Devaluar la doctrina cristiana no da réditos
por Daniel Arasa
Muchos católicos del mundo clerical, incluidos no pocos sacerdotes y obispos, expresan el criterio de que la Iglesia debería bajar el listón en las exigencias, especialmente en materia moral. Desde fuera de la Iglesia otros dicen que sería la forma de ponerse al día. De estos puede comprenderse que no entiendan la verdadera naturaleza de la Iglesia, de los anteriores no es tan claro.
Vale la pena enfatizar que no sólo proponen cambiar aspectos del lenguaje para hacerlo más asequible al hombre de hoy, ni tampoco adoptar otras formas en algunos asuntos, sino cambiar la doctrina.
En estos campos de la moral, aceptar la anticoncepción, el divorcio, el aborto, la ideología de género en sus múltiples facetas, más apertura a los homosexuales... todo ello con el fin de "adaptarse" al mundo. Por supuesto promueven, además, el sacerdocio femenino, el celibato opcional y revocable de los sacerdotes, etc., y raramente hay en estas personas un espíritu de oración y de valoración de los sacramentos.
Un caso actual de todo este intento de cambio y muy llevado al extremo es el proceso sinodal alemán, promovido por buena parte de la jerarquía y el clero de aquel país, así como por un sector de los fieles y por la mayoría de funcionarios de la Iglesia en Alemania, que son muchos miles y muy influyentes. Aparte de otros asuntos más intraeclesiales, no hacen caso de la doctrina de la Iglesia en aquellas materias ni de las advertencias que les han ido llegando desde Roma. Es en toda regla un intento de mundanización de una Iglesia que sería muy distinta.
Creen, queremos pensar que de buena fe, que si se rebajan las exigencias morales y doctrinales atraerán a más fieles y conseguirán mayor aceptación social.
A señalar que, atraiga a más gente o a menos, la finalidad de la Iglesia es transmitir a Cristo, su doctrina, su vida, su figura. Nadie está autorizado a cambiar el mensaje, la doctrina. La fidelidad a ella es una premisa fundamental. Puede, y a veces debe, modificarse la forma de exponerla, pero no los principios y contenidos básicos.
De otro lado, incluso al margen de la fidelidad a los principios, todas las experiencias muestran que devaluar la doctrina y reducir las exigencias morales ni retiene a los de dentro ni atrae a los de fuera.
Parece que debería satisfacer a los muy numerosos creyentes que viven un cristianismo light y, por lo tanto, sentirse más cómodos, pero la sangría de quienes son solo católicos culturales o poco practicantes no cesa e incluso se acelera a pesar de rebajar la exigencia. De los externos al catolicismo nadie se convierte a algo que tiene escaso contenido porque es simplemente mundanidad.
Experiencias claras se tienen en lo ocurrido en el anglicanismo, en diversos núcleos luteranos y en otros ámbitos protestantes. Aceptaron hace años todos aquellos cambios y, sin embargo, no solo han seguido perdiendo fieles sino que incluso lo han hecho de manera más acelerada que el catolicismo.
Tampoco tienen llenas sus iglesias los sacerdotes y obispos católicos que han dejado de lado o reducido los contenidos doctrinales y relajado las exigencias morales "conflictivas", limitándose a predicar lo que complace al mundo o a exponer un cristianismo evanescente y genérico del que los fieles salen de la Iglesia sin sentirse interpelados a transformarse, a mejorar en algún aspecto, a vivir a fondo su fe.
Otros que, sin ser abiertamente heterodoxos, limitan su predicación al campo social tampoco suelen tener los templos a desbordar. Volcarse en lo social es muy positivo en sí mismo y desde los púlpitos debe recordarse a menudo y ejercerlo desde las parroquias e instituciones porque es de justicia y de caridad, pero mal se anda cuando, como ocurre en algunos casos, monopoliza la tarea apostólica.
Aunque parezca lo contrario porque se les considera muy comprometidos con los pobres, actuar así implica en el fondo cierta comodidad, porque no son objeto de la hostilidad con la que se trata a quienes dan entera la doctrina y son firmes en ella.
A la vista de diversas propuestas formuladas en España en el proceso sinodal en marcha y conociendo a varios de los implicados, es evidente, incluso público, que lo que algunos pretenden es precisamente un cambio doctrinal en la línea antes citada. Deseamos que el Sínodo sirva para llevar muchas personas a Cristo, pero consideramos oportuno recordar que rebajar la doctrina y la moral no aporta réditos.
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