Sábado, 12 de octubre de 2024

Religión en Libertad

La exposición de París, otro ejemplo de cuánto «molesta» su conversión

Joseph Pearce denuncia la censura que esconde la permanente tensión católica que vivió Oscar Wilde

Oscar Wilde.
De Oscar Wilde se expone lo más sabido y manido y se esconde lo que de verdad da la clave de su vida y su personalidad: su permanente aspiración católica.

ReL

La ideología dominante aborda la biografía de Oscar Wilde (1854-1900) a beneficio de inventario, exaltando sus relaciones homosexuales y las consecuencias sociales y legales que tuvieron para él y pasando por alto, o poniendo bajo sordina, sus inquietudes espirituales.

Joseph Pearce, 'Oscar Wilde'.

Así lo denuncia Joseph Pearce, autor de su biografía Oscar Wilde. La verdad sin máscaras (Ciudadela), en un artículo publicado en The Imaginative Conservative bajo el título El escandaloso secreto de Oscar Wilde, motivado por la exposición sobre el escritor irlandés que organizó el Petit Palais Musée de Beaux Arts de París del 28 de septiembre al 15 de enero pasados:

El escandaloso secreto de Oscar Wilde

La vida de Oscar Wilde es más escandalosa hoy que durante el Decadentismo de los años 90 de siglo XIX. De hecho, es tan escandalosa que la reciente exposición sobre su vida y su legado en el Petit Palais Musée des Beaux Arts de París envolvió en una manta la parte más sorprendente de su vida y la puso a buen recaudo en un armario. Todos los hechos prudentes y burgueses de su vida fueron expuestos de forma relevante: esas cosas que todo el mundo sabe ya, como su autoindulgente relación homosexual con Lord Alfred Douglas y los diversos acontecimientos cursis y manidos asociados con él.

Oscar Wilde, de pie, junto a Lord Alfred Douglas, sentado.
Arriba, Oscar Wilde, de pie, junto a Lord Alfred Douglas, sentado. Abajo, la tarjeta en la que el padre de Lord Alfred, el marqués de Queensberry, le califica como "sodomita".
Tarjeta en la que el padre de Lord Alfred, el marqués de Queensberry, le califica como 'sodomita'.

La tarjeta del padre de Douglas, el Marqués de Queensberry, en la cual el Marqués garabatea la (mal deletreada) palabra “sodomita”, se expone en un marco con la debida pompa y prominencia. Hay una copia firmada de El retrato de Dorian Gray dedicada a Lord Alfred Douglas. Sí, en efecto: todo lo de siempre, habitual y aburrido hasta el bostezo.

Cartel de la exposición de París sobre Oscar Wilde.
La exposición del Petit Palais se tituló 'L'impertinent absolu [El impertinente absoluto]', pero... su impertinencia auténticamente absoluta, esos vuelos en torno a la Iglesia hasta su conversión final, ¡como si no hubieran existido!

¡Todo tan soporífero, tan tímido, tan previsiblemente puritano y apropiado…! Es simplemente la misma y antigua genuflexión, con la debida reverencia y deferencia, ante la cultura tediosamente dominante.
 
Lo que hace falta es algo de picante real. Algo realmente descarnado y contracultural. Algo que sacudirá al establishment hasta sus cimientos. Algo que picará la mojigatería de quienes se sienten seguros siguiendo las últimas novedades y modas. Lo que hay que mostrar es el auténtico Oscar Wilde, despojado de todos los pretenciosos sinsentidos con los que él mismo se ocultó del mundo. Necesitamos al Oscar Wilde desnudo, el realmente asombroso Oscar Wilde una vez quitadas todas las máscaras para poder verle en carne viva. No, necesitamos algo más que meramente Wilde en carne y hueso. El Wilde carnal no es suficiente porque Wilde, como cualquier otro hombre, tiene más profundidad que su piel. Tenemos que descender y ensuciarnos y encontrar al hombre que merodea debajo de la superficie, tan aburrida. Necesitamos conocer al Oscar real que se revela a sí mismo en esos momentos en que se libera de la libido.
 
Tenemos que ver al Oscar Wilde que el museo parisino ha encerrado en un armario para que no nos sacuda cuando visitamos la exhibición. Tenemos que ver al Wilde auténticamente cruel que sus biógrafos han barrido bajo la alfombra con bochornosos esfuerzos para mantener su sucio secreto oculto para el público. Yendo al grano: tenemos que conocer el amor que no se atreve a decir su nombre. Tenemos que conocer el enamoramiento durante toda la vida que mantuvo Oscar Wilde con Cristo y Su Iglesia, un enamoramiento que finalmente se consumó en el lecho de muerte de Wilde.

Oscar Wilde en 1882, en un retrato de Napoleon Sarony.
Oscar Wilde en 1882, en un retrato de Napoleon Sarony.

Lo primero que tenemos que saber sobre Wilde es que estuvo en guerra consigo mismo. El Wilde que quería ser santo y el Wilde miserable pecador estaban en conflicto a muerte uno con otro. En esto no era diferente al resto de nosotros. A lo largo de toda su vida, incluso en esos tiempos en los que vivió en su máxima “decadencia”, conservó un profundo amor por la Persona de Cristo y una duradera reverencia por la Iglesia católica. De hecho, empleó buena parte de su vida coqueteando con el catolicismo. Casi se convirtió como alumno en el Trinity College de Dublín, y estuvo a un suspiro de la conversión aproximadamente un año después en el Magdalen College de Oxford. No había diferencias doctrinales que le impidiesen ser recibido en la Iglesia. Creía todo lo que la Iglesia creía e incluso hablaba con elocuencia y gracia en defensa de dogmas católicos como la Inmaculada Concepción. La única razón por a que no siguió la lógica de sus convicciones católicas fue el temor a ser desheredado por su padre si lo hacía.

Años después, tras perder su favor a consecuencia del escándalo en torno a su relación homosexual con Lord Alfred Douglas, hablaba melancólicamente de su decisión a la fuerza de dar la espalda a la Iglesia. “Mucha de mi desviación moral se debe al hecho de que mi padre no me permitió convertirme en católico”, confesó a un periodista: “El lado artístico de la Iglesia habría curado mis degeneraciones. Hace tiempo que tengo la intención de ser recibido en ella”. El caso es que finalmente fue recibido en la Iglesia poco antes de su muerte en 1900.
 
No hace falta decir que el cristianismo de Wilde informó la dimensión moral de su obra. Su poesía muestra tanto un desinteresado amor por Cristo como, en sus momentos más oscuros, un profundo asco de sí mismo ante la fealdad de su propia vida de pecado. Sus relatos breves casi siempre están animados por una profunda moralidad cristiana, mereciendo El gigante egoísta el eterno reconocimiento como uno de los más delicados cuentos cristianos jamás escritos.



Versión de 'El gigante egoísta' en dibujos animados.

Sus obras de teatro son más que meramente comedias o tragedias; son obras de teatro morales en las que se reivindica la virtud y el vicio es vencido. Y El retrato de Dorian Gray, la única novela de Wilde y una auténtica obra maestra de la ficción victoriana, es una historia de intriga en la que un hombre se destruye a sí mismo y a quienes están en relación con él en su demente deseo de escapar de las construcciones de la moralidad y los dictados de su conciencia.
 
Esto ya es bastante rompedor, y explica la censura de los modernos y puritanos admiradores de Wilde, pero es solo una pequeña parte de toda la rompedora historia. No fue solo Wilde quien sucumbió al amor que no osa decir su nombre. La mayor parte de los Decadentistas que influyeron en Wilde o con quienes fraternizó también se enamoraron de Cristo y de Su Iglesia. Charles Baudelaire, Paul Verlaine y Joris Karl Huysmans, luminarias del Decadentismo en Francia, fueron recibidos en la Iglesia católica, pasando el último de ellos los últimos años de su vida en un monasterio.

Joris-Karl Huysmans (1848-1907), en los últimos años de su vida. Es el autor de 'A contrapelo', considerada la 'biblia' del Decadentismo.
Joris-Karl Huysmans (1848-1907), en los últimos años de su vida. Es el autor de 'A contrapelo', considerada la 'biblia' del Decadentismo.

Aún más llamativo es el hecho de que Wilde aprobase la entrada de Huysmans en el monasterio y mostrase su deseo de hacer lo mismo. No hace falta decir que no hubo mención a todo eso en la exposición de París, se ocultó en el armario cerrado bajo siete llaves.
 
Y hay más. La mayor parte de las luminarias del Decadentismo inglés también se hicieron católicos, incluyendo los poetas Lionel Johnson, Ernest Dowson y John Gray, el último de los cuales, la inspiración física de Dorian Gray, siguió adelante hasta convertirse en sacerdote católico.

John Gray (1866-1934), poeta decadentista converso al catolicismo en 1890 y ordenado sacerdote en 1901 en la basílica romana de San Juan de Letrán por el cardenal Pietro Respighi.
John Gray (1866-1934), poeta decadentista converso al catolicismo en 1890 y ordenado sacerdote en 1901 en la basílica romana de San Juan de Letrán por el cardenal Pietro Respighi.

Incluso Lord Alfred Douglas, el hombre que indujo a Wilde a abandonar a su mujer y a sus hijos en una sórdida persecución de placeres, vio el error en su camino y fue recibido en la Iglesia católica. Y cuando todos los amigos que estaban a las maduras le abandonaron, dejándole llevar una vida de penuria en París, fue otro converso al catolicismo, Robert Ross, el auténtico hombre que se cree que introdujo por primera vez a Wilde en la práctica homosexual, quien estuvo a su lado y fue a buscar al sacerdote que recibiría a Wilde en la Iglesia.
 
Éste es el sucio secreto que la exposición de París ocultó al público. Es el amor que no permite decir su nombre. Es el amor de Cristo, que llama a todos los pecadores al arrepentimiento, y el amor del alma penitente por el perdón de Dios. Es un amor tan asombroso que debe ser arrojado en un armario y escondido.
 
Oscar Wilde y muchos otros aprendieron que solo hay un camino para el verdadero amor. Es el amor que inspira el sacrificio de la propia vida por los amigos y enemigos de cada cual. Wilde salió de la oscuridad del armario al que le habían arrojado su propio pecado, y encontró la luz verdadera del día. Este el secreto revolucionario de Wilde que la burguesía tuvo que disimular. Es un secreto que deberíamos propagar desde los cerros de las colinas, a pesar de que la persecución y el odio que pueda provocar.

¡Salid del armario del Orgullo en el que estáis recluidos, vosotros, habitantes de las sombras! ¡Salid a la plenitud de la luz de Cristo y del Amor que transfigura el alma!

Traducción de Carmelo López-Arias.

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