Viernes, 26 de abril de 2024

Religión en Libertad

Entre la indiferencia y la hostilidad


Los cristianos estamos siendo eliminados de todos los espacios públicos. En el nuevo Parlamento no habrá una sola voz que tenga siquiera alguna resonancia, aunque sea lejana, de le fe que alumbró, desde sus orígenes, el ser de esta nación.

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

Pasaron las elecciones, sufrimos la paliza agobiante de la precampaña y campaña electoral propiamente dicha y hemos visto los resultados, que ahí están, para penitencia de votantes frívolos y escarmiento de los maximalistas desdeñosos del “mal menor”, que como dije en cierta ocasión, ha terminado convirtiéndose en, quizás, un mal mayor de temibles consecuencias.

Pero no quisiera referirme hoy a esos resultados tan enrevesados y amenazantes, sino a la omisión de unos y otros, a los largo de todo el tiempo electoral, de la menor referencia al hecho religioso, como si ya hubiese desaparecido totalmente, como quisieran no pocos, de la sociedad española.

Los cristianos estamos siendo eliminados de todos los espacios públicos. En el nuevo Parlamento no habrá una sola voz que tenga siquiera alguna resonancia, aunque sea lejana, de le fe que alumbró, desde sus orígenes, el ser de esta nación. Ni siquiera al PNV, en sus inicios partido ultracatólico, se le puede reconocer hoy algún atisbo de sentido religioso.

Es lo que tenemos. Y me pregunto, como hago con frecuencia, ¿de qué sirven tantas universidades católicas y afines como se han creado en los últimos cincuenta años en España? ¿Qué se enseñan en sus facultades de ciencias sociales? ¿Qué estímulos se genera en ellas que anime a los licenciados que salen de sus aulas a la actividad política? ¿Dónde están las asociaciones de fieles con vocación de servicio público? ¿Dónde está la AcdP, inquiero una vez más?

Sí, la jerarquía también tiene su parte alícuota de responsabilidad en el páramo socio-político en que ha devenido el catolicismo español. Ahora, con motivo de las elecciones, hay quienes han lamentado el silencio de los obispos en la orientación del “voto católico”. “Que se mojen”, piden. Pero yo me pregunto, ¿y por qué tienen que mojarse? ¿Acaso huelen mal porque no se duchen en sus casas?

No, los obispos no tienen que hablar ni escribir cuando llegan estas ocasiones. La política, o sea la politología, es una ciencia, además compleja y sometida a mil interpretaciones. Una ciencia social o del comportamiento humano, como la sociología, la economía, la educación, etc. Y los obispos, que sepamos, no son expertos en esta ciencia, luego poco pueden aportar a la tal orientación del voto. Si acaso algunos consejos morales, que sí caen dentro de su función, pero no más, aunque teniendo en cuenta las circunstancias de cada momento y lugar.

Lo suyo tendría que ser suscitar vocaciones a la “vida pública”, crear marcos o cultivos en los que pudieran desarrollarse vocaciones políticas, sin ocultar nunca a todo aspirante a hombre público que la política es muy dura, muy cabrona, donde los tiburones andan sueldos hasta en las bañeras domésticas, siempre dispuestos a tragarse al primer ingenuo que se meta a redentor. Ha sido siempre así; siempre de siempre, desde los tiempos en que el hombre (masculino genérico) no llevaba ni taparrabos siquiera.

En fin, temo que estoy hablando por hablar, que si Dios no lo remedia (y Dios no suple nuestra negligencia y falta de sentido de responsabilidad) seguiremos viendo y lamentando, elecciones tras elecciones, como el hecho religioso queda fuera del debate público, como no sea para recibir palos y amenazas de la izquierda, de toda la izquierda, de esta izquierda montaraz y rancia que tenemos en estos páramos, tan rancia que está todavía en el anticlericalismo liberal-masónico del siglo XIX. Y nosotros en babia.

Entonces, ¿no se puede hacer nada para contrarrestar la deriva radicalmente laicista a la que estamos abocados? Se puede, claro que se puede, empezando por la jerarquía sin necesidad de meterse en camisa política de once varas. O sea, se puede hacer mucho sin impulsar una partido político al estilo de la CEDA. Cada tiempo tiene su tiempo, y este no es tiempo de partidos confesionales. Pero se pueden hacer cosas importantes, mas para ello hace falta que quienes ocupan cargos de responsabilidad en el entramado católico sepan y quieran escuchar a los hijos fieles de la Iglesia que por su larga experiencia en el ejercicio político (más allá del mero titulismo académico), tengan algo que decir y proponer. ¿Caerá esa breva?
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