Viernes, 26 de abril de 2024

Religión en Libertad

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De los males del Islam. (III)

por Manuel Morillo

 



No falta el mal menor

Finalmente, se llega a los argumentos de mal menor, siempre tan perniciosos a la larga, porque en el orden de la percepción parecen convertir el mal considerado menor en un bien desde el momento en que no es el ‘mayor’, y en el orden de la acción desmovilizan cualquier iniciativa cristiana, renunciando a cualquier género de reconquista radical y justificando el conformismo.

Además, para comparar un mal con otro y concluir cual es peor existen docenas de perspectivas distintas, por las que se obtienen conclusiones contrapuestas. ¿Qué es peor, una música desafinada o un color chillón?

¿Es el islam un mal menor que el liberalismo?

Esa es la cuestión verdadera, que no es exactamente la misma que se argumenta cuando se escuchan preferencias esteticistas del género ‘prefiero un adversario radical coherente que un tibio inconsecuente’. Hoy se puede escuchar aplicado a islamistas y liberales, como ayer pudo serlo a comunistas ateístas y a burgueses materialistas.

Pero una cosa es que el el creyente islámico esté o no incurso en un error menor que el incrédulo relativista occidental, y otra que en realidad lo prefiramos como mal que nos azote y persiga. Porque una cosa es la preferencia apreciativa por la persona de algún modo admirable, o su menor culpa moral, y otra la preferencia práctica por lo que nos acarree una menor dificultad. En la guerra hay que honrar la valentía del enemigo sin dejar de desear que esté desmoralizado y huya.

En toda esa perspectiva de presunto mal menor que busca el ‘mejor perseguidor’, se comete el olvido de preguntar ¿mejor para quién?

Es posible que, objetivamente, la religión falsa sea un mal menos alejado que el ateísmo de la fe cristiana (¡siendo los dos en sí pecados igualmente mortales!).

También es posible que, subjetivamente, un perseguidor activo de buena fe, como San Pablo, sea menos culpable ante el tribunal divino que un acomodaticio neutral.

Pero tales cosas no pasan de posibilidades, enunciadas con un cierto intento de escrutar y sustituir el juicio divino.

Con todas esas verdades que no vienen a cuento se está perdiendo de vista lo principal: el bien de la religión cristiana y de sus fieles.

¡Lo que nos interesa es quién sea el adversario menos dañino para los cristianos! Y ése es, sin duda, el de principios laxos e incoherente con ellos [38] , es decir, el liberalismo cotidiano, mientras no recrudezca su práctica retomando sus principios.

León XIII, el papa que condenó expresa y continuadamente el liberalismo en varias encíclicas (con una específicamente dedicada a la cuestión: Libertas praestantissimum, 1887), ciertamente enseñó que un régimen liberal, permaneciendo inaceptable en orden de principio, podía ser aceptado y deseado como alternativa más tolerante a un régimen más opresivo y crudamente perseguidor [39] . Valía para el comunismo y vale para el mahometismo.

Se habrá observado de qué modo, en el fragor de la polémica, se esgrimen argumentos en que se confunden el mal menor para los cristianos con el menor mal que estarían cometiendo sus adversarios, abstractamente considerado. Y por otra parte, en la práctica, no se trata tanto de la posibilidad de sustituir uno por otro, cuanto de añadir a los males del liberalismo imperante los de parcelas de poder reconocidas al islam. 

Maldad y malicia

Llegados a este punto, es donde cabe reflexionar en qué consiste la maldad intrínseca del islam y en qué reside el peligro de su malicia.

No cabe duda de que por sus dogmas, su moral, su naturaleza histórica, la posesión de una escritura titulada sagrada y sus pretensiones de continuidad de los judíos y cristianos, la religión mahometana es la más próxima que existe a la cristiana.

Luego si la maldad como ‘cualidad de malo’ se considera como la distancia metafísica al bien habrá que decir que la religión mahometana es la menos mala de todas [40] . Habrá que alabarla, y hasta favorecerla en condiciones de mal menor.

Pero si se considera la malicia como ‘intención perversa’, atendiendo al origen falsificado y a sus frutos, el juicio es completamente inverso: el islam aparece como un perfecto designio anticristiano del que guardarse muy seriamente. Lo cual es perfectamente congruente con la experiencia histórica y cotidiana.

Y es que el mero parecido, incluso en igual grado, merece muy distintas calificaciones cuando es espontáneo y cuando es buscado; y cuando es deliberado la intención que ha guiado la imitación resulta determinante. En una reproducción artística se aprecia el parecido con el original como su mejor cualidad, en cambio, en un billete de banco el mayor parecido de una falsificación con el auténtico lo hace más peligroso.

La semejanza del islam con la religión cristiana sería laudable en grado sumo si fuera espontánea, como en el caso de la convergencia de dos descubridores de una misma verdad científica, pero deja de serlo si es intencionada, como en el caso del investigador plagiario. Y su caso es, ciertamente, el de una reproducción que pretende recibir el mérito de un original.

El islam es una buena aproximación –y sólo hasta cierto punto– de la religión cristiana, que no reconoce haberla imitado, que pretende ser auténtica, y que busca su suplantación.

¿Nos fijaremos sólo en lo mucho que nos une y lo ‘poco’ que nos separa (esa menor maldad intrínseca)? ¿O atenderemos a la indudable y enorme malicia que propicia precisamente el parecido buscado y no bien confesado?

La aproximación a las religiones por sus ‘valores’, reduciéndolas a ellos, se conforma con la primera perspectiva e ignora la segunda, histórica y global: el origen de la coincidencia, que nos habla de su intención. La pregunta clave sigue siendo ¿de dónde proviene esa extraña coincidencia? En última instancia: ¿las pretendidas revelaciones de Mahoma proceden del único Dios? [41]

Todos los males provocados por el islam a la religión cristiana que hemos ido examinando: competencia, persecución, confusión y distanciamiento, no son producto de múltiples factores aunados por el tiempo, sino frutos de una invención humana concreta, y llevan siglos sirviendo perfectamente a un muy eficaz designio anticristiano, como para no querer ver en ello un instrumento diabólico en que la propia religiosidad humana se aprovecha y revuelve contra la religión verdadera.

A la vista de todo ello, es más que admisible sugerir que la coincidencia de tantas manifestaciones de maldad en el islam esconde una malicia intencionada. Y aun si las falsas revelaciones de Mahoma no fueron sugestiones diabólicas, parece que el islam ha sido un instrumento del que se ha valido Satanás contra la difusión del Evangelio o la perseverancia en él. ¿Cómo habríamos de creer que el poderoso ángel caído se vale sólo de sectas satánicas marginales y no sabe ver ni emplear las grandes posibilidades que le daba y le da el islam para entorpecer la Fe y perseguir a los santos?

¿Un mal providencial?

Pero el Demonio nunca tiene la última palabra: la Divina Providencia nunca es vencida.

Decir que la misteriosa realidad del islam oculta un signo providencial es falso si se quiere significar con ello que, por ser providencial, también es bueno en sí mismo, sólo que de otra manera. Pero sí es verdad cuando consideramos que nada escapa a la Divina Providencia, y que ésta tolera los males y saca de ellos bienes inesperados para nosotros.

Por supuesto, los designios ocultos de la Providencia se nos escapan hasta que se cumplen, pero algo de ellos podemos intentar elucubrar.

Ante los males que el islam causa a la Religión y los fieles, la primera consideración, siempre válida, es la de nuestros mayores y las Escrituras: Dios lo permite por nuestros pecados, no tanto como castigo –que también-, sino para que no nos creamos merecedores de lo que nos da por Gracia.

En otro orden, la llamada de atención del islam se dirige a la tibieza de la inmensa mayoría de los cristianos. ¿Cómo sorprendernos humanamente de que la seriedad y el compromiso en la conducta de los musulmanes no sea premiada con éxitos naturales? Si lo verdaderamente sorprendente es que los cristianos, pese a nuestra tibieza en seguir plenamente nuestra Fe, pervivamos. El islam es un recordatorio, pese a ser una mala copia, de lo que debería ser la primacía de Dios y de la Religión en nuestras vidas.

Y también parece muy claro que el islam es una llamada de atención sobre la cuestión de la verdad a un cristianismo demasiado contagiado de liberalismo.

Hemos insistido en que lo que nos separa es la disyuntiva irreductible entre la veracidad de Jesús y de Mahoma.

Pero lo que más nos debe llamar la atención es la problemática de la religión verdadera: las consecuencias de la verdad.

Las palabras de una revelación verdadera deben ser observadas en obsequio de Dios, las de una falsa revelación no pueden ser respetadas incondicionalmente. Una misma actitud no merece el mismo juicio en servicio de la verdad o del error. Lo que es tolerable, lamentable o inadmisible para una falsa religión es loable e ineludible en orden al Dios verdadero.

Por lo que la cuestión de la verdad, de nuestra religión y de las otras, es de la máxima importancia. Y, en último término, ¿sabemos apreciar debidamente la gracia de haber conocido la verdadera religión que pudimos no haber tenido, se la agradecemos a Dios profundamente, y la procuramos compartir con nuestros semejantes que no la conocen? La existencia del islam es un recordatorio providencial a hacerlo. Es ésta una conclusión eminentemente positiva; procuremos concretarla un poco más. 

La victoria sobre el mal

1.- Para vencer al mal lo primero es reconocerlo. Llamar bien al bien y mal al mal. El islam es un mal. Un mal cuya raíz está en la falsa revelación sobre la que se sustentan sus errores morales, que son sólo secundarios. Y un mal cuya proximidad y semejanza a la religión cristiana no lo hace menor, sino más dañino.

Por supuesto, tener claras estas nociones en el interior de la Iglesia no significa espetarlas sin más a los musulmanes. Existen motivos de prudencia y caridad para que, incluso conscientes de estar incursos en un mal, se busque hacia ellos una aproximación respetuosa, dialogante y generosa.

2.- Tampoco simplificar el doble conflicto existente. Existe un conflicto entre la religión cristiana y el liberalismo y otro entre la religión cristiana y el islam que no son reducibles a uno. Ni rehuír los defectos de la religiosidad desviada del islam nos puede llevar a comulgar con el liberalismo, ni la animadversión a éste puede fundar una alianza de fondo con el islam, desvirtuando las graves diferencias existentes.

3.- Se dice que el problema y el mal son ciertos musulmanes. Es verdad sólo si se entiende bien: objetivamente considerados, los mejores musulmanes son aquellos que no son buenos musulmanes, en el sentido de cumplidores coherentes de la totalidad de su credo.

Por eso decimos que el mal es el islam, mientras no decimos que lo sean la inmensa mayoría de sus seguidores.

Esta es una diferencia fundamental entre la Religión verdadera y las falsas: en tanto que no todos los cristianos que van a Misa son santos, pero todos los santos van a Misa, con el islam ocurre todo lo contrario: no todos los mahometanos que van a la mezquita son terroristas suicidas, pero todos los islamistas, salafitas, yihadistas y terroristas suicidas han pasado por ciertas mezquitas antes de su encuadramiento definitivo como tales.

El ya citado periodista italiano Magdi Allam dedicó buena parte de sus controversias a defender la existencia de un islam humano, argumentándolo con su propia experiencia en su Egipto natal. En ese sentido su ya citado libro Vencer el miedo constituye la instantánea de un estado intermedio de su conversión. A la postre, tras tantos años intentando sostener esa postura, se bautizó en la Fé católica ante la imposibilidad de salvar el islam en sí mismo [42] .

Es un error, de naturaleza indiferentista y de gravísimas consecuencias prácticas, el pensar y difundir que la solución es que los musulmanes sean buenos musulmanes. La única solución verdadera y definitiva es que los musulmanes se bauticen, lo cual sólo ocurrirá si les predicamos la Fe, para lo cual debemos entender primero que ése, precisamente, es nuestro deber.

Por otra parte se hace necesario advertir que los musulmanes influenciados por los peores rasgos del islam no son pocos: un sondeo reciente en Inglaterra arrojaba la cifra de más de un treinta por ciento de estudiantes mahometanos británicos que consideraba justificado asesinar en nombre del islam [43] .

4.- Los cristianos debemos pensarnos y presentarnos ante los demás con perfecta independencia del islam.

Es cierto que el espejo del Islam nos indica a veces una verdadera actitud religiosa que nunca debimos olvidar, y otras, en cambio, distorsiones sutiles que debemos evitar a toda costa. Pero, precisamente porque en él se dan ambas circunstancias mezcladas, su valor como guía, positiva o negativa, es equívoco. Se impone volver a plantear las cuestiones cristianas desde las raíces de la tradición católica exclusivamente, y tomar del Islam las ilustraciones a favor o en contra sólo a posteriori.

Como ejemplo concreto de evitar la presentación ante los ajenos de la fe cristiana como ligada al islam merece la pena recordar este pasaje del Catecismo de la Iglesia Católica: “Sin embargo, la fe cristiana no es una ‘religión del Libro’” (CEC § 108). Del mismo modo, tampoco debemos presentar la Fe cristiana como pertenenciente a la familia de las religiones monoteístas abrahámicas, porque no existe tal familia, sino la categoría que por sus características externas agrupa al original y las imitaciones fraudulentas.

5.- Se habrá observado que el primer resultado de considerar los males del islam se refiere a correcciones que los cristianos debemos acometer en nuestro interior. Errores, incoherencias y falta de firmeza en nuestros planteamientos de Fe y en las consecuencias lógicas que de la verdad se infiere, y carencias, incongruencias y tibiezas en nuestro compromiso, que debería ser ardiente, decidido y total. Éste si es un bien, indirecto, que el islam nos hace y nos hará siempre.

Y respecto a los creyentes mahometanos, ¿cuáles han de ser las consecuencias de lo considerado?

Ante todo, comprender las graves dificultades que surgen con quienes son coherentes y comprometidos con los errores mahometanos. Y limitarnos con ellos a contactos pacificadores en materias en las que pueda haber convergencia y concordancia, como la defensa de ciertos valores comunes.

Aparentemente, éste era el punto de partida que criticábamos en un principio, pero no es así: se trata de emprender dicho camino no por creer en su bondad intrínseca, sino por la dificultad de encontrar otro, y con el conocimiento de las dificultades subyacentes. Esta última frase se encuentra con cierta frecuencia en los escritos cristianos que animan a dialogar con el islam, pero falta siempre la exposición previa suficiente acerca de esas dificultades, los males del islam, que hemos procurado desarrollar aquí como preparación de la parte cristiana a tales contactos.

6.- El postrer mal que origina el islam es que su naturaleza sectaria distorsiona y deteriora de tal modo la buena voluntad de los musulmanes hacia los ajenos (presupuesto básico de la convivencia o el mero trato humano) que más parece convertirla en mala voluntad [44] .

En esas condiciones, bien advertidos, en los tratos y diálogos con el mundo islámico organizado (a diferencia del particular musulmán abierto), deben evitarse indebidos optimismos y concesiones. La palabra clave es reciprocidad. Una reciprocidad entendida en su sentido estricto, y no como una ‘inversión’ unilateral de generosidades que, se espera, fomentarán una correspondencia más adelante.

Es particularmente prudente no favorecer positivamente la institucionalización del islam en Occidente en torno a asociaciones y mezquitas. No son los musulmanes aislados los problemáticos por ‘incontrolados’, sino precisamente los que son controlados por entidades ocupadas de una mayor coherencia coránica. Si cualquier estudioso, musulmán o no, nos dirá que en la religión de Mahoma no es necesario un clero intermediario entre el fiel y Alá, no se entiende bien la obsesión por la ‘mezquitización’ de los musulmanes en occidente, y menos la colaboración a la misma de los cristianos o de los gobiernos.

Y también debe exigirse a las partes musulmanas, desde un principio, la reciprocidad en los países con leyes islámicas en la libertad para convertirse sin represalias del islam al cristianismo, o para que entren las Sagradas Escrituras, escritos cristianos y sacerdotes.

El problema de la reciprocidad es, en su mayor parte, un problema de cortedad por parte de los cristianos en su propio perjuicio:

+ Cortedad, primero, para aludir al concepto mismo de reciprocidad estricta, como si fuera algo ineducado en lugar de justo.

+ Cortedad de ánimo, porque la exigencia de reciprocidad entraña la posibilidad de que se haga necesaria una retorsión del mal padecido para conseguir que se vuelva a una reciprocidad positiva; si el cristiano cree ‑erróneamente- inmoral practicar cualquier género de presión enérgica como retorsión, y no resulta creíble al respecto, queda desarmado para reclamar reciprocidad, y no la obtendrá.

+ Y cortedad de imaginación, porque desde un concepto cristiano de igualdad de derechos para todos los hombres sin distinción de religión (el que es desconocido en el islam) es cierto que a primera vista no parece que se pueda ejercitar una retorsión por las injusticias inferidas a los cristianos en otros países sobre los musulmanes españoles o residentes en España. Pero sí se puede ejercitar una restricción sobre las ayudas, financieras o de otro género (envíos de libros o de imanes), para los grupos islámicos en occidente procedentes de países que no respeten una mínima reciprocidad con los cristianos. Y sin tales ayudas la problematicidad musulmana en occidente disminuiría enormemente.

7.- En última instancia, la solución del problema del islam es una, y sólo una: seguir el mandato final de Nuestro Señor, procurando con empeño, mediante la oración, la predicación y el ejemplo, que los mahometanos se bauticen.

Su Santidad Benedicto XVI nos ha dado ejemplo bautizando en público a un destacado converso proveniente del Islam, Magdi Allam, nada menos que en el día y lugar más señalados: la Vigilia de Pascua de 2008 en San Pedro del Vaticano. En potencia, es un gesto tan simbólico como el viaje de Juan Pablo II a Polonia en 1979: no hay que tener ni reparos ni miedo en bautizar a los que vienen del islam.

Y no es algo imposible: la Gracia de Dios viene cuando la solicitamos, y se bautizan los musulmanes menos pensados, no sólo un egipcio instalado en Italia desde hace casi cuarenta años como Magdi Cristiano Allam, sino también, más recientemente aún, Masab Yousef, hijo del líder Hassa Yousef de Hamas (es decir, la sección palestina de los Hermanos Musulmanes), incluso sabiéndose condenado a muerte por ello [45] .


 

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[38] Algunos, teorizando desde la barrera, creen que la persecución abierta es un bien que garantiza la pureza de la Fe (sin duda de los que la mantienen hasta el final, pero no de los que puedan claudicar). El Evangelio, sin embargo, no parece aducible a favor de preferirla: “Cuando os persigan en una ciudad huid a otra, y si también en ésta os persiguen, marchaos a otra.” (Mt 10,23).

[39] “Si comparamos esta clase de Estado moderno, de que hablamos [liberal], con otro Estado, real o imaginario, que persiga tiránica y abiertamente a la religión cristiana, podrá parecer el primero más tolerable que el segundo. Sin embargo, los principios en que se basa son tales, como hemos dicho, que no pueden ser aceptados por nadie” (León XIII, Immortale Dei, 1881, § 21).

“Donde exista ya o donde amenace la existencia de un gobierno que tenga a la nación oprimida injustamente por la violencia o prive por la fuerza a la Iglesia de la libertad debida, es lícito procurar al Estado otra organización política más moderada, bajo la cual se pueda obrar libremente. No se pretende en este caso, una libertad inmoderada y viciosa; se busca un alivio para el bien común de todos; con ello únicamente se pretende que donde se concede licencia para el mal no se impida el derecho a hacer el bien” (León XIII, Libertas praestantissimum, 1887, § 31).

Es cierto que esta situación [separación Iglesia-Estado, indiferentismo religioso de éste] existe en algunos países. Pero esta situación de la Iglesia, si bien tiene muchos y graves inconvenientes, presenta, sin embargo, algunas ventajas, sobre todo cuando el legislador, con una feliz inconsecuencia entre la legislación promulgada y el propio legislador, se muestra imbuido de los principios cristianos y gobierna cristianamente. Estas ventajas no pueden justificar ni enmendar el falso e injusto principio de la separación ni autorizan a nadie para defenderlo. Sin embargo aquellas ventajas hacen tolerable un estado de cosas que prácticamente no es el peor de todos” (León XIII, Au milieu des sollicitudes, 1892, § 41).

Los principios liberales son inaceptables, pero una realidad liberal no radical puede ser un mal menor que una situación de menor libertad práctica para el bien. 

[40] El caso del judaísmo es aparte, puesto que los últimos veinte siglos continúa la única religión verdadera, sólo que sin recibir a Cristo.

[41] Puede que la respuesta sea compleja, y que algunos oráculos de Mahoma no merezcan los mismos dictámentes que otros. Enfermedad mental, autoconvicción sincera, simulación consciente, influencia diabólica, son explicaciones que se han manejado en tiempos de mayor inquietud por indagar la verdad y sus causas, y que también podrían haberse conjugado en una misma persona y distintas ocasiones.

Para los cristianos que hoy insisten pertinazmente en la ‘incontestable’ autenticidad de la experiencia religiosa de Mahoma, convendría, además, considerar el juicio de un maestro de espiritualidad como San Ignacio de Loyola, que prevenía no sólo “que es propio del ángel malo que se disfraza de ángel de luz entrar con lo que gusta al alma devota y salir con el mal que él pretende”, sino que incluso “cuando la consolación es ‘sin causa’, aunque en ella no haya engaño por ser de Dios nuestro Señor sólo, como está dicho, sin embargo, la persona espiritual a quien Dios da esa consolación debe mirar con mucha vigilancia y atención dicha consolación, y discernir el tiempo propio de la actual consolación del tiempo siguiente en que el alma queda caliente con el fervor y favorecida con los efectos que deja la consolación pasada; porque muchas veces en este segundo tiempo por su propio discurrir relacionando conceptos y deduciendo consecuencias de sus juicios, o por el buen espíritu o por el malo, forma diversos propósitos y pareceres que no son dados inmediatamente por Dios nuestro Señor; y por tanto hay que examinarlos muy bien antes de darles entero crédito o ponerlos por obra” (Ejercicios espirituales, Reglas para la discrección de espíritus para la segunda semana, reglas 4ª y 8ª).

Si tales cautelas se deben tener para las experiencias religiosas de las almas cristianas no se entiende por qué no habrían de aplicarse dichas reservas a algunas experiencias de Mahoma, sobre todo al principio, para dar algo más de luz sobre su vocación profética. 

[42] “Pero hubo otros dos factores que incidieron en mi conversión: el primero fue el hecho de haber sido amenazado a partir de 2003. Esto me obligó a reflexionar no sólo sobre la realidad del extremismo y del terrorismo islámico, sino también sobre el islam como religión, a partir del momento en que estos extremistas y terroristas islámicos hacen lo que hacen en nombre del islam. Me vi obligado a analizar el Corán y la obra y el pensamiento de Mahoma y descubrí que hay profundas ambigüedades que permiten legitimizar la violencia y el terrorismo” [...]

“Hay que distinguir al islam como religión y a los musulmanes como personas. Si yo decidí convertirme, es totalmente obvio que lo hice porque maduré una valoración negativa del islam. Si yo pensara que el islam es una religión verdadera y buena, no me habría convertido, habría seguido siendo un musulmán. Pero nosotros vivimos en una Europa que está enferma de relativismo y que está sometida a lo políticamente correcto. Entonces hay que decir que todas las religiones son iguales, prescindiendo de sus contenidos, y no hay que decir nada que pueda hurtar la susceptibilidad de los demás. Pero yo rechazo esto porque creo que el ejercicio de la libertad de expresión no puede ser limitado. Y digo lo que pienso”.  (Entrevista para La Nación de Buenos Aires, publicada el 31-III-08, y reproducida por Aciprensa el 1-IV-08 en http://www.aciprensa.co m/noticia.php?n=20637

[44] Desgraciadamente, se trata de una actitud con fundamentos estrictamente coránicos, así: “¡Creyentes! ¡No toméis como amigos a los judíos y a los cristianos!” (Corán sura 5, aleya 51, 53, 54 o 56 según la edición) o “¡Creyentes! No toméis como amigos a quienes, habiendo recibido la Escritura antes que vosotros, toman vuestra religión a burla y a juego, ni tampoco a los infieles.” (Corán sura 5, aleya 57, 59, 60 o 62 según la edición). A lo largo del Corán se repiten las aleyas con esta indicación de no tomar como amigos a los infieles ni a los poseedores del Libro.


 


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