Muere Álvaro Mangino, superviviente de los Andes: un crucifijo le «llevaba» cada noche con su novia
Mangino junto a su novia, recuperándose de la tragedia de la cordillera.
La "sociedad de la nieve", esa "familia" tan especial de supervivientes que se formó sobre la cordillera de los Andes, tras el accidente del avión uruguayo de 1972, acaba de perder este sábado, víspera de su cumpleaños y por una neumonía, a otro de sus miembros más queridos: Álvaro Mangino.
"La primera enseñanza que uno aprende de esta experiencia es que en la vida uno siempre puede estar peor, y hay que ser agradecido con lo que se tiene. En segundo lugar, se aprende que con actitud, trabajo, esfuerzo y fe se puede alcanzar lo que uno desee en esta vida. Crisis tenemos todos. Todos nos enfrentamos a nuestras propias cordilleras. La de cada uno es siempre la peor, pero hemos de saber que siempre se puede uno levantar", comentaba Mangino en una entrevista.
Dios puso el resto
Álvaro Mangino tenía 19 años cuando el avión se estrelló en la cordillera de los Andes. En el accidente se rompió la pierna izquierda (tibia y peroné). Desde entonces tuvo que vivir un auténtico infierno junto a sus compañeros, en el que tuvieron que alimentarse de los propios cuerpos de los fallecidos y en el que su fe sería el gran motor para lograr salir de la montaña.
Álvaro Mangino Schmid nació en Montevideo (Uruguay) el 31 de marzo de 1953. A diferencia de muchos de sus compañeros supervivientes no fue al colegio Stella Maris del barrio de Carrasco ni pertenecía al equipo de rugby Old Christians.
Le ofrecieron sumarse al viaje a Chile unos amigos que sí pertenecían al club (aunque no viajaban). Aún así conocía a muchos de los chicos porque vivía en el mismo barrio.
Por su condición de lesionado, Mangino pasó a dormir en las hamacas que construyeron sus compañeros para los heridos en lo alto del fuselaje. Esto le salvó de morir sepultado bajo el alud que hubo tras el accidente, aunque allá arriba se pasara un frío realmente extremo.
Mangino junto a los doctores, tras el rescate de los helicópteros.
Según cuentan sus compañeros, al principio de la superviviencia se comportaba con cierto egoísmo e histeria, pero después trabajó para el grupo tanto como los demás, a pesar de tener la pierna rota, especialmente derritiendo nieve para conseguir agua.
Cuando llegaron los helicópteros de rescate, Álvaro, que no había caminado durante los 72 días de supervivencia, fue el primero en subirse de un salto al aparato.
Tras superar el accidente, Mangino se casó con Margarita Arocena (ya era su novia cuando sucedió la tragedia), con la que tuvo 4 hijos. Vivió durante muchos años en Brasil para después regresar a Montevideo, donde trabajó en una empresa de calefacción y aire acondicionado.
Precisamente, de esta forma tan particular, a través de un pequeño crucifijo, hablaba Mangino con Margarita cada día en el fuselaje del avión:
"Todas las noches en la duermevela de la montaña, me aferraba a ese crucifijo y hablaba con ella, le pedía que no se preocupara, le decía que por ahora estaba bien, y esa sintonía y ese creer que podía estar hablando con ella a través de ese símbolo fueron cruciales para mí, a tal punto que siempre le agradezco a ella por estar vivo, porque fue la persona que me dio la fuerza para luchar y sobrevivir. Incluso ese episodio tan inverosímil de la avalancha ocurrió en el momento exacto en que yo hablaba con ella, aferrado al crucifijo, y le contaba que estábamos mal, pero que se alegrara porque podíamos estar peor", relataba sobre aquellos angustiosos momentos.
Mangino junto al actor que hizo de él en 'La Sociedad de la Nieve'.
El accidente aéreo de Mangino y sus compañeros (actualmente quedan 13 miembros vivos, de los 16 que sobrevivieron a la tragedia) tuvo lugar en la frontera con Argentina y ha conmovido a varias generaciones. Relatado de forma brillante por J. A. Bayona, en la película La sociedad de la nieve, se trata, sin duda, de una de las grandes historias de superación de la historia de la humanidad.
Una adversidad que durante 72 días sirvió para atemperar ambiciones, relativizar lo material, despertar la creatividad, domesticar egos, fomentar el espíritu de equipo, practicar la generosidad, poner a prueba la flexibilidad, y experimentar la enorme potencia que tiene la fuerza del amor para sobrevivir.
A 4.500 metros de altitud, con temperaturas de hasta 40º bajo cero, escasez de alimentos, carencia de medios, enfermedades o aludes, nada de esto fue suficiente para doblegar las "ganas de vivir" de aquel grupo formado en su mayoría por jóvenes jugadores de rugby y sus amigos que plantaron cara a todo tipo de contrariedades.
"La reflexión final que pongo de todo esto es que nosotros pusimos todo lo que teníamos y Dios puso el resto. Pero Dios también nos lastimó mucho, nos hizo sobrevivir a una avalancha, dudamos, nos sentimos mal con Él, no lo queríamos. Decíamos: '¿pero qué prueba nos estás haciendo?', ¿'qué más quieres que hagamos?. Pero, siempre volvíamos a la fe para salir de aquel lugar, ese fue uno de los grandes recursos que teníamos", explicaba Mangino en un podcast de YouTube.