Nuestra Señora y nuestro miedo
por Hermann Tertsch
Todo el mundo civilizado se conmovió al ver en las pantallas arder como una tea la catedral de Notre Dame. Apenas quedan ya supervivientes que hasta su muerte retuvieron en la retina las terribles imágenes de catedrales en llamas, desde Coventry, Varsovia a Colonia o Viena. Las nuevas generaciones no imaginan la destrucción habida en Europa en el siglo XX, pero no solo. Antes, en España fueron los franceses, sus tropas napoleónicas, los que causaron una destrucción colosal, incalculable y gratuita. Iglesias, palacios, bibliotecas y tesoros fueron devorados por las llamas y los saqueos. En España fue la mayor catástrofe para su patrimonio cultural, seguida por los catastróficos efectos de la desamortización y la vesania destructora del bando republicano durante República y Guerra Civil que habría acabado con todo el patrimonio artístico religioso español si no es frenada por las fuerzas vencedoras. Hay otros mapas de desolación. Varsovia fue demolida como Cartago, la cátedra de Münster desapareció del mapa y algunas ciudades eran escombros en el 95% de su superficie.
La tragedia de Notre Dame duele también por lo que de simbólico se antoja sobre el devenir de Francia y Europa, en crisis de identidad, en retirada y entreguismo cultural ante pujanzas externas y foráneas. Es el problema de los europeos con su identidad y las fuerzas y fenómenos que la cuestionan. Acababa de comenzar el incendio y ya se establecía oficialmente que la causa era accidental. En ningún siniestro con un seguro e intereses privados se aceptaría un diagnóstico tan precipitado y poco contrastado. Ardía aun como la yesca y ya estaba dictaminado la causa accidental. Sin explicación, los medios asumieron de inmediato la tesis oficial. Arde la catedral de Paris, corazón del cristianismo francés y virgen milenaria de la Cruzada y lo hace el primer día de Semana Santa. En el contexto de una oleada de profanaciones, incendios provocados y ataques a iglesias en pasados meses y años. Pero nadie duda. Los medios acatan con disciplina y nadie cuestiona la versión oficial. Nadie quiere ser acusado de conpiranoico, antesala del ultraderechismo. Nadie quiere ser sospechoso de atribuir el incendio a nadie. Y menos a esos en los que está pensando.
Publicado en ABC.