Jueves, 02 de mayo de 2024

Religión en Libertad

La prescripción de relaciones sociales y la bioética de la soledad


por Xavier Symons

Opinión

Esta semana, el gobierno británico desveló un ambicioso plan para combatir la “epidemia de soledad” del país, que incluye la recomendación de que los médicos prescriban a los pacientes solitarios clases de arte y danza.

Como parte de la nueva estrategia, apoyada por todos los partidos, que anunció la primera ministro Theresa May, se instará a los médicos de cabecera a que receten a los pacientes actividades sociales y servicios voluntarios en vez de tratamientos farmacológicos. “La soledad es hoy una realidad para demasiada gente en nuestra sociedad”, dijo May:  “Puede afectar a cualquiera, a cualquier edad o con cualesquiera antecedentes. Esta estrategia solo es el principio de la implementación de un cambio social duradero y de largo alcance en nuestro país, pero es un primer paso vital en la misión nacional de acabar con la soledad en nuestra vida”.

Aproximadamente una quinta parte de las personas en el Reino Unido dicen sentirse solas; unos 200.000 ancianos  no han tenido una conversación con un amigo o un pariente en más de un mes.

El gobierno difundió un exhaustivo informe con estrategias para abordar la soledad, nucleadas en torno a tres recomendaciones clave: invertir en investigación para descubrir qué causa la soledad, medir sus efectos y ver qué soluciones funcionan; introducir la soledad en el conjunto de las políticas sociales, pero también desarrollar intervenciones específicas sobre los desencadenantes, como la pérdida del cónyuge o del trabajo; y crear un “diálogo nacional” en torno a la cuestión.

May ha prometido destinar 20 millones de libras a financiar la implementación de la estrategia contra la soledad, que incluyen 11,5 millones destinados a organizaciones de voluntariado, comunitarias y de caridad.

Al otro lado del Atlántico, a los responsables políticos también les preocupa la soledad, que muchos expertos describen como “una crisis de salud pública”. Un estudio de 2010 sobre ciudadanos estadounidenses mayores de 45 años encontró que algo más de la tercera parte (el 35%) de quienes respondieron fueron considerados solitarios. Y un estudio de la Kaiser Family Foundation y The Economist en 2018 halló que un 22% de los adultos norteamericanos “se sienten, siempre o a menudo, solos, faltos de compañía, abandonados o aislados”.

En un reciente post en su blog, el especialista en bioética Craig Klugman especulaba sobre cómo sería una “bioética de la soledad”. A Klugman le inquieta que los estudios y análisis sobre la epidemia de soledad reflejen un escaso conocimiento de lo que constituye la conectividad social: “Mi sugerencia es que una bioética de la soledad se aborde interdisciplinariamente para examinar qué preguntas habría que plantear y determinar si el cambio supone un ejercicio de autonomía o si es un hecho que produce un daño real. El hecho de que no nos topemos con las formas antiguas de medir el compromiso no significa que esté en riesgo el compromiso social. No deberíamos aceptar sin más los titulares, sino más bien adoptar una visión crítica para analizar los datos, examinar el cambio tecnológico y la forma en la que interactúa la gente, y ofrecer entonces una perspectiva informada y ética sobre nuestro mundo feliz” [brave new world, dice Klugman, en clara alusión a la célebre novela de Aldoux Huxley].

Publicado en BioEdge.

Traducción de Carmelo López-Arias.

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