Viernes, 26 de abril de 2024

Religión en Libertad

Gays y Educación sexual


Es desaconsejable la dedicación a la educación sexual de quienes emocionalmente no viven equilibrados, o no tienen resuelta su vida afectiva, o sus criterios morales no son los adecuados, o quienes son incapaces de comprender y seguir la psicología del niño y del adolescente.

por Pedro Trevijano

Con motivo de la celebración del día del Orgullo Gay nuestros homosexuales han proclamado este año 2009 Año de la Diversidad Afectivo Sexual en la Educación. En mi periódico local, La Rioja, el domingo 28 de junio hay dos artículos sobre el tema solicitando una educación sexual en la que se enseñen los valores de este colectivo, como la Identidad de Género. Solicitan respeto hacia sus opiniones, pero no hacia las de los demás, como prueba el siguiente párrafo: «Debemos exigir que la austeridad, en cambio, empiece por retirar cualquier euro del erario público de las manos de aquellas instituciones LGTB (lesbianas, gays, transexuales, bisexuales) fóbicas, empezando por la Iglesia católica». Siempre he creído que en cuestiones de sexualidad hay que usar el sentido común, que estamos ante un tema muy delicado y que los padres son quienes tienen la última palabra, de acuerdo con la Declaración de Derechos Humanos y nuestra Constitución, cuyo art. 27.3 dice: «Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones». Por lo que concierne a la escuela, es evidente que es muy deseable que los maestros estén en estrecha relación con las familias, puesto que son ellos en principio las personas más adecuadas para dar este tipo de enseñanza, siendo, desde luego, necesario prepararles capacitándoles intelectual, emotiva y pedagógicamente para esta tarea. Lo mismo que los padres, aunque de un modo más subordinado, el papel del profesor es contribuir al desarrollo de la personalidad del alumno en todos los ámbitos. Por supuesto en lo referente a la sexualidad hay que tener como principio general el de contestar siempre con delicadeza y verdad a las preguntas que se nos hagan y hacerle ver al niño o niña que tienen derecho a preguntar y saber. Hay que saber dar una información adecuada, en la que estén presentes los conocimientos científicos y los valores éticos. La educación sexual no debe ser una asignatura más, sino que desde las diversas áreas y a lo largo de los diferentes niveles, se han de hacer las referencias oportunas a los aspectos sexuales a fin de favorecer el desarrollo normal y completo del alumno. Pero no es inútil recordar que padres y educadores enseñan lo que saben, pero sobre todo transmiten lo que son. En general, se tiene por deseable desaconsejar la dedicación a esta tarea a quienes emocionalmente no viven equilibrados, o no tienen resuelta su vida afectiva, o sus criterios morales no son los adecuados, o quienes son incapaces de comprender y seguir la psicología del niño y del adolescente. Enseñar y dialogar con los niños y adolescentes requiere mucho amor, mucha serenidad y mucho sentido humano. Educar no es informar La escuela desde luego puede jugar el papel de dar a los alumnos la posibilidad de plantear sus verdaderos interrogantes, mostrando así que es posible hablar de estas cuestiones con respeto y verdad, entablándose un diálogo sobre la sexualidad y el amor que responda a sus deseos de información desde una perspectiva educadora, aunque no siempre sucede así y hay que tener cuidado con los educadores o más bien seudoeducadores que se limitan a una simple información o, peor todavía, son partidarios de antropologías que lo único que pretenden es inculcar el placer como norma suprema. A quienes así actúan suele notárseles en que generalmente no permiten que asistan a sus cursos o clases otros adultos, especialmente padres o maestros. La presencia de éstos es muy útil, pues evita tergiversaciones y les da pie para continuar en el futuro el diálogo así comenzado. Por ello uno de los fines de los educadores ha de ser conseguir que los alumnos puedan hablar de estas cuestiones con sus padres, cosa que si la logramos supone un avance importantísimo de diálogo y confianza entre padres e hijos, siendo muy de desear una colaboración entre todos los interesados en la educación de los niños y de los adolescentes. En la revista Alba del 26 de Junio he visto que sólo en la Comunidad de Madrid hay sesenta institutos en los que quienes dan la educación sexual son gays o lesbianas. Por supuesto que tienen todo el derecho de darla si los padres están de acuerdo, pero me resisto a creer que muchos padres se queden tan anchos y estén encantados con que esa educación la den homosexuales. Sepan los padres que en virtud del artículo 26 de nuestra Constitución tienen todo el derecho a exigir que la enseñanza y especialmente ésa, la den quienes estén de acuerdo con sus propias convicciones.
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