Religión en Libertad

BXVI: "También en nombre de la fe cristiana se ha recurrido a la violencia en la historia"

Creado:

Actualizado:

xml.err

El titular entrecomillado que da nombre a esta entrada no es esta vez una fórmula para atraer la atención sino una cita textual del discurso de Benedicto XVI en la Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo, del 27 de octubre de 2011, en Asís, y que llevó por nombre "Peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz".

Desde luego que esa declaración tiene un contexto y que el hecho de que ya algunos medios estén reduciendo tan bella intervención a sólo esa parte de la misma es ya una injusticia.

Tras recordar que han pasado 25 años desde el primer encuentro análogo convocado por Juan Pablo II en la misa ciudad de Asís, Benedicto XVI se pregunta "¿qué ha ocurrido desde entonces?". Repasa la caída del muro de Berlín y con él la del comunismo, pero vuelve la mirada a dos nuevas formas de violencia actual, del todo diversas a la guerra en sentido estricto: el terrorismo y la hostilidad contra las religiones que ha llegado a pasar por el ateísmo de Estado.

La riqueza y originalidad de este discurso, pronunciado ante los principales líderes y representantes de las confesiones más significativas del planeta, nos hace compartirlo íntegramente para su lectura, más abajo.

Este evento por la paz ha encontrado voces disidentes de algunos sectores filo-lefebvristas que acusaban a Benedicto XVI, igual que como habían hecho con Juan Pablo II, de poner al mismo nivel a todas las religiones, con este tipo de encuentros. Una acusación de sincretismo.

La acusación, por supuesto, tiene más de precipitación y superficialidad que de fundamento. Ya el mismo arzobispo de Canterbury, doctor Rowan Douglas Williams, subrayó precisamente en su discurso del jueves 27 que:

En los días precedentes al encuentro se hizo pública una carta privada de Benedicto XVI, del 4 de marzo de 2011, al pastor luterano Peter Beyerhaus (alemán) donde el Santo Padre dice claramente al respecto que:

¿Por qué decimos todo esto? Porque, como decía el card. Raymond Leo Burke, prefecto del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica, en un congreso reciente:

***

Intervención del Santo Padre Benedicto XVIAsís, Basílica de Santa María de los ÁngelesJueves 27 de octubre de 2011


Si bien una tipología fundamental de la violencia se funda hoy religiosamente, poniendo con ello a las religiones frente a la cuestión sobre su naturaleza, y obligándonos todos a una purificación, una segunda tipología de violencia de aspecto multiforme tiene una motivación exactamente opuesta: es la consecuencia de la ausencia de Dios, de su negación, que va a la par con la pérdida de humanidad. Los enemigos de la religión –como hemos dicho – ven en ella una fuente primaria de violencia en la historia de la humanidad, y pretenden por tanto la desaparición de la religión. Pero el «no» a Dios ha producido una crueldad y una violencia sin medida, que ha sido posible sólo porque el hombre ya no reconocía norma alguna ni juez alguno por encima de sí, sino que tomaba como norma solamente a sí mismo. Los horrores de los campos de concentración muestran con toda claridad las consecuencias de la ausencia de Dios.


Pero no quisiera detenerme aquí sobre el ateísmo impuesto por el Estado; quisiera hablar más bien de la «decadencia» del hombre, como consecuencia de la cual se produce de manera silenciosa, y por tanto más peligrosa, un cambio del clima espiritual. La adoración de Mamón, del tener y del poder, se revela una anti-religión, en la cual ya no cuenta el hombre, sino únicamente el beneficio personal. El deseo de felicidad degenera, por ejemplo, en un afán desenfrenado e inhumano, como se manifiesta en el sometimiento a la droga en sus diversas formas. Hay algunos poderosos que hacen con ella sus negocios, y después muchos otros seducidos y arruinados por ella, tanto en el cuerpo como en el ánimo. La violencia se convierte en algo normal y amenaza con destruir nuestra juventud en algunas partes del mundo. Puesto que la violencia llega a hacerse normal, se destruye la paz y, en esta falta de paz, el hombre se destruye a sí mismo


La ausencia de Dios lleva al decaimiento del hombre y del humanismo. Pero, ¿dónde está Dios? ¿Lo conocemos y lo podemos mostrar de nuevo a la humanidad para fundar una verdadera paz? Resumamos ante todo brevemente las reflexiones que hemos hecho hasta ahora. He dicho que hay una concepción y un uso de la religión por la que esta se convierte en fuente de violencia, mientras que la orientación del hombre hacia Dios, vivido rectamente, es una fuerza de paz. En este contexto me he referido a la necesidad del diálogo, y he hablado de la purificación, siempre necesaria, de la religión vivida. Por otro lado, he afirmado que la negación de Dios corrompe al hombre, le priva de medidas y le lleva a la violencia.


Junto a estas dos formas de religión y anti-religión, existe también en el mundo en expansión del agnosticismo otra orientación de fondo: personas a las que no les ha sido dado el don de poder creer y que, sin embargo, buscan la verdad, están en la búsqueda de Dios. Personas como éstas no afirman simplemente: «No existe ningún Dios». Sufren a causa de su ausencia y, buscando lo auténtico y lo bueno, están interiormente en camino hacia Él. Son «peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz». Plantean preguntas tanto a una como a la otra parte. Despojan a los ateos combativos de su falsa certeza, con la cual pretenden saber que no hay un Dios, y los invitan a que, en vez de polémicos, se conviertan en personas en búsqueda, que no pierden la esperanza de que la verdad exista y que nosotros podemos y debemos vivir en función de ella. Pero también llaman en causa a los seguidores de las religiones, para que no consideren a Dios como una propiedad que les pertenece a ellos hasta el punto de sentirse autorizados a la violencia respecto a los demás. Estas personas buscan la verdad, buscan al verdadero Dios, cuya imagen en las religiones, por el modo en que muchas veces se practican, queda frecuentemente oculta. Que ellos no logren encontrar a Dios, depende también de los creyentes, con su imagen reducida o deformada de Dios. Así, su lucha interior y su interrogarse es también una llamada a los creyentes a purificar su propia fe, para que Dios – el verdadero Dios – se haga accesible. Por eso he invitado de propósito a representantes de este tercer grupo a nuestro encuentro en Asís, que no sólo reúne representantes de instituciones religiosas. Se trata más bien del estar juntos en camino hacia la verdad, del compromiso decidido por la dignidad del hombre y de hacerse cargo en común de la causa de la paz, contra toda especie de violencia destructora del derecho. Para concluir, quisiera aseguraros que la Iglesia católica no cejará en la lucha contra la violencia, en su compromiso por la paz en el mundo. Estamos animados por el deseo común de ser «peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz».


© Copyright 2011 - Libreria Editrice Vaticana

xml.err