Razones para la esperanza
Lo grave no está en la crisis, en los recortes, en la prima de riesgo; lo grave es la pérdida de esperanza
por José F. Vaquero
Recortes y más recortes, y parece que los políticos no se casan de recortar a la gran base que sustenta este país. No se trata sólo del paro, del poco estímulo productivo; también del gasto social (bien entendido), de los funcionarios, y hasta de las subvenciones a sindicatos y partidos políticos. Un panorama negro, y sin embargo, lo grave no está en la crisis, en los recortes, en la prima de riesgo; lo grave es la pérdida de esperanza.
En los albores del renacimiento, el famoso Dante Alighieri describió magistralmente el cielo más allá del cielo y el infierno más abajo de la tierra. En su viaje por los nueve círculos del infierno, y con la protección de Virgilio, describe los terribles tormentos de los condenados, sus penas precisamente en aquello que más pecaron (los glotones, los lujuriosos, los avaros...). Pero lo más terrible de este lugar de tormentos aparece en los primeros versos: “lasciate ogni speranza voi ch´intrate” Abandonad toda esperanza vosotros, los que entráis. Es el pórtico de este lugar infernal. Más doloroso que los tormentos que sufren, y que van aumentando según nos acercamos al noveno círculo, el infierno es el lugar de la no esperanza. Y cuando se pierde la esperanza, ¿qué nos queda?
El viaje de Dante, primero guiado por Virgilio y después por la bella Beatriz está permeado del ambiente religioso de su época. Su definición del infierno va más allá del ámbito religioso, de una literatura que algunos caracterizan como pietista-religiosa, con tintes de cuentos para niños. Su intuición es profundamente humana y de una validez universal: cuando en nuestro camino perdemos la esperanza, todo carece de sentido, se desploma, y ahí está el infierno, en esta vida y en la otra.
El reto, en los tiempos que corren, aumenta su dimensión ¿Hoy en día se puede mantener la esperanza? ¿Podemos los católicos dar razones para creer, razones para la esperanza? Hace años un gran periodista publicó un libfro con ese título; en él recogía una serie de artículos sobre temas de lo más variados. Pero en todos late la grandeza del hombre, el hombre de la calle, el hombre desconocido, el don nadie, que siembra amor a su alrededor.
La hierba crece de noche, de modo casi imperceptible. Pero crece y puebla nuestros parques. Y sin darnos cuenta refresca y reverdece el paisaje. ¿Será por esto que el verde es el color de la esperanza? “la hierba -como todas las cosas grandes e importantes del mundo- crece de noche, en silencio, sin que nadie la vea crecer, Porque bondad y bien empalman con silencio, así como la estupidez va siempre acompañada del brillo y del estrépito.”
Entre sus razones para la esperanza aparecen denuncias y noticias negativas (el suicidio de un niño, un bebé encontrado en la basura, el papel de los periódicos gritando malas noticias...), pero siempre con el deseo de elevar esta humanidad de trapo. Una de sus teorías es aquella del trampolín: en el entorno que nos rodea hay cosas negativas, problemas... Bajamos, y a veces demasiado (¿tocaremos fondo en esta crisis?) pero siempre para saltar más, para elevarnos, para crecer. Depende de si tenemos esperanza para continuar poniendo ladrillos, o preferimos sentarnos a la sombra de la pared a medio hacer.
“Jesús nació mongólico”, tituló uno de sus artículos, recalcando la bendición que supone para muchas familias la discapacidad de uno de los hijos. Hoy habría escrito: “Jesús estuvo en paro tres años”, o “Su mejor amigo, casado y con tres hijos, lleva dos años mendigando algún trabajo”. También en esa situación hay esperanza si hay amor, amor dado y amor recibido. ¿Cómo sería nuestra sociedad si los políticos, los sindicalistas, amaran de verdad a todos los ciudadanos, buscaran honestamente el bien común? ¿Utopía? Según la opinión pública de los últimos años, en grado sumo. Pero el cambio es posible,empezando a pequeña escala (son ejemplares muchos alcaldes de pueblos pequeños, muy pequeños); y después, transmitienod las ondas de esta revolución. Eso decía el amante de lo azul, que se dedicó su vida a pintar todo de color celeste. Cuando murió seguía habiendo muchísimas cosas no azules, pero la cantidad de azul había aumentado.
En los albores del renacimiento, el famoso Dante Alighieri describió magistralmente el cielo más allá del cielo y el infierno más abajo de la tierra. En su viaje por los nueve círculos del infierno, y con la protección de Virgilio, describe los terribles tormentos de los condenados, sus penas precisamente en aquello que más pecaron (los glotones, los lujuriosos, los avaros...). Pero lo más terrible de este lugar de tormentos aparece en los primeros versos: “lasciate ogni speranza voi ch´intrate” Abandonad toda esperanza vosotros, los que entráis. Es el pórtico de este lugar infernal. Más doloroso que los tormentos que sufren, y que van aumentando según nos acercamos al noveno círculo, el infierno es el lugar de la no esperanza. Y cuando se pierde la esperanza, ¿qué nos queda?
El viaje de Dante, primero guiado por Virgilio y después por la bella Beatriz está permeado del ambiente religioso de su época. Su definición del infierno va más allá del ámbito religioso, de una literatura que algunos caracterizan como pietista-religiosa, con tintes de cuentos para niños. Su intuición es profundamente humana y de una validez universal: cuando en nuestro camino perdemos la esperanza, todo carece de sentido, se desploma, y ahí está el infierno, en esta vida y en la otra.
El reto, en los tiempos que corren, aumenta su dimensión ¿Hoy en día se puede mantener la esperanza? ¿Podemos los católicos dar razones para creer, razones para la esperanza? Hace años un gran periodista publicó un libfro con ese título; en él recogía una serie de artículos sobre temas de lo más variados. Pero en todos late la grandeza del hombre, el hombre de la calle, el hombre desconocido, el don nadie, que siembra amor a su alrededor.
La hierba crece de noche, de modo casi imperceptible. Pero crece y puebla nuestros parques. Y sin darnos cuenta refresca y reverdece el paisaje. ¿Será por esto que el verde es el color de la esperanza? “la hierba -como todas las cosas grandes e importantes del mundo- crece de noche, en silencio, sin que nadie la vea crecer, Porque bondad y bien empalman con silencio, así como la estupidez va siempre acompañada del brillo y del estrépito.”
Entre sus razones para la esperanza aparecen denuncias y noticias negativas (el suicidio de un niño, un bebé encontrado en la basura, el papel de los periódicos gritando malas noticias...), pero siempre con el deseo de elevar esta humanidad de trapo. Una de sus teorías es aquella del trampolín: en el entorno que nos rodea hay cosas negativas, problemas... Bajamos, y a veces demasiado (¿tocaremos fondo en esta crisis?) pero siempre para saltar más, para elevarnos, para crecer. Depende de si tenemos esperanza para continuar poniendo ladrillos, o preferimos sentarnos a la sombra de la pared a medio hacer.
“Jesús nació mongólico”, tituló uno de sus artículos, recalcando la bendición que supone para muchas familias la discapacidad de uno de los hijos. Hoy habría escrito: “Jesús estuvo en paro tres años”, o “Su mejor amigo, casado y con tres hijos, lleva dos años mendigando algún trabajo”. También en esa situación hay esperanza si hay amor, amor dado y amor recibido. ¿Cómo sería nuestra sociedad si los políticos, los sindicalistas, amaran de verdad a todos los ciudadanos, buscaran honestamente el bien común? ¿Utopía? Según la opinión pública de los últimos años, en grado sumo. Pero el cambio es posible,empezando a pequeña escala (son ejemplares muchos alcaldes de pueblos pequeños, muy pequeños); y después, transmitienod las ondas de esta revolución. Eso decía el amante de lo azul, que se dedicó su vida a pintar todo de color celeste. Cuando murió seguía habiendo muchísimas cosas no azules, pero la cantidad de azul había aumentado.
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