Manuel Iglesias, S.J., hombre de Dios
La noticia me llegó desde San Sebastián por un amigo: "Ha fallecido el padre Manuel Iglesias, SJ, que entre otras muchas cosas hizo la traducción del Nuevo Testamento en la BAC. Sabio escriturista, fiel hijo de San Ignacio, pero sobre todo un hombre de Dios. Descanse en paz".
Quizá no se pueda decir más ni tan acertadamente en palabras tan sintéticas: jesuita fiel, sabio biblista, pero sobre todo un hombre que irradiaba la vida sencilla y divina de Dios.
El padre Iglesias ha acompañado intensamente a una generación de sacerdotes y laicos desde los años 80. Yo le empecé a tratar hace cuarenta años. Escribiendo sobre Santa Teresita hace unos días, le recordaba por un consejo suyo de aquella época: "Mi posición de juventud -escribía yo refiriéndome a la santa de Lisieux- me hacía quedarme en la cáscara del personaje y sus escritos, sin penetrarlos en absoluto. Me parecía cursi, infantiloide, no acorde con mi fe racional o racionalista incluso… ¡Qué gran error! Un jesuita me aconsejó hacer lecturas menos racionalistas de las que hacía, más afectivas, gustosas. Volví otra vez a la Historia de un alma y esta vez traspasé la cáscara".
Cuatro décadas dan mucho de sí en mi trato con él y algunas colaboraciones en el Apostolado de la Oración que acogía con prontitud y agradecimiento. De aquellos años nos dejó una joyita: Doce lecciones sobre el Apostolado de la Oración (Edapor, Madrid, 1990). Se lo habían traducido al italiano y ni se había enterado. Hace un año le procuré un ejemplar... De la esencia del Apostolado de la oración traigo a colación lo único que se me grabó a fuego en unos Ejercicios Espirituales en Palencia: cuando un sacerdote ya no puede subir al monte con los jóvenes, moverse con soltura, incluso predicar… siempre puede ofrecerse. Esa es la esencia del cristianismo: "Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros".
Cuando se trataba de él, la cosa variaba: era "duro de pelar". Nunca quería aparecer, destacar. Lo suyo era el escondimiento y algunos nos "rebelábamos". Hice gala de la interpretación que alguien hizo un día de mi apellido (Cervera = cerviz dura), pues con ese tesón logré sacarle todas las obras, pequeñas en volumen pero grandes en sabiduría y contenido, que han ido viendo la luz: Refranes para el espíritu (Monte Carmelo, Burgos, 2006), que durante décadas había escrito en la revista bajo el pseudónimo de Sancho Segundo. Él no quería aparecer: era uno de sus típicos rasgos humanos y espirituales. Esta obrita da a conocer la unción espiritual del autor junto con la vasta y profunda sabiduría que atesoraba de la literatura clásica española.
Durante veinte años ininterrumpidamente ha sido el autor más fiel en sus colaboraciones en el mensual Magníficat. ¡Cuántas veces hemos comentado en la redacción que sus aportaciones destacaban por su brillo literario y espiritual! Íbamos trazando series de colaboraciones teniendo yo siempre como objetivo la futura recogida en un libro. También para esto no fue fácil, pero al final doblegaba su juicio y voluntad: Vivir de la Palabra de Dios (San Pablo, Madrid 2008); La Palabra y las palabras: pequeño vocabulario hebreo para uso espiritual (San Pablo, Madrid 2013); De los nombres de Cristo (BAC, Madrid 2018).
De su sabiduría bíblica habría que remontarse a sus lecciones en el Pontificio Instituto Bíblico de Roma, a las traducciones del libro de los Macabeos, del libro de Samuel y del libro de los Reyes en la nueva Biblia española (Cristiandad, Madrid). Luego iba dejando escondidamente pepitas de oro, como en su Introducción a la Sagrada Escritura (Fe Católica, Madrid 1979).
Sin duda su obra más destacada, mundialmente conocida y apreciada como la mejor traducción castellana de los textos neotestamentarios, es Nuevo Testamento: versión crítica sobre el texto original griego (BAC, Madrid 2017). Tras la primera edición en la BAC y otra que no le consultaron para corregir el texto, aterrizó la tercera en editorial Encuentro. Yo era entonces director de la BAC y sentí mucho que el padre Iglesias hubiera comprometido ya la publicación. Sin embargo, apenas supe que tenía miles de correcciones nuevas para una ulterior edición (Cervera en acción) me encargué de que aterrizara de nuevo en la BAC, inicialmente con la promesa de adjuntar el texto griego de Nestle-Aland. Aquello por desgracia no se cumplió y hoy otra editorial tiene el texto a medio camino…
Sabio, director de almas, erudito bíblico pero, sobre todo, hombre de Dios. Así me comunicaban su fallecimiento y fue la definición que también yo quería dar del padre Iglesias: hombre de Dios. No es fácil toparse en nuestros días con hombres de Dios, testigos más que maestros, fieles, que sufren porque aman mucho, que ofrecen sabiendo que ahí está la fecundidad, que desaparecen porque lo más importante es que aparezca Otro, aquel a quien tenemos que señalar e indicar. El padre Iglesias con su magisterio y su vida remitió siempre al Único importante, al Dios hecho Niño, a su Madre como vía rápida para acceder al Todopoderoso. Nunca olvidaremos tampoco su buen humor y, a veces, socarronería. Los hombres de Dios no son tristes santos. Y la alegría es don del Espíritu Santo.
Hombre de Dios, jesuita fiel: gracias. Descansa en paz.
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