Viernes, 26 de abril de 2024

Religión en Libertad

Más razón que corazón

Más razón que corazón

A Israel le interesaba sobremanera la imagen que dejaría la visita del Papa y, por supuesto, su contribución a la profundización del diálogo entre la Santa Sede y el Estado de Israel. Los palestinos, a su vez, esperaban un respaldo inequívoco del Papa a sus aspiraciones a un Estado propio.

por Samuel Hadas

La Santa Sede había insistido una y otra vez que no era intención del Papa mezclar política y religión y que su peregrinaje tenía como destino las comunidades católicas y los lugares santos del cristianismo: una visita religiosa. Pero las evidentes connotaciones políticas de una visita a Israel, Jordania y los territorios palestinos del tercer Papa que visita Tierra Santa en casi cinco décadas, relegaron su dimensión religiosa a un segundo plano. A Israel le interesaba sobremanera la imagen que dejaría la visita del Papa y, por supuesto, su contribución a la profundización del diálogo entre la Santa Sede y el Estado de Israel, mientras que la Iglesia local esperaba la consolidación de su presencia en Israel y en los territorios palestinos. Los palestinos, a su vez, esperaban un respaldo inequívoco del Papa a sus aspiraciones a un Estado propio. Apenas arribado al aeropuerto Ben-Gurion en Israel, el papa Benedicto XVI, en la ceremonia de recepción, condenó con palabras duras el antisemitismo, exigió que no se rebaje el horror del Holocausto y rindió homenaje a los familiares de las víctimas judías, utilizando, como ya lo hace desde hace tiempo la Iglesia, el término hebreo, Shoah. Pero sus cálidas palabras no impidieron que el discurso que más expectativas despertara, el pronunciado en el Memorial del Holocausto Yad Vashem, en Jerusalén, en el que proclamó que “los gritos de las víctimas del Holocausto aún resuenan en nuestros corazones”, haya sido reprobado por muchos israelíes, que no ocultaron sus críticas. Evidentemente, el Papa eligió en su discurso la vía de la razón y no la del corazón. Para algunos se trató de un discurso filosófico, para otros de un teólogo, “académico, didáctico, abstracto”, pero carentes de la sensibilidad al referirse al Holocausto. Algunos le reprocharon, por ejemplo, la falta de sensibilidad al no recordar la responsabilidad de los nazis. Habló de muertos y no de asesinados y no expresó remordimiento por lo que hicieron sus compatriotas. Indudablemente, deberán transcurrir aún décadas, sino siglos, antes que judíos y cristianos podamos desembarazarnos del peso de una historia horrenda y de acendrados prejuicios mutuos, pero la actitud del Papa hacia el pueblo judío e Israel ha sido desde el inicio de su pontificado más que positiva, pese a inevitables malentendidos. Se equivocan quienes al ocuparse de algunas omisiones en su discurso, se apresuraron a enjuician al Papa atribuyéndole indiferencia ante el antisemitismo, cuando pocas horas antes, a su arribo, lo había condenado enfáticamente a la vez que señalara que el vínculo entre el pueblo judío y los cristianos es de gran valor histórico. No faltaron expresiones de intolerancia y sobresaltos, como el protagonizado por un clérigo musulmán en el evento dedicado al diálogo interreligioso, en Jerusalén, al que fueron convocados judíos, cristianos y musulmanes, israelíes y palestinos involucrados en el diálogo. El acto finalizó abruptamente cuando el jeque palestino Taisir Tamini tomó la palabra para lanzar toda clase de exabruptos contra Israel. Cuando se le tradujo al Papa los comentarios del clérigo, abandonó la sala contrariado, interrumpiéndose así el acto. Una situación embarazosa similar a la vivida por el papa Juan Pablo II en su visita a Tierra Santa, en el año 2000, en otro encuentro interreligioso en Jerusalén. En la ceremonia de despedida, en presencia del presidente, Shimon Peres, y del primer ministro Benjamin Netanyahu, el Papa, además de insistir en la necesidad del reconocimiento universal del derecho a la existencia de Israel en paz y seguridad, recordó el derecho de los palestinos a un hogar nacional soberano e independiente, y “a vivir con dignidad y viajar libremente”. Abiertamente criticó a las limitaciones que Israel impone a los palestinos en los territorios ocupados de Cisjordania, con el muro. En sus declaraciones en Belén, Benedicto XVI criticó sin ambages la política israelí y apoyó la creación de un Estado palestino. Para el Papa es una tragedia que aún se levanten muros. Pienso que es una crítica justificada pero que ese muro fue construido con una necesidad defensiva, por lo que no coincido ni con los que critican ni con los que lo defienden a rajatabla. Se tiene que tener en cuenta que se creó por una necesidad de seguridad, que comenzó a construirse cuando el terrorismo suicida estaba en su máximo apogeo y cada día había actos de terror. Los hechos indican que el muro afortunadamente terminó con esta situación. El Papa ha cruzado en su visita a Israel y en territorio palestino campos sembrados de minas, saliendo indemne. Aunque no exenta de problemas, ha sido una visita positiva. No faltaron los decepcionados, pero muchas de las críticas que se le hicieron han sido injustificadas y en algunos casos distorsionaron la realidad. ¿Contribuirá, además, la simbólica visita del Papa a la paz en Oriente Medio? ¿Servirán sus llamados a la paz en una parte del mundo donde la religión es parte del problema pero no de su solución? Quizá la influencia espiritual de un Papa sin divisiones armadas aliente a los verdaderos líderes religiosos a seguir su ejemplo e implicarse a conciencia en la búsqueda de soluciones pacíficas a los problemas que aquejan a esta región, problemas que minan cada vez más su estabilidad y acercan el peligro de nuevos estallidos. Podrán decir muchas cosas pero definitivamente cumplió mis expectativas. La visita de Benedicto XVI ha sido histórica y contribuirá a profundizar el diálogo entre judíos y católicos y entre el Estado de Israel y la Santa Sede. El Papa sigue por el camino trazado por su predecesor Juan Pablo II, que puso a la Iglesia Católica frente a sus responsabilidades históricas con los judíos. *Samuel Haces ha sido el primer embajador israelí en El Vaticano
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