Martes, 07 de mayo de 2024

Religión en Libertad

Las tentaciones


Si los Apóstoles estaban hechos de la misma pasta que nosotros y fueron capaces de ser santos, por qué no habríamos de serlo nosotros.

por José María Gil Tamayo

Opinión

Hace unos días el carnaval estaba en plena vigencia. Estas fiestas populares en su lectura tradicional no se podrían entender sin la referencia a la Cuaresma cuyo primer domingo hoy celebramos. Esos días muchos los habrán concebido no como un espacio para la alegría y el esparcimiento, sino como una concesión al exceso, a no privarse de nada, que ya vendría la Cuaresma en la que toca no ceder a las tentaciones. Y uno se pregunta si el personal se plantea de verdad lo de las tentaciones, si esta realidad, tan presente en el ámbito religioso, es tomada en serio por quienes viven alejados de él en un mundo como el nuestro en el que parece que los referentes religiosos se difuminan.

Veamos algo a cerca de las tentaciones que hasta el propio Jesucristo quiso sufrirlas, como se leerá en el evangelio de este domingo en todo el mundo (Cf. Lc 4,113). Seguro que se acuerdan de cómo Cristo –en quien no hay pecado pues es Dios mismo- quiso someterse a ellas. En las tres tentaciones que Él sufrió están simbolizadas todas las que pueden sufrir los seres humanos: las que nacen de las pasiones, las de la envidia o avaricia de las cosas materiales y las de la soberbia o el orgullo.

 
«Tentar», en latín y en castellano, significa tocar algo a tientas, tantearlo. De ahí viene otra significación moral que Santo Tomás de Aquino sintetiza en su Comentario al Evangelio de San Lucas, cuando define que «tentar no es otra cosa que tantear; tentar al hombre es poner a prueba su virtud».

En cierta ocasión en una audiencia el recordado Papa Juan Pablo II, con esas ocurrencias tan suyas, le preguntó a un obispo:
 
 - ¿Usted ha visto al demonio?
– No, Santidad, le respondió con buen juicio el prelado, pero sí lo siento con frecuencia.
 
A lo que Juan Pablo II contestó:
 
- Lo mismo le pasa al Papa.

Y es que las tentaciones, como les he dicho, acompañan la vida del ser humano, del mismísimo Papa, de usted y de mí, salvo que alguno de los lectores, goce ya de condición beatífica. Entre los apóstoles son clásicas las tentaciones de san Pedro, en las que sucumbió y negó a Cristo, pero después, con el suyo, nos dan cuenta los Evangelios del más conmovedor de los arrepentimientos.

 
San Pablo llega decir de sí mismo que «ve claro el bien que ha de hacer y, en cambio, luego hace el mal que no quiere». Lo mismo que nos ocurre a nosotros tantas veces, ¿verdad?

Les digo todo esto para que se animen en el empeño de ser mejores cada día. Si los Apóstoles estaban hechos de la misma pasta que nosotros y fueron capaces de ser santos, por qué no habríamos de serlo nosotros. No dejen que lo impidan las tentaciones.

Ciertamente habremos de sortear estos obstáculos durante toda nuestra vida. Cambiarán de intensidad a lo largo de ella, de modalidad: unas veces será la pereza, otras la ira, otras la sensualidad, quienes nos pongan a prueba; dependerá del nuestro temperamento, de nuestras circunstancias, pero siempre contaremos para superar la prueba con la ayuda de Dios, al que hemos de acudir confiados con nuestra oración, sin omitir, eso sí, nuestra vigilancia. Jesús mismo nos advierte de ello en el Evangelio cuando nos señala: «Vigilad y orad para no caer en tentación».

 
Esa es la receta, por eso incluyó entre las peticiones del Padrenuestro: aquella de «no nos dejes caer en la tentación». Además, ¿qué valor tendría nuestra libertad si no pudiéramos escoger el bien? Les invito en este tiempo cuaresmal a pensar cuáles son sus tentaciones y a vencerlas. La ayuda de Dios no nos faltará.
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