Sábado, 27 de abril de 2024

Religión en Libertad

«¿Dónde estás?»

Adán y Eva en el Paraíso de Brueghel el Joven.
Tras el pecado original, Dios se compadeció de Adán y Eva. 'Adán y Eva en el Paraíso' (1618), de Jan Brueghel el Joven. Museo del Prado.

por Luciana Rogowicz

Opinión

Muchos conocemos la famosa historia del Jardín del Edén, Adán, Eva y el famoso fruto prohibido. ¿Recordamos qué ocurre después?

Inmediatamente después de haber comido el fruto prohibido, Adán y Eva comienzan a sentirse muy diferente: inseguros, desprotegidos, bajo la amenaza del mundo exterior y de ellos mismos. La confianza plena que se sentían mutuamente queda quebrantada y el relato bíblico nos dice que se dieron cuenta que estaban desnudos, así que con hojas de higuera se hicieron unos taparrabos para cubrirse. 

Luego el relato continúa así:

“Al oír la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín, a la hora en que sopla la brisa, se ocultaron de él, entre los árboles del jardín.

»Pero el Señor Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?».

«Oí tus pasos por el jardín, respondió él, y tuve miedo porque estaba desnudo. Por eso me escondí»".

Cuando leemos un texto, es normal imaginarnos los escenarios donde transcurren, los colores, los espacios, visualizar los personajes. A la vez, cuando leemos los diálogos, sin darnos cuenta ponemos diferentes tonos a sus voces y quizás esto nos parece algo sin importancia. Sin embargo, en el caso de las Sagradas Escrituras, en los diálogos de los interlocutores con Dios,  es esencial prestar atención al tipo de tono que imaginamos en estas conversaciones, ya que esto puede decirnos algo acerca de nuestra relación con Dios.

"¿Dónde estás?", le dice Dios a Adán, luego de que ellos habían hecho lo único que Dios les había pedido que no hicieran. Después de haberles regalado el Jardín del Edén con todas las maravillas que había en él, el único límite que Dios les había puesto, ellos lo traspasaron.

Y después de esto, Adán escucha estas palabras: "¿Dónde estás?"

¿Cómo escuchamos nosotros estas dos sencillas y tan profundas palabras? ¿Con qué tipo de tono proyectamos las palabras de Dios en nuestra imaginación cuando le pregunta a Adán dónde está?  ¿Y qué tono imaginamos que utiliza Dios con nosotros cuando hacemos algo que sabemos que no es lo mejor, y sentimos que Dios nos habla y nos pregunta  "¿Dónde estás?"

El modo en que “escuchamos” esta pregunta tiene que ver con la imagen que tenemos de Dios, qué es lo que aprendimos acerca de Él, de Quién es Él.

Y tristemente, cuando hago esta pregunta en charlas o clases a diferentes personas, la mayoría de ellas me responde que se imagina un tono enojado, con desilusión, como un llamado para ser reprendidos.

Sin embargo, si interpretamos el texto en la unidad de toda la escritura, tal como se nos propone en la hermenéutica bíblica, descubrimos que este no es el modo de actuar de Dios. Su pregunta y tono más bien corresponde a un padre o una madre desesperada cuando ha perdido a su hijo y no puede encontrarlo. Lo busca por todos lados "¿Dónde estás? ¿Dónde estás?", esperando encontrarlo, rescatarlo y abrazarlo con alivio.

Al mismo tiempo, esta pregunta también tiene un sentido existencial: ¿Adónde estamos cuando actuamos en contra de la voluntad de Dios? ¿Adónde estamos cuando nos escondemos por vergüenza a lo que hicimos? Esta pregunta de Dios es un llamado a darnos cuenta de esta realidad, a ser consientes de ella y a la vez es una invitación a arrepentirnos y reencontrarnos con Él

En los sagrados libros Dios nos habla como hijos, nos dice la Dei Verbum, se dirige a nosotros con amor. Y es en este tono en que debemos escuchar su palabra. Es el tono que atraviesa toda la historia de la salvación, que no es más que esta búsqueda amorosa de un padre, de una madre, hacia sus hijos para que vuelvan a su encuentro.

“El Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia; no acusa de manera inapelable ni guarda rencor eternamente; no nos trata según nuestros pecado ni nos paga conforme a nuestras culpas” (Sal 103, 8-10) .

Dios sale a nuestro encuentro siempre, en toda circunstancia. 

En la bellísima parábola del padre misericordioso se nos muestra claramente: "Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó”  (Lc 15, 20). 

Y, del mismo modo que el padre quiso devolverle su dignidad vistiendo a su hijo inmediatamente (“Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies”: Lc 15,22), Dios hace lo mismo con Adán y Eva luego de encontrarlos: "Hizo al hombre y a su mujer unas túnicas de pieles y los vistió” (Gn 3, 21).

Así es y siempre fue Dios, desde el inicio de todo descripto en el Génesis, como el revelado más profundamente en la plenitud de los tiempos por Jesús, el Dios del amor, el Dios Amor.

Y es de este modo en que debemos tenerlo presente en nuestras vidas, en nuestros diálogos más íntimos con Él. En nuestras luchas y en nuestras caídas. El pecado jamás modifica el hecho del amor que Dios tiene por sus criaturas. 

Espero que siempre podamos dejarnos abrazar con su ternura y amor y le permitamos cubrirnos con su compasión.

Publicado en el blog de la autora, Judía y Católica.

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