Sábado, 27 de abril de 2024

Religión en Libertad

Proceso contra el crucifijo


El secuestro del espacio público por ese insufrible y antidemocrático corpúsculo de selectos y soberbios neoilustrados no puede dejar indiferentes a los cientos de millones de europeos conscientes de que su Historia y Cultura son sustancialmente cristianas.

por José Luis Bazán

Opinión

La Justicia europea, cual nuevo Sanedrín testamentario, se ha despojado de la venda que cubre sus ojos, quebrando su imparcialidad, al haber tomado partido por la negación de la religión. Su alma parece haber sido poseída por un ateísmo que en su dictatorial minoría copa instituciones y amenaza la paz social. El secuestro del espacio público por ese insufrible y antidemocrático corpúsculo de selectos y soberbios neoilustrados no puede dejar indiferentes a los cientos de millones de europeos conscientes de que su Historia y Cultura son sustancialmente cristianas. Nada es azar si de modo simultáneo distintas instituciones cambian su rumbo y utilizan su poder para romper con nuestra bimilenaria tradición.
 
Ha dicho la sección segunda del Tribunal de Estrasburgo en el caso Lautsi c/. Italia que el crucifijo en una escuela estatal puede «perturbar emocionalmente a los alumnos de otras religiones o a los que no tienen religión». Cristo perturbó la insensatez farisáica, celosa de su poder, y como en aquél tiempo, me temo que a quienes realmente perturba el signo de la Verdad es a los magistrados, cuyos nombres, como el de Pilatos, quedarán en la memoria europea como ejemplo de una falsa neutralidad deicida: Tulkens, Cabral, Zagrebelsky, Jočienė, Popović, Sajó y Karakaş. Las siete plagas, el monstruo de siete cabezas o los siete jinetes del Apocalipsis. Siete han sido, igualmente, las espaldas que han permitido que sobre ellas se erija con descaro el ateísmo como creencia institucionalizada en Europa, contra el sentir común de la inmensa mayoría de sus ciudadanos.
 
El crucifijo, horizonte universal de la dignidad humana, ha sido brutalmente derribado del espacio público. El, que sentó los pilares de la libertad de todo hombre, que acogió para sí el mal, pasado y futuro, de todo humano del orbe, que ensalzó el perdón hasta setenta veces siete, que dio la vida y trajo la paz por siempre a la Humanidad entera. El, signo visible y eterno del Amor, de nuevo se ha encontrado con los Judas, Pilatos, fariseos y escribas del siglo XXI. Volvemos a los comienzos, la cruz, signo de contradicción, escándalo de mortales, y sin embargo, camino único de Verdad y Vida.
 
Cuando en una sociedad el derecho a la vida sirve para matar ancianos e inútiles sociales, el derecho a la educación para apartar a los hijos de sus padres y la libertad religiosa para negar la religión y al mismo Dios, es que una insensata locura suicida ha pervertido los derechos humanos, convirtiéndolos en instrumento de dominación social del relativismo, al que molesta el carácter creatural del ser humano. El Tribunal de Estrasburgo ha negado con su sentencia la natural condición humana que apunta a lo trascendente y bajo el manto de aparente neutralidad ha cortado la raíz de nuestra identidad europea, para satisfacer a los nuevos barrabases de la intolerancia atea.
 
Estrasburgo ya no podrá ser jamás esa idílica ciudad, de parques y cigüeñas, donde la Iglesia de san Pablo saluda a diario la solitaria torre de la catedral de piedra rojiza erigida en honor de Nuestra Señora. Ya no podrá significar el cobijo de desamparados que en sus Estados han padecido sufrimiento y vulneración de su dignidad. Estrasburgo se ha convertido así en el nombre de una ignominia, de la ciudad donde su Tribunal es ya una seria amenaza para la identidad de Europa, su Cultura, su Historia, y la libertad de sus ciudadanos, al amputar lo más íntimo, permanente y eterno de su propio ser.
 
Afirma Gustavo Zagrebelsky en «La crucifixión y la democracia» que Jesús es el amigo de la democracia crítica, «aquél que callado, invita hasta el final al diálogo y a la reflexión retrospectiva. Jesús que calla, esperando “hasta el final”, es un modelo (…) Por eso la democracia de la posibilidad y de la búsqueda, la democracia crítica, tiene que movilizarse contra quien rechaza el diálogo, niega la tolerancia, busca solamente el poder y cree tener siempre la razón. La mansedumbre (…) es ciertamente la virtud capital de la democracia crítica. Pero sólo el hijo de Dios pudo ser manso como el cordero. La mansedumbre, en la política, a fin de no exponerse a la irrisión como imbecilidad, ha de ser una virtud recíproca. Si no lo es, en determinado momento, antes del final, hay que romper el silencio y dejar de aguantar». Es el signo de los tiempos: proclamar nuestras convicciones y actuar para que la tirana minoría atea no rija nuestros destinos.  
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