Jueves, 02 de mayo de 2024

Religión en Libertad

Los santos no duermen


No es el brillo del mundo lo que arrastra en la evangelización, sino la virtud. No sabemos las horas que dormían los santos, pero sí sabemos que un anhelo llenaba su vida

por Gonzalo Moreno

Opinión

No he tenido la suerte de conocer personalmente a ningún santo reconocido por la Iglesia, seguro que sí a muchos cotidianos y anónimos. Sabemos por sus bien documentadas vidas que tenían muy limitado el tiempo de descanso y que en ocasiones era mínimo. En cualquier caso y obviando el detalle biográfico, es común a todos ellos la dulce obsesión que conlleva la llamada, la vocación. Porque como nos recordó el último Concilio, la santidad en sí misma es una vocación, que después se armoniza con las vocaciones secundarias. Esa vocación es totalizante, ocupa la vida entera, impregna por completo la existencia.

Con motivo del Año de la Fe y la Nueva Evangelización han surgido con mayor o menor acierto centenares de iniciativas pastorales, formativas y litúrgicas que ahondan en la llamada de Roma a vivir estos dos acontecimientos. Sin embargo, el Papa, en la homilía de clausura del Sínodo de los Obispos ha sintetizado con sencillez quiénes son los protagonistas del nuevo impulso apostólico: lo santos. El medio es la conversión pero el fin es la santidad. Sin santos no hay testimonio, sin santos no hay vida y sin santos, en último término, no hay Iglesia. La Iglesia vive de la santidad de sus miembros. De esos hombres y mujeres débiles, ansiosos de ser amados pero que son capaces dejarlo todo por el tesoro encontrado. Y en grado heroico.

La única crisis que puede reconocer la Iglesia como afección del hombre todo, es la crisis de santidad. Es la que convierte a medio plazo los vergeles en desiertos. Es la que termina con la civilización, la que falsea la naturaleza del hombre por maldad, por miedo o por ignorancia. Es la que provoca el triunfo de la injusticia.
En las lucha por los derechos civiles, políticos y sociales; ponemos siempre el acento en los magníficos pecados de los supuestos responsables pero poco se dice sobre la mayoría silenciosa. No basta con inhibirse del mal. La retirada de los buenos es la condición necesaria y suficiente para la victoria de los malos. Y los buenos no pueden definirse como “los que no roban ni matan” sino, como San Pablo nos dice, los que entregan su vida completa. Los que mueren cada día a Cristo.

El debate intelectual hay que darlo, el estudio es imprescindible como también son las obras. Pero todo será en vano sin una intensa vida sobrenatural, sin la práctica de las virtudes y sin la oración. El camino de los santos está ahí para testificarlo. No es el brillo del mundo lo que arrastra en la evangelización, sino la virtud.
No sabemos las horas que dormían los santos, pero sí sabemos que un anhelo llenaba su vida. Como nos recordaba el Papa Juan Pablo II “a nadie le es lícito permanecer ocioso”. No mientras Dios nos haya regalado una existencia para ponerla a su servicio. En ese ministerio, haciéndonos sal y luz para nuestros hermanos, nos deberá encontrar con la lámpara encendida.

Gonzalo Moreno Muñoz
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