«Me negué a aceptar su engaño con compasión»
por Álex Navajas
Ya saben que esta semana, algo más de 120 empleados de instituciones católicas y "alguno que otro cura despistao", que cantara Mecano, han salido del armario en Alemania entre alharacas y felicitaciones progres. Para el mundo se ha tratado de una auténtica andanada, de un cañonazo en la línea de flotación de la Iglesia "tradicional y cerrada" hasta tal punto que ésta se va a ver obligada, sin ninguna duda, a revisar todo su corpus doctrinal para adaptarlo a toda prisa a los nuevos tiempos. En España, varios religiosos se han sumado también a las congratulaciones y sueñan ya con "una Iglesia más abierta que acoja a todos sus hijos al margen de su identidad sexual".
Menuda novedad. Quizás estos religiosos no se han dado cuenta de que la Iglesia ya acoge a todos sus hijos. Cualquiera es bienvenido en su seno. Ahí está el testimonio de infinidad de parroquias, colegios, hospitales, centros asistenciales y del incontable número de actos ocultos de caridad que ejercen los cristianos en cualquier rincón del planeta. Sin necesidad de alharacas ni focos mediáticos, por cierto.
Otra cosa es que la Iglesia, por fidelidad a su Fundador, Jesucristo, y a su mensaje, transija con todo, cosa que no hace, como no hace una buena madre, que no accede a todos los deseos de sus hijos cuando no son buenos para ellos. Y Cristo no vino a hacerse perdonar por el mundo, sino a que el mundo fuera salvado por Él.
Volvamos a Alemania. 120 empleados pueden parecer muchos. Pero conviene aclarar que la Iglesia allí se ha convertido en un enorme -y escandaloso- aparato burocrático con decenas de miles de empleados que, en muchos casos, acceden a los puestos de trabajo por una oposición pública. Igual que uno puede opositar para la Policía, el cuerpo de bomberos o para guardabosques, lo puede hacer igualmente para trabajar en alguna institución de la Iglesia católica. Como pueden ver, la fe pinta muy poquito en todo este proceso. Sólo en una diócesis como Múnich, alrededor de mil personas están directamente empleadas por el arzobispado. Los 120 abajofirmantes no serían por tanto más que el 12% de una sola diócesis alemana.
En los informativos de la televisión de estos días se ha afirmado que estas personas “se juegan su puesto de trabajo” al haber salido del armario, dando a entender que la pérfida Iglesia institucional podría hacer una escabechina con ellos. Me pregunto qué pasaría si un empleado de CCOO o de la UGT fuese a trabajar con una pulserita de Vox o del PP, y me pregunto también qué ocurre en muchas ocasiones cuando un empleado público acude a su puesto de trabajo con una cruz o un escapulario y sus jefes le dicen que no puede atender al público mostrando símbolos religiosos. De eso no hablan.
Y ahora fijémonos en la alegre celebración con la que algunos religiosos han recibido esta noticia en España. Miren, en estos temas que tienen que ver con la homosexualidad, la acogida, el amor, los sentimientos y demás, defender y explicar la postura de la Iglesia resulta en ocasiones engorroso y antipático. Créanme que entiendo que es mucho más sencillo y cómodo caer en tópicos como “lo importante es que dos personas se quieran”, “la Iglesia se tiene que adaptar a nuestros tiempos”, “Dios te ama como eres” (excluyendo por tanto toda conversión y negando implícitamente el pecado original) y dedicar expresiones almibaradas y ambiguas para decir que, en el fondo, todo es lo mismo, que hagas lo que hagas está bien, porque Dios es una especie de Padre-bobalicón o Madre-gallina que justifica y acepta sin rechistar todo lo que hacen sus hijos. Pero la verdad del Evangelio no está para ser simpática y agradable para el mundo, sino para salvar al mundo.
Basta con leer algo de estos religiosos para darse cuenta y discernir que, debajo de esas palabras almibaradas, cargadas de emotividad y de cursilería, casi siempre subyace un pueril y endogámico narcisismo. Es terrible que, aquellos que deberían mostrar íntegro el mensaje del Evangelio, lo presenten amputado y desfigurado. Y me he acordado del reportaje que leí recientemente aquí, en Religión en Libertad, titulado Una madre explica como sacó a su hija de la red trans que la atrapó: es como una secta o las drogas. Ella también se encontró con la falta de apoyo del colegio católico al que iba su hija: “En la escuela -que era católica- mi hija pasó por Teen Talk, un programa con base en Manitoba, Canadá, que enseña a los jóvenes información detallada y 'sin prejuicios' sobre sexualidad, salud reproductiva o el uso de sustancias... Llegó a casa con un lenguaje completamente nuevo. Ella y todas sus amigas se definieron entonces como lesbianas, pansexuales e incluso poliamorosas. Ninguna de las cinco eligió lo que el programa llamaba 'básico', ser heterosexual", explica la madre en el artículo.
Después de mucho leer y después de mucho batallar, la madre dio con la clave que desenmascara a estos supuestos misericordiosos, que tal vez no sean más que lobos con piel de cordero: “Me mantuve firme. Me negué a aceptar su engaño con compasión". Lo contrario sería transigir con una mentira. Con muy buenos modos y palabras dulces, sí, pero acogiendo una mentira. Y no, el Evangelio no puede tener la más mínima sombra de falsedad. Por tanto, ¡ánimo! No temamos pasar por antipáticos para el mundo. Amemos al mundo, pero desde Cristo, desde su Verdad, que es la única que salva.
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