El amor de Dios nos permite acoger y vivir la fraternidad
Es impensable la fraternidad sin dejarnos abrazar y llenar por el Hijo de Dios que entró en la historia de cada persona que vive sobre la tierra. Se hace presente como único Salvador de la humanidad.
El Papa Francisco, en la XLVII Jornada Mundial de la Paz, ha dirigido a toda la Iglesia y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad un mensaje lleno de esperanza. Es una propuesta clara para llegar a que sea la paz la que domine el desarrollo de la historia futura. El lema es sugestivo: “La fraternidad, fundamento y camino para la paz”. Los hombres de todas las latitudes de la tierra tenemos necesidad de descubrir la fraternidad, de amarla, de experimentarla, de anunciarla y de testimoniarla. Pero hay algo evidente en este camino a la fraternidad: que solamente nos permite acogerla y vivirla el amor que Dios nos da.
Precisamente por ello, quiero proponeros algunas reflexiones que, con motivo de las diversas celebraciones que tenemos en la Navidad, pueden ayudarnos a acoger el amor de Dios. Me refiero a: 1) el Nacimiento del Señor; 2) la fiesta de la Sagrada Familia; 3) la Epifanía del Señor. Estas tres realidades, nos ayudan a descubrir dónde aprendemos a vivir la fraternidad que es fundamento y camino para la paz.
1. El Amor con rostro se nos revela en Belén de Judá, cuando nace el Señor. ¡Qué alegría el día en que el Señor bajó del cielo! ¡Qué alegría el día que el Salvador del mundo toma rostro humano para decirnos quién es Dios y quién es el hombre! Lo hace de un modo que todos los humanos lo podamos comprender. ¡Qué alegría contemplar en Belén a Aquél que se despoja de la gloria divina movido por el amor al hombre! Es impensable la fraternidad sin dejarnos abrazar y llenar por el Hijo de Dios que entró en la historia de cada persona que vive sobre la tierra. Se hace presente como único Salvador de la humanidad. Por ello, no habrá paz con fundamento, ni caminos para la paz, si es que no nos dejamos encontrar, abrazar y llenar de quien nos ha amado tanto.
Solamente el fulgor de la luz, que es el mismo Jesucristo que nació en Belén, es capaz de iluminar la noche en la que el mundo vive cuando lo desconoce y se hace sus propias luces. Solamente su mensaje de amor, que nos lo entrega y regala con su propia vida, dándola por nosotros, destruye todas las arrogancias que nacen cuando queremos vivir desde nuestras propias fuerzas y luces. Tú, Señor, en Belén nos trajiste la Paz, de tal manera que podemos decir que Tú eres nuestra paz. Solamente Tú puedes hacer de nosotros los hombres un pueblo purificado, es decir, un pueblo dedicado a las “buenas obras” (Tito 2, 14). Ayúdanos Señor a descubrir el auténtico sentido de nuestra existencia, ya que sólo así llevaremos una vida tan llena de tu amor que construiremos siempre, con quienes vivamos y estemos, la fraternidad. Acoger al Señor que nace en Belén es de tal urgencia y necesidad que solamente pueden desaparecer los males que afligen a la humanidad (guerras, conflictos, terrorismos, violencias con formas diversas de manifestarse, desconocimiento de la dignidad de la persona humana, fracturas y negaciones de todas las dimensiones que tiene la existencia humana, torturas, desánimos, desesperanzas), cuando el Señor entra en nuestro corazón y ocupa la vida.
2. Proponer a los hombres el “icono de la familia cristiana” que es la Sagrada Familia como células vivas que construyen la fraternidad en el mundo. La víspera de la Sagrada Familia hemos tenido un encuentro de “familias cristianas” en Valencia. Durante la mañana se reunieron las familias por Vicarías Episcopales (son ocho las vicarías). Hubo una catequesis y una experiencia de una familia. Por la tarde, rezamos el rosario en la Plaza de la Virgen y después celebramos la Santa Misa en la Catedral. El lema sigue siendo “Familia Misionera” y este año el tema era “La Familia, patrimonio de la humanidad”. Ha sido una manifestación de fe y alegría que nos ayudó a todos a realizar una reflexión sobre la familia cristiana, que es don y compromiso en defensa de la persona y de la vida y esperanza de la humanidad. Deseamos hacer una propuesta a través de las familias cristianas a nuestro mundo y manifestar que la familia cristiana es una obra de arte que expresa el mensaje de amor comprometido y de la vida como maravilloso don de Dios, una obra de arte, la familia, que manifiesta que Dios es autor del matrimonio y Señor de la vida. ¡Qué milagro más grande saber decir a este mundo que el Señor es autor del matrimonio! Pues os ha unido y colmado de la riqueza de su amor.
La familia es patrimonio de la humanidad porque, entre otras cosas, a través de ella se debe prolongar la presencia del hombre sobre la tierra. En las familias cristianas la fe nos hace ver el rostro de Jesucristo, el esplendor de su verdad, la grandeza de la vida, el santuario del amor, la escuela del diálogo verdadero, la creadora de la cultura del encuentro con proyecto de inclusión, la riqueza de la fidelidad como don de un Dios que es fiel y misericordioso. La “causa” de la familia dignifica el mundo, hace ver la verdad del ser humano, el misterio de la vida. El porvenir de la humanidad está en la familia. Sí, en una familia unida en el amor de Cristo, presente activamente en la sociedad, comprometida en la misión de humanización, liberación y construcción del mundo de acuerdo con el corazón de Cristo.
3. Proponer la fiesta de la Epifanía para construir la fraternidad. Aquellos Magos que vienen de Oriente personifican a todos los hombres que, a través de los siglos, van al encuentro del Hijo de Dios y se postran ante Él. Hombres de toda proveniencia, de todos los continentes, de todas las culturas y modos de pensar y de vivir, se han puesto y se ponen en camino hacia Cristo. Como los Magos de Oriente, parten hacia lo desconocido. Eran como muchos de hoy, de corazón inquieto, movidos por una búsqueda curiosa de Dios y con un deseo inmenso de salvar el mundo. Deseaban saber dónde está y cuál es lo esencial, deseaban saber cómo se puede llegar a ser persona humana. Eran buscadores de Dios. Y cuando lo encuentran marchan por otro camino, ese que está orientado por Dios mismo y que se nos ha manifestado en Jesucristo, pues desean buscar y encontrar a los hombres para proponerles ese camino. De tal manera que la Epifanía es la fiesta de la manifestación de la Luz, que es el mismo Cristo, que ilumina el camino de los hombres.
¿Cómo debe ser un hombre que entra por ese Camino que es Cristo? Entre otras cosas, sus intereses están orientados por Dios mismo, pues será así también como se interesará por los hombres, es decir, le importarán los hombres, se sentirá tocado por las vicisitudes de los hombres. Será un hombre para los demás que, conquistado por Cristo y transformado en Él, vive, piensa y siente junto a Dios. Elegir el Camino de Cristo supone entrar a vivir la fraternidad según dos criterios evangélicos: “amar al prójimo como a uno mismo” (Mc 12, 31) y “amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12), que a su vez nos remite a “como el Padre me amó” (Jn 15, 9). Por el primer principio se nos puede enseñar algo sobre la fraternidad, pero es en el segundo donde aparece algo absolutamente novedoso y radical que nos sitúa en la entrega total al Señor. Dios nos ha dado hermanos y regalado su Amor para vivir con ellos. Para construir la fraternidad nunca se excluye a nadie, porque es inclusiva, va al encuentro del otro siguiendo las huellas de Jesús. “¿Dónde está tu hermano?” “Sois todos hermanos”.
Precisamente por ello, quiero proponeros algunas reflexiones que, con motivo de las diversas celebraciones que tenemos en la Navidad, pueden ayudarnos a acoger el amor de Dios. Me refiero a: 1) el Nacimiento del Señor; 2) la fiesta de la Sagrada Familia; 3) la Epifanía del Señor. Estas tres realidades, nos ayudan a descubrir dónde aprendemos a vivir la fraternidad que es fundamento y camino para la paz.
1. El Amor con rostro se nos revela en Belén de Judá, cuando nace el Señor. ¡Qué alegría el día en que el Señor bajó del cielo! ¡Qué alegría el día que el Salvador del mundo toma rostro humano para decirnos quién es Dios y quién es el hombre! Lo hace de un modo que todos los humanos lo podamos comprender. ¡Qué alegría contemplar en Belén a Aquél que se despoja de la gloria divina movido por el amor al hombre! Es impensable la fraternidad sin dejarnos abrazar y llenar por el Hijo de Dios que entró en la historia de cada persona que vive sobre la tierra. Se hace presente como único Salvador de la humanidad. Por ello, no habrá paz con fundamento, ni caminos para la paz, si es que no nos dejamos encontrar, abrazar y llenar de quien nos ha amado tanto.
Solamente el fulgor de la luz, que es el mismo Jesucristo que nació en Belén, es capaz de iluminar la noche en la que el mundo vive cuando lo desconoce y se hace sus propias luces. Solamente su mensaje de amor, que nos lo entrega y regala con su propia vida, dándola por nosotros, destruye todas las arrogancias que nacen cuando queremos vivir desde nuestras propias fuerzas y luces. Tú, Señor, en Belén nos trajiste la Paz, de tal manera que podemos decir que Tú eres nuestra paz. Solamente Tú puedes hacer de nosotros los hombres un pueblo purificado, es decir, un pueblo dedicado a las “buenas obras” (Tito 2, 14). Ayúdanos Señor a descubrir el auténtico sentido de nuestra existencia, ya que sólo así llevaremos una vida tan llena de tu amor que construiremos siempre, con quienes vivamos y estemos, la fraternidad. Acoger al Señor que nace en Belén es de tal urgencia y necesidad que solamente pueden desaparecer los males que afligen a la humanidad (guerras, conflictos, terrorismos, violencias con formas diversas de manifestarse, desconocimiento de la dignidad de la persona humana, fracturas y negaciones de todas las dimensiones que tiene la existencia humana, torturas, desánimos, desesperanzas), cuando el Señor entra en nuestro corazón y ocupa la vida.
2. Proponer a los hombres el “icono de la familia cristiana” que es la Sagrada Familia como células vivas que construyen la fraternidad en el mundo. La víspera de la Sagrada Familia hemos tenido un encuentro de “familias cristianas” en Valencia. Durante la mañana se reunieron las familias por Vicarías Episcopales (son ocho las vicarías). Hubo una catequesis y una experiencia de una familia. Por la tarde, rezamos el rosario en la Plaza de la Virgen y después celebramos la Santa Misa en la Catedral. El lema sigue siendo “Familia Misionera” y este año el tema era “La Familia, patrimonio de la humanidad”. Ha sido una manifestación de fe y alegría que nos ayudó a todos a realizar una reflexión sobre la familia cristiana, que es don y compromiso en defensa de la persona y de la vida y esperanza de la humanidad. Deseamos hacer una propuesta a través de las familias cristianas a nuestro mundo y manifestar que la familia cristiana es una obra de arte que expresa el mensaje de amor comprometido y de la vida como maravilloso don de Dios, una obra de arte, la familia, que manifiesta que Dios es autor del matrimonio y Señor de la vida. ¡Qué milagro más grande saber decir a este mundo que el Señor es autor del matrimonio! Pues os ha unido y colmado de la riqueza de su amor.
La familia es patrimonio de la humanidad porque, entre otras cosas, a través de ella se debe prolongar la presencia del hombre sobre la tierra. En las familias cristianas la fe nos hace ver el rostro de Jesucristo, el esplendor de su verdad, la grandeza de la vida, el santuario del amor, la escuela del diálogo verdadero, la creadora de la cultura del encuentro con proyecto de inclusión, la riqueza de la fidelidad como don de un Dios que es fiel y misericordioso. La “causa” de la familia dignifica el mundo, hace ver la verdad del ser humano, el misterio de la vida. El porvenir de la humanidad está en la familia. Sí, en una familia unida en el amor de Cristo, presente activamente en la sociedad, comprometida en la misión de humanización, liberación y construcción del mundo de acuerdo con el corazón de Cristo.
3. Proponer la fiesta de la Epifanía para construir la fraternidad. Aquellos Magos que vienen de Oriente personifican a todos los hombres que, a través de los siglos, van al encuentro del Hijo de Dios y se postran ante Él. Hombres de toda proveniencia, de todos los continentes, de todas las culturas y modos de pensar y de vivir, se han puesto y se ponen en camino hacia Cristo. Como los Magos de Oriente, parten hacia lo desconocido. Eran como muchos de hoy, de corazón inquieto, movidos por una búsqueda curiosa de Dios y con un deseo inmenso de salvar el mundo. Deseaban saber dónde está y cuál es lo esencial, deseaban saber cómo se puede llegar a ser persona humana. Eran buscadores de Dios. Y cuando lo encuentran marchan por otro camino, ese que está orientado por Dios mismo y que se nos ha manifestado en Jesucristo, pues desean buscar y encontrar a los hombres para proponerles ese camino. De tal manera que la Epifanía es la fiesta de la manifestación de la Luz, que es el mismo Cristo, que ilumina el camino de los hombres.
¿Cómo debe ser un hombre que entra por ese Camino que es Cristo? Entre otras cosas, sus intereses están orientados por Dios mismo, pues será así también como se interesará por los hombres, es decir, le importarán los hombres, se sentirá tocado por las vicisitudes de los hombres. Será un hombre para los demás que, conquistado por Cristo y transformado en Él, vive, piensa y siente junto a Dios. Elegir el Camino de Cristo supone entrar a vivir la fraternidad según dos criterios evangélicos: “amar al prójimo como a uno mismo” (Mc 12, 31) y “amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12), que a su vez nos remite a “como el Padre me amó” (Jn 15, 9). Por el primer principio se nos puede enseñar algo sobre la fraternidad, pero es en el segundo donde aparece algo absolutamente novedoso y radical que nos sitúa en la entrega total al Señor. Dios nos ha dado hermanos y regalado su Amor para vivir con ellos. Para construir la fraternidad nunca se excluye a nadie, porque es inclusiva, va al encuentro del otro siguiendo las huellas de Jesús. “¿Dónde está tu hermano?” “Sois todos hermanos”.
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