Sábado, 27 de abril de 2024

Religión en Libertad

«Lucas era gay» y el tabú de las conversiones


¿Por qué no es posible escuchar sin polémica el relato de una conversión?

por

Opinión

El encuentro con un joven que, después de haber pasado gran parte de su vida comportándose como homosexual, ha decidido bucear en su interior, ha recibido una fuerte motivación religiosa y ha cambiado de estilo de vida es, evidentemente, un mensaje demasiado fuerte de aceptar. Así, la enésima conferencia de Lucas (que “era gay y ahora vive con ella”) en Ferrara hace poco, ha levantado todavía una vez más el problema del cambio radical de homosexual a heterosexual, recibiendo una contestación un tanto excesiva que suscita, como mínimo, algunos “interrogantes”.

¿Por qué no es posible escuchar sin polémica el relato de una conversión? ¿Por qué no reprimir los tonos contestatarios y dejar de negar un hecho por el solo hecho de estar en contradicción con la propia vida? ¿Por qué siempre hay alguno que habla de abuso y discriminación hacia los homosexuales, cuando la primera cosa que se declara es que el respeto hacia cada persona es total y sincero?

Con un título que no dejaba lugar a dudas: “Era gay, con María me he reencontrado a mi mismo”, el relato de Lucas ha tenido lugar en una parroquia, organizado por asociaciones declaradamente católicas, precedido y concluido por una oración: ninguna duda, era en una perspectiva de fe, en un contexto cultural que declara creer en la ley natural, acepta los datos biológicos sin, por esto, idolatrarlos, consciente de que los seres humanos son espíritus encarnados, no únicamente cuerpos, almas inmortales pero tejidas de corporeidad.

La historia de Lucas fue como la seda, aún cuando algún comentario sarcástico ha subrayado los pasajes más piadosos, pero al fin nada extraordinario. Un nutrido grupo de representantes de la Asociación ARCI gay de la ciudad había comenzado ya el día anterior a promover la contestación al ponente y a exigir ser escuchados, insertando en los diarios locales la invitación a intervenir para exteriorizar las propias posiciones y a “boicotear la entrada”. Si se hubiera tratado de un debate público sobre las teorías científicas y psicológicas sobre la homosexualidad, sí que habría habido algún motivo para pedir la palabra, pero el contexto de testimonio, y los tonos encendidos en los diarios, aconsejaba aceptar únicamente preguntas escritas. Para los contestatarios, esto era inaceptable y ha dado lugar a intolerancias verbales. Pero el teatro en las reivindicaciones gay y los escarnios del catolicismo son francamente abundantes en los medios e incluso en los foros internacionales: la acusación de no tener espacios de expresión aparece ciertamente como ridícula.

Habiendo repasado todos los apuntes de las preguntas (pero habiendo podido leer por alta voz solamente las tres primeras por las interrupciones) salgo más profundamente convencida de que el problema no es tanto (ni sólo) la homosexualidad: el primero y el más decisivo problema es el concepto mismo de persona. Del que deriva inmediatamente el de la libertad. He visto jóvenes enrabietados porque están convencidos de que es justo comportarse como les sugiere un deseo o una pulsión, que no existe una forma correcta y otra equivocada de vivir, que no existe nada que sustente una justicia que tenga un fundamento más allá de la propia subjetividad, que la libertad de reivindicar consiste en obrar como uno quiera.

Lucas ha estado conmovedor mientras relataba los profundos sufrimientos que le producía su anterior condición, el dolor por la muerte de los amigos, el vacío de sentido que acompañaba su brillante y lujosa vida: incomodidades propias de toda historia de conversión: pero la dimensión religiosa no ha sido reconocida, ha sido estigmatizada con desprecio, como ilusión, como violencia hacia quien no la comparte.

La tarde no ha terminado mal, porque los religiosos anfitriones y muchos intervinientes han entablado un diálogo personal con los contestatarios y así ha emergido una vez más que es la relación interpersonal la que consiente un diálogo sincero, libre de ideologías, de otra manera como obligados si se está separado de una cierta parte. Y porque en el hablar de tú a tú emerge que se puede discutir también vehementemente cuando se confrontan ideas, pero que el respeto recíproco es realizable frente a frente, en una relación interpersonal.

A mí me queda una profunda tristeza al ver el desastre educativo y la perversa influencia del “dogma relativista”: tenemos que madurar todavía mucho, mucho que estudiar y rezar para testimoniar eficazmente que la libertad verdadera no es la de hacer todo, sino solamente la de hacer el bien.

La bussola quotidiana
(Traducido por José Martín Alonso)

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