Jueves, 02 de mayo de 2024

Religión en Libertad

El poder de la memoria


La tradición de un pueblo es lo que se intentó aniquilar en el bosque de Katyn y, más tarde, durante la época comunista. En esta película la memoria tiene un poder redentor que permite que aparezca el perdón.

por Artur Mrowczynski

Opinión

Los créditos van cayendo pantalla abajo. La película ha terminado ya, pero nadie se mueve de su butaca. En Varsovia, Londres, Roma o Moscú se repite la misma escena. Decenas de figuras inmóviles en la penumbra de una sala de cine parecen haber quedado atrapadas por el rítmico desfile de las letras que se deslizan por la pantalla. Un largo silencio que con su peso parece ahogarnos y que, sin embargo, no hace más que acogernos y prepararnos para empezar a respirar de nuevo. La pantalla ya está vacía, inesperadamente plana, insensible y vulgar, refleja la luz que lentamente invade la sala y nos obliga a mirar a los demás. De repente estallan los aplausos. En medio de la conjura liberadora de la ovación cae alguna lágrima.
 
Un silencio elocuente. Al día siguiente The Economist contesta a Rossiyskaya Gazeta y matiza el contexto histórico y geográfico. La Repubblica, por otro lado, explica las intenciones políticas de los políticos y, de paso, explica la película. Pasada la semana, los epígonos de la Academia ya están dispuestos a examinar, armados de sus exactos criterios de verosimilitud y de sus definitivas sentencias sobre la belleza, la obra del director.
 
Y yo sigo sentado tras mi pupitre en la clase de historia de aquel día de otoño de no recuerdo qué año de los ochenta. Aquel día en que un compañero escribió en la pizarra con letras grandes y caligrafiadas con prisa: «Katyn – nie zapominamy» («Katyn – no olvidamos»). Cuando el profesor Lewandowski entró en el aula y se detuvo ante aquella frase, todos contuvimos la respiración. Cogió la tiza y muy despacio, con mucho cuidado, la subrayó. Luego se dio la vuelta y durante un largo rato nos miró sin decir palabra.

Para mí, la película Katyn, de Andrzej Wajda, emerge de aquel largo silencio. Un poder redentor. La narración polifónica que la compone rescata de la condena del olvido las vidas y las muertes de 11.000 oficiales polacos asesinados por el NKVD a principios de la II Guerra Mundial. Retrata el sacrificio de los hombres, pero sobre todo narra la historia de las mujeres, las madres, las esposas, las hijas que se niegan a olvidar. Mujeres que responden a la mentira y a la manipulación negándose a olvidar. Porque la memoria, a veces incompleta, incluso algo torpe, es la gran protagonista de esta película. Porque la memoria, la tradición de un pueblo es lo que se intentó aniquilar en el bosque de Katyn y más tarde durante la época comunista. Y también porque la memoria tiene un poder redentor que permite que aparezca el perdón.

Cuando en cierta ocasión le pregunté a Arseny Roginski, representante de la organización «Memorial» de Moscú, invitado al estreno de Katyn, acerca de sus impresiones sobre la película, me contestó que lo que más le había impresionado era que, a pesar de su obvio perfil histórico, incluso documental, la película no tiene un carácter anti-ruso. «Sólo quedarán de nosotros los botones», dice uno de los protagonistas parafraseando un verso del poeta Zbigniew Herbert, cuyo padre, lo mismo que el padre de Wajda, fue asesinado en Katyn. El director muestra con su obra que la memoria puede vencer a la muerte. Y no importa que la película fuera seleccionada como candidata al Óscar, lo que importa es que Wajda, con más de ochenta años, pudo cumplir su promesa de que visitaría la tumba de su padre sólo si antes hacía esta película. Katyn termina con la sobrecogedora escena de la ejecución. No ofrece ningún mensaje final, ninguna moraleja. Nos entrega la visión cruda del drama y nos hace copartícipes del don de la memoria y de su poder.
 
 
* Artur Mrowczynski–Van Allen es miembro del Centro Internacional para el Estudio del Oriente Cristiano (Granada).
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