Uniformes
por Carmen Cabeza
Los niños vuelven al colegio después de las vacaciones. Por la mañana voy encontrándolos de camino a mi trabajo. En la zona de Rubén Darío proliferan las cuidadoras sudamericanas o filipinas que acompañan a la parada del autobús a niños bien peinados, con lazos muchas de ellas, con raya al agua o rizos dorados, ninguno rapado. Llevan uniformes mayoritariamente azules, algunos con complementos rojos. Uniformes planchados y de su talla, medias de sport que llegan hasta la rodilla (cada vez más difíciles de encontrar), zapatos que brillan a esas horas de la mañana. Las caras de los uniformados van desde el sueño hasta la socarronería, algunas son de hartazgo e incluso la rebeldía, pero en todas ellas se constata la conciencia de pertenecer a familias con posibles.
A medida que cruzo Chamberí aparecen madres y padres que los llevan de la mano. Algunos van hablando o riendo, con ilusión por el día que empieza. Otros tienen que correr y reflejan (tanto ellos con sus progenitores) prisas y agobio por esos diez minutos de retraso que llevan en la vida. Aparecen uniformes de colores pardos más holgados y largos, que durarán más tiempo, los calcetines quedan a media pierna o en el tobillo, son más incómodos, pero se compran baratos de tres en tres. Junto a niños de ascendencia española hay un creciente número de alumnos cuyos rasgos denotan su origen hispanoamericano. Todos ellos entran a sus colegios en armonía, la formación que reciben de las distintas órdenes religiosas son el mejor antídoto contra el racismo y la xenofobia.
Cuando bajo por la calle de San Bernardo el panorama se transforma: son pocos los niños, van de la mano de unas madres de cara cansada, algunas demacradas tras una noche en la que han comerciado con lo único que tienen para sacarlos adelante y darles una educación que les permita un futuro mejor, un "porvenir", palabra proscrita y sin embargo tan expresiva. Niños cuyas caritas reflejan que conocen la importancia de poder ir a un colegio, de poder educarse. Por encima de los babis destaca la determinación de sus ojos, son niños dispuestos a aprovechar la oportunidad que se les ofrece. Los niños de ojos alerta y babis de tergal comparten acera con perritos llevados de correas variopintas o en minicarritos ridículos, en invierno irán cubiertos con abrigos. No son perros familiares, son sustitutos mimados que ocultan necesidades afectivas. Sus dueños te miran por si detectan un atisbo de juicio en tus ojos y te dirigen miradas retadoras porque están en su derecho y además los animales son tan dignos de respeto -o más- que cualquier persona. En esto estamos de acuerdo. Cuando llego a la Gran Vía ya no hay niños, solo turistas.