario digital que suele defender a la religión católica cuando es objeto de zarpazos injustos de comunistas y otros congéneres laicistas ha publicado sin embargo, estos días pasados, un artículo feroz de uno de sus columnistas estrella contra la Iglesia de Cataluña y, por extensión, contra la Iglesia española, por apoyar, directa o indirectamente, el procés independentista catalán.
Tanto el medio como el autor del artículo se distinguen por su total oposición a la deriva separatista de las fuerzas políticas dominantes en Cataluña, que, aunque no sean mayoritarias, se presentan como portavoces exclusivos de toda Cataluña.
Suelo leer habitualmente a este articulista, al que tengo por persona bien documentada y aguerrido, si bien sus opiniones a veces pecan de extremosas, y en esta ocasión concreta se le ha ido la mano, condenando actitudes eclesiásticas añejas y apolilladas, que nada tienen que ver con la realidad actual. Sin embargo otras, son plenamente de nuestros días, como la crítica acerba que hace a un reciente comunicado “ya célebre de la Conferencia Episcopal, abogando por ‘el diálogo honesto y generoso’ que salvaguardase ‘los derechos propios de los diferentes pueblos que conforman el Estado’”. El Estado y no España. A esta propuesta episcopal, ciertamente nada afortunada, en lo que tiene de apoyo a las aspiraciones soberanistas de algunas regiones de esta nación, el comentarista responde enrabietado que ninguna ayuda, pero absolutamente ninguna a “quienes quieren destruir a mi país”. Lo malo del asunto es que ese sentimiento patriótico lo comparten millones de españoles, aunque gracias a Dios sigan ayudando a la Iglesia, como debe hacer todo buen cristiano, pero no porque sus pastores se hagan acreedores a la ayuda, sino a pesar de sus declaraciones imprudentes y fuera de lugar.
Aparte de lo que diga este comentarista, o tal vez porque lo dice, debemos reconocer que el clero catalán se ha salido de madre en su apoyo del procés, con un resultado tan catastrófico (el asunto viene de muy lejos) que ha provocado el vaciado de los templos. Primero echaron de las iglesias a los castellanoparlantes, o sea, a los charnegos, a quienes marginaron o ningunearon, pero ahora no asisten a misa los días de precepto ni los nietos de la Lliga. Esto ya me lo anunció hace muchos años el entonces cardenal arzobispo de Barcelona, mi paisano monseñor Carles, en una visita que le hice por motivos profesionales.
Cada vez que la Iglesia se ha metido a redentora política, ha salido redimida. Le ocurrió durante las guerras carlistas. Luego se dejó atrapar por la constitución de inspiración canovista de 1876, en la que consiguió numerosas ventajas materiales y sociales pero a cambio de quedar sometida a los intereses dinásticos de la Restauración y hacer borrón y cuenta nueva del espinoso tema de la desamortización masónica de Mendizábal. Y ya, en tiempos más recientes, apoyando decididamente a la dictadura de Franco.
Cierto que Franco, con la sublevación militar que provocó el Frente Popular y sus desmanes, salvó a la Iglesia española del exterminio total, pero no es menos cierto que muchos obispos se dejaron manipular por los gobernantes de la época, hasta que llegó Tarancón, en un tiempo el hombre de Roma en nuestro país, para establecer las debidas distancias con el poder civil. Ese servicio impagable a la Iglesia española se lo pagaron muy mal ciertas instancias vaticanas. Pero esta es otra historia, de la que tendría que hablarse con mayor claridad.
Bueno, estas no son las mejores fechas para resucitar viejos agravios que ya a nada conducen, pero no estaría de más, que algunos grupos eclesiales y los obispos en general actuaran con mayor cautela de lo que a veces lo hacen.
Tanto el medio como el autor del artículo se distinguen por su total oposición a la deriva separatista de las fuerzas políticas dominantes en Cataluña, que, aunque no sean mayoritarias, se presentan como portavoces exclusivos de toda Cataluña.
Suelo leer habitualmente a este articulista, al que tengo por persona bien documentada y aguerrido, si bien sus opiniones a veces pecan de extremosas, y en esta ocasión concreta se le ha ido la mano, condenando actitudes eclesiásticas añejas y apolilladas, que nada tienen que ver con la realidad actual. Sin embargo otras, son plenamente de nuestros días, como la crítica acerba que hace a un reciente comunicado “ya célebre de la Conferencia Episcopal, abogando por ‘el diálogo honesto y generoso’ que salvaguardase ‘los derechos propios de los diferentes pueblos que conforman el Estado’”. El Estado y no España. A esta propuesta episcopal, ciertamente nada afortunada, en lo que tiene de apoyo a las aspiraciones soberanistas de algunas regiones de esta nación, el comentarista responde enrabietado que ninguna ayuda, pero absolutamente ninguna a “quienes quieren destruir a mi país”. Lo malo del asunto es que ese sentimiento patriótico lo comparten millones de españoles, aunque gracias a Dios sigan ayudando a la Iglesia, como debe hacer todo buen cristiano, pero no porque sus pastores se hagan acreedores a la ayuda, sino a pesar de sus declaraciones imprudentes y fuera de lugar.
Aparte de lo que diga este comentarista, o tal vez porque lo dice, debemos reconocer que el clero catalán se ha salido de madre en su apoyo del procés, con un resultado tan catastrófico (el asunto viene de muy lejos) que ha provocado el vaciado de los templos. Primero echaron de las iglesias a los castellanoparlantes, o sea, a los charnegos, a quienes marginaron o ningunearon, pero ahora no asisten a misa los días de precepto ni los nietos de la Lliga. Esto ya me lo anunció hace muchos años el entonces cardenal arzobispo de Barcelona, mi paisano monseñor Carles, en una visita que le hice por motivos profesionales.
Cada vez que la Iglesia se ha metido a redentora política, ha salido redimida. Le ocurrió durante las guerras carlistas. Luego se dejó atrapar por la constitución de inspiración canovista de 1876, en la que consiguió numerosas ventajas materiales y sociales pero a cambio de quedar sometida a los intereses dinásticos de la Restauración y hacer borrón y cuenta nueva del espinoso tema de la desamortización masónica de Mendizábal. Y ya, en tiempos más recientes, apoyando decididamente a la dictadura de Franco.
Cierto que Franco, con la sublevación militar que provocó el Frente Popular y sus desmanes, salvó a la Iglesia española del exterminio total, pero no es menos cierto que muchos obispos se dejaron manipular por los gobernantes de la época, hasta que llegó Tarancón, en un tiempo el hombre de Roma en nuestro país, para establecer las debidas distancias con el poder civil. Ese servicio impagable a la Iglesia española se lo pagaron muy mal ciertas instancias vaticanas. Pero esta es otra historia, de la que tendría que hablarse con mayor claridad.
Bueno, estas no son las mejores fechas para resucitar viejos agravios que ya a nada conducen, pero no estaría de más, que algunos grupos eclesiales y los obispos en general actuaran con mayor cautela de lo que a veces lo hacen.
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