

María Lacalle es profesora de Filosofía del Derecho en la Universidad Francisco de Vitoria (Madrid) y Directora del Centro de Estudios de la Familia de esta universidad. Además, fue auditora en el pasado Sínodo de la Familia, por lo que vivió sobre el terreno en el Vaticano esos días de debate en el seno de la Iglesia sobre la institución familiar, rodeada de obispos, cardenales y expertos. Responde a las preguntas de ReL.
- ¿Aprender a amarnos es la principal asignatura que deberíamos haber estudiado en el colegio? En España el número de divorcios no ha parado de crecer desde 1981, sin embargo en otros países europeos y en Estados Unidos las rupturas matrimoniales se han estancado o incluso han disminuido. ¿Por qué?
- Sencillamente, porque la gente no se casa. El índice de nupcialidad no para de bajar en el mundo occidental. Este es, a mi juicio, el problema principal: se ha dejado de creer en el amor verdadero y cada vez más gente opta por relaciones concebidas desde el principio bajo la óptica de la provisionalidad, asumiendo que se romperán en cuanto algo falle. Tienes razón al decir que aprender a amar es una asignatura pendiente, pero esto no se aprende en el colegio, sino en la propia familia. Con lo cual estamos ante un círculo vicioso: muchos no saben amar, ni creen que sea posible el amor para siempre porque no lo han visto a su alrededor, con lo cual replican en su vida lo que han vivido desde pequeños, y a su vez transmiten ese pesimismo a sus propios hijos.
»No siempre ocurre así, evidentemente, pero sí es cierto que a amar se aprende, de manera primordial, en la familia, y que las rupturas familiares pueden provocar falta de confianza en el amor y muchas heridas afectivas que dan lugar a personalidades frágiles, con dificultades para asumir un compromiso de amor verdadero.
- La ciencia sociológica da muchos datos sobre las rupturas familiares, sus causas, formas de prevenir... ¿Usa suficientemente la jerarquía estos datos? ¿Cómo podría beneficiarse más de ellos?
-Creo que la Iglesia está empezando a manejar los datos que aporta la sociología. Es importante que tanto la jerarquía como todas las personas implicadas de una u otra manera en la pastoral familiar sean conscientes de que las familias católicas están sometidas a las mismas dificultades que los no católicos en su vida familiar: falta de comunicación, horarios laborales anti-familiares, fragilidad del amor, etc. Sólo conociendo la realidad podremos prevenir los obstáculos y acompañar a las familias que atraviesan momentos difíciles.
- ¿Cree que las informaciones que se transmitieron desde el Sínodo a los medios de comunicación reflejaron fielmente lo que se vivió dentro?
-Los medios de comunicación estaban muy focalizados sobre la cuestión de los divorciados y vueltos a casar, hasta el punto de que parecía que era lo único que les importaba. En mi opinión, reflejaron una parte pero no todo lo que se vivió dentro. Por otra parte, también creo que desde la Secretaría del Sínodo se hizo una gestión de la comunicación poco afortunada que provocó falsas expectativas y algunos equívocos.
- ¿En la opinión pública mundial se ha asentado la idea de que este Sínodo es el que está preparando las puertas para que los divorciados vueltos a casar puedan comulgar? ¿Esto es así? Y de lo contrario, ¿por qué se ha transmitido esa idea o se ha comunicado tan mal?
-Es cierto que la propuesta para que los divorciados vueltos a casar puedan comulgar ocupó mucho espacio en el Sínodo, pero eso no quiere decir que los Padres Sinodales estuvieran de acuerdo. La propuesta se tomó en consideración, se reflexionó sobre ella, y no fue aceptada por la mayoría de los padres sinodales. Lo que sí se puso de manifiesto es que hay que acompañar a las personas que están en esta situación poniendo todos los medios para que puedan vivir su fe en la Iglesia, porque también ellos, como todos los bautizados, están llamados a la santidad. Sin embargo, como ya he señalado antes, algunos medios de comunicación parecían no tener interés en hablar de una pastoral renovada o de una misericordia verdadera, sino únicamente de una supuesta ruptura con el Evangelio de la familia.
- Hay asociaciones, como Retrouvaille, que ayudan a las parejas en conflicto a reconciliarse o mejorar su relación. Hay otras que ayudan a separados, a viudos... ¿La jerarquía conoce bien estas metodologías y las potencia o son ofertas diminutas que sólo se dan en algunas diócesis?
-La verdad es que no tengo una estadística de hasta qué punto se hace una buena pastoral para las familias en dificultades, pero sí puedo decir que durante los quince días que he estado en el Sínodo he tenido ocasión de hablar con muchos obispos y laicos realmente implicados en el acompañamiento a matrimonios y familias. Creo que seguramente se hace más de lo que parece, aunque no cabe duda de que hay que hacer todavía más, hay que multiplicar los esfuerzos para ayudar a tantas personas que sufren por circunstancias familiares de todo tipo.
»Hay familias que no pueden atender a los abuelos ancianos, o a hijos enfermos o discapacitados, hay familias que han entrado en una espiral de incomunicación o de distanciamiento de la que no saben salir, que han perdido a un ser querido y no son capaces de asimilar el dolor, hay familias con todos los miembros en paro, con problemas de drogadicción o alcoholismo... Y en esta ayuda a las familias debemos implicarnos todos. No podemos pensar que esto es cosa de los curas y de los obispos únicamente, sino que las propias familias se deben implicar en acompañar a las que están en dificultades.
- ¿Hasta qué punto fueron influyentes los grupos de discusión pequeños, llamados "círculos menores" en el Sínodo?
-Los círculos menores tuvieron una influencia decisiva. Para comprobarlo no hay más que comparar la relatio post disceptationem (la que se publicó tras la primera semana) con el documento final. Entre uno y otro documento está el trabajo de los círculos menores, que fue intenso y profundo.