De qué van en realidad las «guerras del cuarto de baño»
Sí, la llamada guerra del cuarto de baño no va de baños, va sobre todo de guerra. Es una nueva fase de la Guerra Cultural. Quienes pensaban que la guerra había terminado rindiéndose al "matrimonio" entre personas del mismo sexo pronto verán que eso es solo el principio.
por John Horvat
La denominada guerra del cuarto del baño no tiene nada que ver con los cuartos de baño... y tiene todo que ver con una guerra. Permitir que cada cual utilice el cuarto de baño que prefiera no es sino la última fase de la revolución sexual. Forma parte de una guerra implacable para imponer una igualdad irracional, que ahora pretende quebrar las últimas barreras públicas que diferencian los sexos.
Afrontémoslo: una vez que se sostiene que cualquiera puede utilizar el cuarto de baño en el que se sienta cómodo, las palabras "hombre" y "mujer" en la puerta carecen de sentido, dado que cualquiera puede entrar. Según la extraña lógica de los guerreros del cuarto de baño, o bien construyes servicios iguales para cada uno de los "géneros" que aparecen en escena (y ya son unos sesenta) o los integras en uno (o dos) baños que puedan utilizarse indiscriminadamente. Como es obvio, ésta es la única solución económicamente viable.
Por tanto, todo esto va de mucho más que de hacer que la gente se sienta cómoda: es el principio del fin de los baños, vestuarios o cualquier otro lugar privado diferenciados por sexo. Es una auténtica transformación cultural que convierte el sexo biológico de cada cual, de una realidad social y pública, en una opinión, capricho o fantasía privados.
Las denominadas "guerras de los cuartos de baño" no tienen que ver sólo con los depredadores sexuales, como muchos sostienen. Aunque, por supuesto, algunos de ellos se servirán de las nuevas normas en la utilización de los servicios públicos para abusar de sus víctimas. Con lo que sí tienen que ver es con la eliminación de todo vestigio de modestia, decencia y sentido de la vergüenza que aún queda en la sociedad, con la desaparición de ese manto de protección para hombres y mujeres en sus momentos más privados.
La virtud de la modestia es parte del marco moral que sirve de razonable freno a las pasiones humanas menos violentas. La modestia gobierna las acciones externas para que puedan adecuarse a las exigencias de la decencia, la honestidad y el decoro que proceden de la naturaleza humana y de las costumbres sociales. El atuendo, las formas de hablar, las relaciones entre sexos... todo ello entra en ese marco para mantener en la sociedad el equilibrio y la virtud. Cuando no se respetan la decencia y la modestia naturales, la dignidad de la naturaleza humana se degrada fácilmente al nivel de las bestias.
Así, no es sorprendente, en este mundo de hoy tan hipersexualizado y violento, que haya quienes quieran acabar con todo tipo de restricciones y tabúes. Se han puesto como objetivo la modestia porque es ese natural y delicado sentido del límite para todos los actos que suscitan vergüenza. Y todas las protecciones necesarias para salvaguardar la castidad debe ser destruidas.
Por tanto, y contra lo que dice la propaganda, no se trata de obligar a la gente a sentirse incómoda. Nunca ha habido ni habrá controles policiales de identidad o de autoidentidad a la puerta de cada baño público. De lo que se trata es de honrar y preservar esas normas, probadas por el tiempo, que permiten funcionar a la sociedad y que ayudan a los individuos a mantener su dignidad personal.
Finalmente, las llamadas guerras del cuarto de baño no tienen nada que ver con la realidad, y tienen todo que ver con dar pábulo a las fantasías de quienes querrían escapar a los límites de la identidad y de la razón.
El nuevo activismo implica dar pábulo a la fantasía, que por definición es el poder de procesar o crear imágenes mentales irreales o improbables en respuesta a los caprichos psicológicos. En tiempos pasados, quienes tenían fantasías eran devueltos a la realidad basándose en la sociedad y la naturaleza. Hoy, se le está pidiendo a la sociedad en su conjunto que consienta y sea cómplice de las fantasías antinaturales de unos pocos.
Sí, la llamada guerra del cuarto de baño no va de baños, va sobre todo de guerra. Es una nueva fase de la Guerra Cultural. Quienes pensaban que la guerra había terminado rindiéndose al "matrimonio" entre personas del mismo sexo pronto verán que eso es solo el principio.
Esta nueva fase es una extensión y radicalización de la precedente. La diferencia es que la vieja fase destruyó las estructuras externas (tradición, costumbre o comunidad) que dificultaban la auto-satisfacción y el placer. La nueva fase intenta destruir esas estructuras internas (la razón, la identidad y el sentido del ser) que impiden el "derecho" a una recompensa instantánea.
La vieja fase de la Guerra Cultural todavía actuaba en el interior de las estructuras sociales que destruía, y por tanto daba a la gente más oportunidades de resistir. La nueva fase ataca el auténtico núceo del ser y de la identidad. Es más tiránica y permite menos oposición. Quien disienta es atacado con furia de forma inmediata: individuos, negocios, incluso estados enteros.
Si hemos de volver al orden, la sociedad debe reconocer estos nuevos pasos como lo que realmente son. No se trata de una frívola guerra por el cuarto de baño, sino de una Guerra Cultural tan total que se extiende incluso al uso del cuarto de baño.
Publicado en Crisis Magazine.
Traducción de Carmelo López-Arias.
Afrontémoslo: una vez que se sostiene que cualquiera puede utilizar el cuarto de baño en el que se sienta cómodo, las palabras "hombre" y "mujer" en la puerta carecen de sentido, dado que cualquiera puede entrar. Según la extraña lógica de los guerreros del cuarto de baño, o bien construyes servicios iguales para cada uno de los "géneros" que aparecen en escena (y ya son unos sesenta) o los integras en uno (o dos) baños que puedan utilizarse indiscriminadamente. Como es obvio, ésta es la única solución económicamente viable.
Por tanto, todo esto va de mucho más que de hacer que la gente se sienta cómoda: es el principio del fin de los baños, vestuarios o cualquier otro lugar privado diferenciados por sexo. Es una auténtica transformación cultural que convierte el sexo biológico de cada cual, de una realidad social y pública, en una opinión, capricho o fantasía privados.
Las denominadas "guerras de los cuartos de baño" no tienen que ver sólo con los depredadores sexuales, como muchos sostienen. Aunque, por supuesto, algunos de ellos se servirán de las nuevas normas en la utilización de los servicios públicos para abusar de sus víctimas. Con lo que sí tienen que ver es con la eliminación de todo vestigio de modestia, decencia y sentido de la vergüenza que aún queda en la sociedad, con la desaparición de ese manto de protección para hombres y mujeres en sus momentos más privados.
La virtud de la modestia es parte del marco moral que sirve de razonable freno a las pasiones humanas menos violentas. La modestia gobierna las acciones externas para que puedan adecuarse a las exigencias de la decencia, la honestidad y el decoro que proceden de la naturaleza humana y de las costumbres sociales. El atuendo, las formas de hablar, las relaciones entre sexos... todo ello entra en ese marco para mantener en la sociedad el equilibrio y la virtud. Cuando no se respetan la decencia y la modestia naturales, la dignidad de la naturaleza humana se degrada fácilmente al nivel de las bestias.
Así, no es sorprendente, en este mundo de hoy tan hipersexualizado y violento, que haya quienes quieran acabar con todo tipo de restricciones y tabúes. Se han puesto como objetivo la modestia porque es ese natural y delicado sentido del límite para todos los actos que suscitan vergüenza. Y todas las protecciones necesarias para salvaguardar la castidad debe ser destruidas.
Por tanto, y contra lo que dice la propaganda, no se trata de obligar a la gente a sentirse incómoda. Nunca ha habido ni habrá controles policiales de identidad o de autoidentidad a la puerta de cada baño público. De lo que se trata es de honrar y preservar esas normas, probadas por el tiempo, que permiten funcionar a la sociedad y que ayudan a los individuos a mantener su dignidad personal.
Finalmente, las llamadas guerras del cuarto de baño no tienen nada que ver con la realidad, y tienen todo que ver con dar pábulo a las fantasías de quienes querrían escapar a los límites de la identidad y de la razón.
El nuevo activismo implica dar pábulo a la fantasía, que por definición es el poder de procesar o crear imágenes mentales irreales o improbables en respuesta a los caprichos psicológicos. En tiempos pasados, quienes tenían fantasías eran devueltos a la realidad basándose en la sociedad y la naturaleza. Hoy, se le está pidiendo a la sociedad en su conjunto que consienta y sea cómplice de las fantasías antinaturales de unos pocos.
Sí, la llamada guerra del cuarto de baño no va de baños, va sobre todo de guerra. Es una nueva fase de la Guerra Cultural. Quienes pensaban que la guerra había terminado rindiéndose al "matrimonio" entre personas del mismo sexo pronto verán que eso es solo el principio.
Esta nueva fase es una extensión y radicalización de la precedente. La diferencia es que la vieja fase destruyó las estructuras externas (tradición, costumbre o comunidad) que dificultaban la auto-satisfacción y el placer. La nueva fase intenta destruir esas estructuras internas (la razón, la identidad y el sentido del ser) que impiden el "derecho" a una recompensa instantánea.
La vieja fase de la Guerra Cultural todavía actuaba en el interior de las estructuras sociales que destruía, y por tanto daba a la gente más oportunidades de resistir. La nueva fase ataca el auténtico núceo del ser y de la identidad. Es más tiránica y permite menos oposición. Quien disienta es atacado con furia de forma inmediata: individuos, negocios, incluso estados enteros.
Si hemos de volver al orden, la sociedad debe reconocer estos nuevos pasos como lo que realmente son. No se trata de una frívola guerra por el cuarto de baño, sino de una Guerra Cultural tan total que se extiende incluso al uso del cuarto de baño.
Publicado en Crisis Magazine.
Traducción de Carmelo López-Arias.
Comentarios