Las rebajas de la cuesta
Simpatizamos muy poco con la cuesta, nos resulta fácil y agradable rebajar el bien que repartimos, la ilusión que difundimos, la alegría que compartimos
por José F. Vaquero
El mes de enero tiene dos notas características, que se repiten cada año. Son las dos manos del mes, la derecha y la izquierda, o la buena y la mala, según se mire, o las dos caras de la misma moneda0. La que más nos afecta, y casi hasta nos atenaza, es la “cuesta” de enero, una cuesta que cuesta, valga la redundancia. Si exceptuamos a algunos alpinistas y senderistas, la cuesta arriba, el camino de subida, se lleva el primer premio en “persona non grata”. Y si se trata de una cuesta que hay que afrontar sí o sí, el ánimo cobra color gris oscuro. ¡Con lo fácil que sería subir en un teleférico, contemplando el paisaje que queda a nuestros pies, y respirando el aire tranquila y sosegadamente en la cumbre, sin trabajos, esfuerzos ni sudores! Pero la cuesta cuesta.
El hombre, curioso y científico por naturaleza, también se pregunta la causa de esta cuesta. Y la primera respuesta, casi espontánea, apunta a la Navidad, los gastos de la Navidad y los excesos de las comidas y regalos navideños. Con esta perspectiva, ¿no sería mejor prescindir de la Navidad, de las fiestas navideñas, comidas y cenas de Navidad (que ees comer y es compartir en familia o amigos)?; ¿olvidarnos de las cabalgatas de Reyes, los regalos de Sus Majestades de Oriente? A lo mejor así nos ahorraríamos la cuesta.
De la Navidad y los Reyes, sin embargo, nacen muchos más bienes que males, y lo que calificamos como mal suele estar descentrado, desenfocado. La subida posterior a la Navidad cuesta, igual que cuesta la subida a una alta montaña después de llenar de gasolina el depósito del coche. Cuesta porque la carretera es de subida, no porque hayamos llenado el depósito. Más sano que mirar la cuesta es mirar los buenos momentos que nos ha traído la Navidad: la alegría, la ilusión, la amistad, el crecimiento personal y cristiano. Por algo aquel que se nos da en la Navidad es el Amor Encarnado.
Después de pensar un poco, más de alguno concretará la cuesta de enero dirá que el culpable de esta cuesta es “lo que hemos gastado en Navidad”, Cerca de 700 euros por familia, según algunas previsiones. Y si añadimos la palabra de moda en los últimos años, “crisis”, parece que tienen razón. Cabe una pregunta: ¿Gastamos lo que podemos gastar o lo que nos gustaría poder gastar? ¿Identificamos Navidad y Reyes con grandes gastos, o detrás de esas palabras descubrimos y buscamos un significado más profundo?
En nuestra sociedad española, sociedad del bienestar que se aproxima demasiado al bien-sobrevive-como-puedas, a la “bien-austeridad” (o austeridad por necesidad) hay familias que no han podido gastar ni lo necesario. Pero también hay otras que gastan para llenar de algo la Navidad, intentando comprar alegría, ilusión, entretenimientos. ¿Cuál es el mejor juguete para un niño? Un compañero de juego, alguien con quien jugar, divertirse, soñar. Y sobre esta base, disfrutan tanto con un iPad o una Wii como con la mascota de su clase o un globo que se retuerce por el aire a medida que va perdiendo el aire.
En Navidad aumentan los gastos, pero también debemos gastar más en compartir, en escuchar, en “malgastar” horas con nuestros seres queridos, gastando el don más precioso que tenemos, el tiempo.
Y aquí entra la otra mitad de este mes, las rebajas. Hemos gastado tanto que el comercio tiene que rebajar sus precios para que podamos seguir gastando. El presupuesto se acaba, y más, como les ha sucedido a muchos, cuando no hay paga extra, o simplemente paga. Lo que antes valía cien ahora nos lo venden por ochenta, setenta, sesenta. ¿Ha perdido valor? ¿O nos lo han acercado para que lo podamos coger dando un pequeño salto?
Baja el valor material de los bienes de consumo, pero el peligro es que bajemos también el precio del bien que consumimos (o consumamos). Podemos quedar satisfechos consumiendo sesenta o setenta de bien, de bien-amor, de bien-entrega, de bien-alegría, de bien-generosidad y rebajar el bien que podemos ofrecer a nuestro alrededor. Y al igual que simpatizamos muy poco con la cuesta, nos resulta fácil y agradable rebajar el bien que repartimos, la ilusión que difundimos, la alegría que compartimos.
El hombre, curioso y científico por naturaleza, también se pregunta la causa de esta cuesta. Y la primera respuesta, casi espontánea, apunta a la Navidad, los gastos de la Navidad y los excesos de las comidas y regalos navideños. Con esta perspectiva, ¿no sería mejor prescindir de la Navidad, de las fiestas navideñas, comidas y cenas de Navidad (que ees comer y es compartir en familia o amigos)?; ¿olvidarnos de las cabalgatas de Reyes, los regalos de Sus Majestades de Oriente? A lo mejor así nos ahorraríamos la cuesta.
De la Navidad y los Reyes, sin embargo, nacen muchos más bienes que males, y lo que calificamos como mal suele estar descentrado, desenfocado. La subida posterior a la Navidad cuesta, igual que cuesta la subida a una alta montaña después de llenar de gasolina el depósito del coche. Cuesta porque la carretera es de subida, no porque hayamos llenado el depósito. Más sano que mirar la cuesta es mirar los buenos momentos que nos ha traído la Navidad: la alegría, la ilusión, la amistad, el crecimiento personal y cristiano. Por algo aquel que se nos da en la Navidad es el Amor Encarnado.
Después de pensar un poco, más de alguno concretará la cuesta de enero dirá que el culpable de esta cuesta es “lo que hemos gastado en Navidad”, Cerca de 700 euros por familia, según algunas previsiones. Y si añadimos la palabra de moda en los últimos años, “crisis”, parece que tienen razón. Cabe una pregunta: ¿Gastamos lo que podemos gastar o lo que nos gustaría poder gastar? ¿Identificamos Navidad y Reyes con grandes gastos, o detrás de esas palabras descubrimos y buscamos un significado más profundo?
En nuestra sociedad española, sociedad del bienestar que se aproxima demasiado al bien-sobrevive-como-puedas, a la “bien-austeridad” (o austeridad por necesidad) hay familias que no han podido gastar ni lo necesario. Pero también hay otras que gastan para llenar de algo la Navidad, intentando comprar alegría, ilusión, entretenimientos. ¿Cuál es el mejor juguete para un niño? Un compañero de juego, alguien con quien jugar, divertirse, soñar. Y sobre esta base, disfrutan tanto con un iPad o una Wii como con la mascota de su clase o un globo que se retuerce por el aire a medida que va perdiendo el aire.
En Navidad aumentan los gastos, pero también debemos gastar más en compartir, en escuchar, en “malgastar” horas con nuestros seres queridos, gastando el don más precioso que tenemos, el tiempo.
Y aquí entra la otra mitad de este mes, las rebajas. Hemos gastado tanto que el comercio tiene que rebajar sus precios para que podamos seguir gastando. El presupuesto se acaba, y más, como les ha sucedido a muchos, cuando no hay paga extra, o simplemente paga. Lo que antes valía cien ahora nos lo venden por ochenta, setenta, sesenta. ¿Ha perdido valor? ¿O nos lo han acercado para que lo podamos coger dando un pequeño salto?
Baja el valor material de los bienes de consumo, pero el peligro es que bajemos también el precio del bien que consumimos (o consumamos). Podemos quedar satisfechos consumiendo sesenta o setenta de bien, de bien-amor, de bien-entrega, de bien-alegría, de bien-generosidad y rebajar el bien que podemos ofrecer a nuestro alrededor. Y al igual que simpatizamos muy poco con la cuesta, nos resulta fácil y agradable rebajar el bien que repartimos, la ilusión que difundimos, la alegría que compartimos.
Comentarios
Otros artículos del autor
- Médicos humanos, para niños y mayores
- Buceando en el matrimonio, un iceberg con mucho fondo
- La fecundidad social del matrimonio
- Cuarenta años de la reproducción «in vitro» en España
- Una bola de nieve llamada Belén de la Cruz
- Hakuna, la Carta a Diogneto del siglo XXI
- El drama de los «likes»: ¿qué diría Juan Pablo II?
- Procesiones y profesiones
- ¿Qué pasa con la natalidad?
- San Pablo, un defensor de la familia: la de entonces y la de siempre