Viernes, 26 de abril de 2024

Religión en Libertad

Domingo de Ramos: Por mí


Nuestra felicidad, el acceso a la gracia, ha tenido un precio: Él ha pagado por nosotros.

por Arzobispo Jesús Sanz Montes

Opinión

Hemos llegado al umbral de la Santa Semana. Tramo a tramo, nos hemos ido aproximando al escenario en donde Otro pagó nuestra cuenta debitada. Nos ponemos también nosotros en esa muchedumbre agolpada en aquel día en torno a la fiesta judía. Ellos y nosotros tenemos, siempre, unas oscuridades que piden ser iluminadas, unas muertes que esperan ser resucitadas. Nosotros estábamos allí. Y lo que allí sucedió entonces, para nosotros sucede hoy. En Jerusalén había la costumbre de dar la bienvenida a los peregrinos que llegaban para celebrar la Pascua con las palabras del salmo 118: «¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!». Jesús no fue la excepción. El envió previamente a dos discípulos para que trajeran un borrico y a quien extrañado preguntase por qué, debían responder: el Señor lo necesita. Un humilde portador de quien viene como rey en nombre de Dios. La tradición iconográfica muestra más veces a un asno junto a Jesús: en el viaje de Nazaret a Belén cuando María llevaba en su seno al que nacería sin cobijo de posada, en la cueva del nacimiento, y en la huida a Egipto.

El Señor necesitaba ¡un borrico! Detalle cargado de humanidad y sencillez, contrapuesto a la cabalgadura del poderío. Son las necesidades de un Dios que elige siempre lo débil y lo que no cuenta para confundir a los prepotentes (1 Cor 1,26-28), y así se reconocerá en la imagen del Siervo tomando la condición de esclavo, sin hacer alarde de su categoría de Dios (Filp 2,611), para poder dar una palabra de aliento a cualquiera que sufra abatimiento (Is 50,4-7).
 
Es el estremecedor relato de lo que ha costado nuestra redención. En ese drama está la respuesta de amor extremo de parte de Dios. Nuestra felicidad, el acceso a la gracia, ha tenido un precio: Él ha pagado por nosotros. Debemos situarnos en ese escenario, pues es el nuestro propio en donde Dios, en su Hijo, nos obtendrá la condición de hijos ante Él y de hermanos entre nosotros. Es el estupor que experimentaba la mística franciscana Angela de Foligno al contemplar la Pasión: «Tú no me has amado en broma»; o el realismo con el que Pablo agradecerá la donación de su Señor: «Me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gál 2,20). Sin este realismo que personaliza estaríamos como espectadores ausentes, que a lo sumo siguen el desarrollo del proceso de Dios desde la butaca de la lástima o de la indiferencia. Por eso puedo decir en verdad que yo estaba allí, todo fue por mí. Sólo quien reconoce ese por mí adorará al Señor con un corazón agradecido.
 
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