Dejarles vivir su vida desde la fecundación
por Nicolás Jouve
Hace cerca de cinco años, el viernes 12 de abril de 2014, el Papa Francisco dirigió un discurso a los 470 miembros del Movimiento Provida Italiano en el que reiteró que el derecho a la vida no está subordinado a ninguna ideología y exhortó a proteger a los niños –nacidos y no nacidos– con estas palabras: “Es necesario reiterar la oposición más firme a cualquier atentado directo a la vida, especialmente inocente e indefensa, y el nonato en el seno materno es el inocente por antonomasia”.
Ya sé que hay a quienes, sean o no creyentes, estas palabras no les dicen nada. Pero lo cierto es que, desde la perspectiva de las ciencias biológicas y del rigor del lenguaje, después de la concepción ya hay un ente que es una vida humana, un ser humano, a pesar de que los que han convertido a los embriones en un amasijo de células, y el aborto en un derecho, tratan por todos los medios de ocultar o tergiversar la certeza científica y desacreditar a quienes defienden la vida.
Por supuesto que hay vida humana antes del alumbramiento. ¿Qué es si no lo que ocurre durante los nueve meses anteriores?
Hoy se conoce con toda precisión cuándo tiene lugar el inicio de la vida y cómo transcurre durante sus primeras etapas, sobre todo desde la culminación del Proyecto Genoma Humano –en 2003– y gracias a las evidencias de la Genética del Desarrollo, la Biología Celular y la Embriología.
La fecundación supone el big-bang de la vida. No se puede negar esta evidencia, que ya expusimos hace 10 años los firmantes de la Declaración de Madrid, hecha pública en una rueda de prensa el 17 de marzo de 2009 y a cuya difusión tan eficazmente colaboró HazteOir.org.
La Declaración trataba de salir al paso del anuncio de la última reforma del aborto en España, que dio lugar a la ley de plazos del año 2010. Recordemos que al manifiesto se adhirieron cerca de 3000 profesionales de la ciencia, académicos e intelectuales, médicos, juristas y de las profesiones relacionadas con este tema. Los principales datos sobre el inicio de la vida humana se resumen en los dos primeros puntos de la Declaración, que señalan que la vida empieza en el momento de la fecundación y que el cigoto es la primera realidad corporal del ser humano. Solo por ignorancia o mala fe, o por ambas cosas a la vez, se puede negar esta realidad incuestionable.
A ello, añadiríamos hoy que hay una serie de evidencias científicas sobre cómo transcurren las etapas iniciales del desarrollo embrionario y fetal, gracias al aluvión de información sobre la cascada de genes que se van activando durante las etapas del desarrollo embrionario y fetal, para que poco a poco se edifique el ser humano con todos sus órganos desarrollados. Es un proceso de una enorme complejidad y precisión, que lógicamente necesita su tiempo, que en los seres humanos son los nueve meses de gestación.
Desde la fecundación, el cigoto está genéticamente equipado para que, inmediatamente que se forma, se despliegue toda la información necesaria para el desarrollo. Un proceso para el que cuenta con los 21.000 pares de genes propios, que configuran la nueva “identidad genética” heredada al 50% de ambos parentales, y que es la información implicada en la formación de todos los elementos corporales, con sus 220 tipos de tejidos pertenecientes a diferentes órganos y sistemas.
Al llegar a la fase adulta tendremos unos treinta billones de células, que todas ellas conservan la información genética de aquel cigoto, aquella célula original, de la que todas provienen. Programas como el ENCODE (Encyclopedia of DNA Elements, Enciclopedia de los Elementos del ADN), y el HDCA (Human Developmental Cell Atlas, Atlas del Desarrollo Celular Humano), junto con los conocimientos acumulados de la Genética del Desarrollo, nos han revelado la maravillosa coordinación y regulación genética que se despliega desde la primera división celular para constituir la nueva vida con toda la complejidad orgánica que alcanzará en el momento del nacimiento.
El ADN es como el DNI de cada individuo… diferente, personal y permanente a lo largo de la vida, y el cigoto es el punto exacto en el espacio y en el tiempo en que un individuo humano inicia su propio ciclo vital.
Frente a esta realidad incuestionable, se han promovido una serie de mitos y falsedades con el fin de ocultar el auténtico significado de los hechos científicos y justificar la instrumentalización de la vida humana en sus etapas de invisibilidad, la etapa “embrionaria” (hasta el final de la séptima semana) y la “fetal” (desde la octava semana hasta el nacimiento), con toda una serie de prácticas agresivas para la vida, como la congelación indefinida o la utilización de los embriones en investigación como fuente de células madre, su selección mediante el diagnóstico genético preimplantatorio, el aborto, etc.
El 1 de enero de 1999, es decir, hace ya 20 años, España firmó su adhesión al Convenio de Oviedo, un documento auspiciado por el Consejo de Europa Para la protección de los Derechos Humanos y la Dignidad del Ser Humano con respecto a las aplicaciones de la Biología y la Medicina. En su preámbulo se señala: “Se reconoce la existencia de un principio aceptado universalmente según el cual la dignidad humana y la identidad del ser humano deben respetarse tan pronto como la vida comienza”.
Pues como si nada… en los últimos años, mientras la ciencia ofrece cada vez más evidencia y datos sobre el maravilloso y complejo proceso coordinado, regular y continuo del desarrollo de la vida humana en las primeras fases, asistimos a todo tipo de simplezas y falsedades, con tal de ocultar esta realidad bajo las más peregrinas invenciones. Aunque no podemos extendernos basta enumerar algunas, de ellas, como la ficción del “pre-embrión”, al que curiosamente la ley de Investigación Biomédica española de 2007 define como el “embrión” procedente de la fecundación in vitro desde que es fecundado hasta 14 días más tarde…; el mito de la “interrupción voluntaria del embarazo”, eufemismo que elude el auténtico ejercicio de segar la vida del feto; la descabellada idea de que el embrión es simplemente un “amasijo de células”, en lugar de un organismo humano en fase de desarrollo; la pretensión de convertir la realidad de una vida humana en algo que no es un ser humano, olvidando entre otras cosas la temporalidad que une todas las etapas del ciclo biológico; pretender que el embrión o el feto forman parte del cuerpo de la madre, solemne barbaridad que nos obliga a pensar en que el padre no interviene y el niño se origina por partenogénesis… o sea, como en muchos animales invertebrados.
Todas estas grotescas ideas fueron razonablemente rebatidas en el Manifiesto de Madrid en defensa de la vida humana, en el que se encuentran todas las claves para el que desee conocer la verdad de la ciencia sobre el comienzo de la vida humana.
Recordemos también cómo una semana después de la presentación de dicho Manifiesto, el diario El País se hizo eco de la aparición de un contramanifiesto -que así se hizo llamar, no ocultando su intencionalidad-, colgado en una página web de una organización anti sistema. Este documento fue suscrito por un número reducido de investigadores en el que se llegaba a afirmar que “el conocimiento científico puede clarificar características funcionales determinadas, pero no puede afirmar o negar si esas características confieren al embrión la condición de ser humano, tal y como se aplica a los individuos desarrollados de la especie humana”.
Claro que sí, pero es que el Manifiesto no se refiere a los individuos desarrollados de la especie, sino a los que han de llegar a serlo y que no lo lograrán si se cercena el camino por el que todo ser humano ha de pasar para llegar a nacer. Los que firmaron el contramanifiesto le daban la espalda al principio asentado en el Convenio de Oviedo de que “la dignidad humana y la identidad del ser humano deben respetarse tan pronto como la vida comienza”.
A mí me gusta recordar la preciosa descripción del médico y genetista francés Jérôme Lejeune (1926-1994), descubridor de la causa del síndrome de Down y gran defensor de la vida, cuando decía: “La sinfonía de la vida está escrita mediante un código muy especial en la molécula de ADN… Si la información que está en la primera célula es información humana, entonces este ser es un ser humano… si el mensaje es un mensaje humano, el ser es un ser humano”.
Como biólogo, acostumbrado a conocer y denominar a los seres de la naturaleza, a los seres vivos, por su propio nombre, no me cabe duda de que ser humano, vida humana, sujeto humano y cuantas más fórmulas parecidas de expresión queramos aplicar, no son sino términos que se refieren al mismo sujeto, individuos de la especie humana y por tanto personas.
Aun habría más cosas que añadir a la lista de mitos como hablar del “drama del aborto”, señalar que “abortar es progresista”, o pretender que el “aborto es un derecho”… Todo esto no son más que argucias inexplicables o incluso contrarias a la inteligencia, con el fin de encubrir la mala conciencia que debe suponer defender algo que va contra la realidad de las cosas y el sentido común.
Si tenemos claro que cada vida humana, cada persona, desde la concepción se convierte en un fin en sí mismo, el tratarlo como un objeto, una cosa o algo que estorba es antinatural y convierte al niño que no nace en la victima cruel de un atentado contra su vida.
Recordaré una vez más al admirado gran escritor y académico vallisoletano Miguel Delibes (1920-2010), cuando en un artículo titulado Aborto libre y progresismo publicado en ABC el 20 de diciembre de 2007, decía que “antaño, el progresismo respondía a un esquema muy simple: apoyar al débil, pacifismo y no violencia”, o sea, la antítesis de la práctica del aborto. Dentro del relativismo moral que caracteriza a los defensores del aborto creo que sería bueno que revisaran sus conceptos de lo “progre” y lo “retro”, que no puede corresponderse con el aborto y la defensa de la vida, respectivamente, sino más bien al contrario.
Termino recordando que sigue en pie el cumplimiento de la sentencia 53/1985 del Tribunal Constitucional, a raíz de un recurso interpuesto por el senador José María Ruiz Gallardón, sobre la ley de despenalización del aborto de 1985. En esta sentencia el Constitucional recuerda que «el art. 15 de la Constitución establece que “todos tienen derecho a la vida" […] que ha de concluirse que la vida del nasciturus, en cuanto éste encarna un valor fundamental –la vida humana– garantizado en el art. 15 de la Constitución, constituye un bien jurídico cuya protección encuentra en dicho precepto fundamento constitucional».
Es preciso volver a la sensatez, proteger a los no nacidos, dejarles vivir su vida y favorecer la maternidad, que es lo que realmente constituye la esencia natural de los seres humanos, que es lo que está haciendo falta para rejuvenecer a la sociedad y a España.
Publicado en Actuall.
Nicolás Jouve es doctor en Biología, catedrático emérito de Genética de la Universidad de Alcalá de Henares y presidente de CiViCa.
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