Martes, 19 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Razones antropológicas explican su potencial destructivo

Mary Eberstadt: la revolución sexual introdujo en las relaciones hombre/mujer una lógica homosexual

Mary Eberstadt: la revolución sexual introdujo en las relaciones hombre/mujer una lógica homosexual
Mary Eberstadt es una de las grandes estudiosas sobre los devastadores efectos de la revolución sexual, en curso en Occidente desde los años 60, sobre la familia y la persona. En la imagen, su intervención en julio de 2019 en un encuentro de la Fundación Edmund Burke.

ReL

La capacidad de destrucción social que ha demostrado la revolución sexual en Occidente obedece a razones antropológicas y psicológicas profundas. La ensayista norteamericana Mary Eberstadt lo ha estudiado en profundidad en varias de sus obras, donde quedan de manifiesto también los estrechos vínculos entre fe y familia. Es el análisis de Alberto Frigerio en Tempi:

Revolución sexual, fe, familia y sociedad

En 2019, Mary Eberstadt, Senior Research Fellow en el Faith and Reason Institute de Washington D.C. y colaboradora en revistas y periódicos como Los Angeles Times y el Wall Street Journal, publicó el ensayo Primal Screams. How the Sexual Revolution created Identity Politics.

Este libro da un paso adelante en el recorrido iniciado por Eberstadt sobre el tema de la revolución sexual, objeto de la investigación de esta escritora y ensayista estadounidense, que se centra en sus implicaciones en relación a la fe, la familia y la sociedad. La obra de Mary Eberstadt ofrece claves de lectura para la comprensión de nuestro tiempo.

Revolución sexual

Eberstadt describe el fenómeno de la revolución sexual, iniciado a partir de los años 60 del siglo XX, como el proceso de progresiva "desestigmatización" de todas las variedades de prácticas sexuales no conyugales, propiciada por la difusión de las técnicas modernas de anticoncepción.

La revolución sexual está históricamente vinculada a la Reforma, el Romanticismo y el Feminismo. La interpretación negativa del eros, entendido como fruto de la concupiscencia pecaminosa, llevó, en el ámbito protestante, a secularizar la sexualidad a través de la desacralización del matrimonio. Ante la represión puritana de los afectos, que se abrió paso en ámbito católico a traves del jansenismo, en los siglos XVIII y XIX se desarrolló en el ámbito alemán el Romanticismo, cuya intención inicial era revalorizar el elemento afectivo de la relación amorosa, pero que acabó por reducir el amor a sentimiento. La crisis del puritanismo explotó cuando surgió el heterogéneo movimiento feminista, cuyo fin era reivindicar la igualdad entre el hombre y la mujer, pero que acabó siendo la búsqueda de lo que es específicamente femenino y llevando a que algunas de sus ramificaciones degeneraran en la afirmación de una generalizada indiferenciación sexual.

Según los promotores y defensores de la revolución sexual, la píldora y, como plan B, el aborto (aunque la anticoncepción atenta contra la castidad conyugal y el aborto contra la justicia, ambas circunstancias morales no están privadas de conexión, dado que el aborto se realiza a menudo como anticoncepción de emergencia) liberarían a la humanidad al liberar a la mujer de las cadenas de la fertilidad y a las minorías sexuales de la prisión de la moral tradicional.

De manera más detallada, en el libro-manifiesto de la revolución sexual Die Sexualität im Kulturkampf. Zur sozialistischen Umstrukturierung des Menschen (1936), el psicoanalista austriaco Wilhelm Reich teorizó el conflicto entre el instinto sexual y los principios morales, y propuso la superación de la familia monógama tradicional, considerada una institución social represiva, en la que la líbido es mortificada en aras del elemento procreador. En esta óptica, la práctica de la sexualidad solo se entiende en virtud de la búsqueda del placer sexual, y la liberación coincidiría con la mera satisfacción de los instintos sexuales.

En su coloquio con el periodista y escritor Vittorio Messori, el entonces cardenal Ratzinger describía la revolución sexual como un fenómeno caracterizado por una triple fractura: entre sexualidad y matrimonio, que abre la vía en ámbito civil a la equiparación del matrimonio a otras formas de relación heterosexual; entre sexualidad y procreación, eliminando la diferencia sexual y poniendo las bases para la equiparación de las relaciones heterosexuales y homosexuales; entre sexualidad y amor, reducido a fenómeno fisiológico que hay que apoyar hedonísticamente [Informe sobre la fe, 1985].

Para comprender a fondo el cambio radical que se está llevando a cabo, vale la pena recordar el papel que ha tenido la acción/saber tecnológico, copartícipe de la triple factura descrita y del avance en ámbito sexual de una lógica consumista. Junto a la difusión de las técnicas anticonceptivas, que separan la sexualidad de la procreación, hay que recordar la difusión de las técnicas de reproducción asistida, que separan la procreación de la sexualidad. Ambos métodos han abierto el camino al doble movimiento from sex without babies to babies without sex [del sexo sin bebés, a los bebés sin sexo], introduciendo en las relaciones heterosexuales una lógica homosexual, caracterizada por una sexualidad privada del elemento procreador, y por prácticas procreadoras privadas del ejercicio de la sexualidad. En este sentido, se comprende lo que escribió el filósofo Augusto del Noce, según el cual el pensamiento moderno tiene carácter nihilista y es incapaz de captar la diferencia, también en términos sexuales, como "otra" presencia positiva distinta a uno mismo, por lo que acaba concibiendo la experiencia amorosa, también heterosexual, en términos homosexuales, como prolongación del yo [Carta a Rodolfo Quadrelli, 1984].

Implicaciones

La revolución sexual favoreció la proliferación de una serie de comportamientos que, hasta ese momento, eran escasos y considerados inaceptables: relaciones prematrimoniales, relaciones extraconyugales, rupturas familiares. En lugar de propiciar una auténtica liberación, la revolución sexual ha contribuido a la difusión de una inestabilidad afectiva perjudicial, como atestiguan a nivel macroscópico los datos correspondientes a las convivencias, separaciones y divorcios, que provocan un gran sufrimiento en grandes y pequeños.

John Lennon y Yoko Ono en Amsterdam. Foto: Eric Koch/Wikimedia.

En el ensayo Home-Alone America (2004), Eberstadt evidencia las consecuencias de las rupturas familiares y la ausencia de la figura paterna en niños y adolescentes: incremento del índice de depresión, delincuencia y abuso de sustancias, inicio precoz de la actividad sexual con difusión de las enfermedades de transmisión sexual (ETS). Por último, la autora observa un aumento del 350%  en el número de abusos sexuales sobre niños a partir de 1980. Este último dato confirma lo que ha observado el Papa emérito Benedicto XVI que, en sus notas sobre los abusos sexuales publicadas en abril de 2019, pone en evidencia el vínculo entre revolución sexual, que no toleraba ninguna norma en materia de sexualidad, y la difusión de la pedofilia.

En Adán y Eva después de la píldora (2012), Mary Eberstadt observa el resultado paradójico de la revolución sexual para hombres y mujeres: a un crecimiento exponencial del sexo, cada vez más difundido y al alcance de todos, le corresponde una disminución significativa de satisfacción romántica.

En el texto Cómo el mundo occidental perdió realmente a Dios (2013), Eberstadt pone de manifiesto el vínculo entre fe y familia, doble hélice que constituye el ADN de la sociedad. La tesis clásica de la secularización, a saber: que la fe favorece la edificación de la familia y la crisis de fe la erosiona, es integrada con la afirmación de que el buen estado de salud de la familia alimenta la fe, y el malo dificulta el acceso a Dios. La perspectiva planteada por Eberstadt recuerda el ensayo Family and Civilization (1947) del sociólogo de Harvard Carle C. Zimmerman, según el cual el declive del mundo clásico estuvo caracterizado por el declive de la familia.

La autora defiende su tesis aportando algunos datos sociológicos (concomitancia en la segunda posguerra del boom religioso y familiar; marcada secularización en los países con un alto índice de personas que viven solas, como en los países escandinavos; debilitamiento de la práctica religiosa en las confesiones cristianas de matriz protestante al introducir cambios en el ámbito de la moral sexual y familiar a través de la anticoncepción, el divorcio y la homosexualidad) y avanzando consideraciones antropológicas (la generación es una experiencia trascendente que lleva a que las personas salgan de sí mismas; los padres buscan comunidades morales que les coadyuven en ámbito educativo; la fe es un apoyo al afrontar los sacrificios que requiere la vida familiar).

La familia tiene carácter sagrado, y esta es la razón por la que la crisis de la familia es expresión, y también motivo, de la secularización. La familia es el lugar de la transmisión de la fe, no sólo porque es en ella donde el hijo es introducido o no a una determinada tradición religiosa, sino también porque, y de manera más profunda, la experiencia familiar tiene un carácter religioso.

Las relaciones conyugales y paterno-filiales tienen un valor sagrado, puesto que se invita a las personas a tomar partido por un bien gratuito y lleno de significado, como es propio de la experiencia de fe: matrimonio y familia llevan a cabo la figura de la vida como dedicación a un plan trascendente. En la novela El hombre sin atributos (1930), que ataca una cierta visión burguesa del matrimonio, Robert Musil afirma: "Y sin embargo, hay algo de verdad en lo que se conoce como significado sagrado de la familia, en ese estar atraídos los unos por los otros, sirviéndose mutuamente".

La familia es una realidad creatural que proporciona el lenguaje a la fe, como muestra la Alianza bíblica, que tiene su ejemplificación en el acontecimiento nupcial, que nos habla de esponsalidad y generación. Véase, a título de ejemplo, el libro del profeta Oseas, que en el capítulo 2 interpreta la relación entre Dios y el pueblo a la luz de la unión entre marido y mujer ("Yo la persuado, la llevo al desierto, le hablo al corazón... Aquel día -oráculo del Señor- me llamarás 'esposo mío'... Me desposaré contigo para siempre, me desposaré contigo en justicia y en derecho, en misericordia y en ternura"), mientras que en el capítulo 11 lo interpreta a la luz de la relación entre padres e hijos ("Cuando Israel era joven lo amé y de Egipto llamé a mi hijo... Pero era yo quien habría criado a Efraín, tomándolo en mis brazos... Con lazos humanos los atraje, con vínculos de amor. Fui para ellos como quien alza un  niño hasta sus mejillas. Me incliné hacia él para darle de comer").

En el libro It's Dangerous to Believe (2016), Mary Eberstadt denuncia la persecución soft [suave] llevada  a cabo por la ortodoxia laicista contra todo el que disienta del dogma progresista de la revolución sexual. El secularismo progresista considera que rechazar los postulados de la liberación sexual constituye una amenaza para la sociedad y merece ser castigado. En este sentido, es preocupante constatar que determinadas posiciones de quienes se sienten perplejos ante los denominados nuevos derechos respecto al ámbito bioético tienden a ser denigradas a priori al ser consideradas contrarias al pensamiento dominante. Preocupa también constatar que el derecho a la objeción de conciencia en relación a temáticas tan complejas y debatidas no sea acogido y protegido a nivel jurídico, causando graves dificultades al conjunto de determinadas categorías profesionales, sobre todo en ámbito sanitario.

En Primal Screams. How the Sexual Revolution created Identity Politics (2019), Mary Eberstadt aborda el tema de la identidad y de las políticas identitarias. La autora hace referencia al ensayo La cultura del narcisismo (1979), del sociólogo estadounidense Robert C. Lasch, sobre la difusión de la mentalidad narcisista, y al ensayo Solo en la bolera (2000), del politólogo estadounidense Robert D. Putman, sobre el declive de las comunidades y las asociaciones, e investiga los motivos centrando su mirada en el tema de la familia. La gran dispersión (great scattering) familiar provocada por la revolución sexual, afirma la autora, constituye el impedimento más significativo a la comprensión de uno mismo. La relación es camino de edificación de uno mismo, entre el yo y el uno mismo, diría el filósofo francés Paul Ricoeur; por esto, la crisis de las relaciones familiares complica el proceso identitario y la cuestión de la identidad se convierte en zona zero emotivo y político para una amplísima parte de la población.

La ruptura de los vínculos familiares y la búsqueda de la identidad encuentra ejemplificación en el panorama musical, que se divide entre quienes cantan la disgregación de la familia (Eminem, Papa Roach, Everclear, Blink-182, Good Charlotte, Eddie Vedder y Pearl Jam, Kurt Kobain y Nirvana, Tupac Shakur, Snoop Dogg) y lo que representan el mito del andrógino en la perspectiva de la ambigüedad sexual (David Bowie, FFC-Acrush, BTS).

Conclusión

La revolución sexual, aun partiendo de perspectivas de cambio en parte aceptables como la búsqueda de afecto y el amor solidario, anteriormente, en un segundo plano, ha provocado un deterioro del ethos sexual, marcado por una "mentalidad hedonista e irresponsable respecto a la sexualidad" (Juan Pablo II, encíclica Evangelium vitae n. 13). Es cuanto afirmaba Pablo VI proféticamente en la encíclica Humanae vitae, promulgada en el verano de 1968, en plena revolución sexual, afirmando que la introducción de las prácticas anticonceptivas llevaría a un disminución general de la moralidad (infidelidad conyugal, degradación de la dignidad de la mujer), mientras que la defensa de la moral conyugal en su totalidad es el camino a la edificación de una civilización verdaderamente humana (nn. 17-18).

Dos textos nos ayudan a comprender el alcance antropológico y social de la anticoncepción: el primero es Contraception and Chastity (1975), en el que Elizabeth Anscombe, filósofa británica discípula de Wittgenstein, ponía en evidencia la imposibilidad, implícita en la legitimación de la anticoncepción, de distinguir entre actos sexuales buenos y malos. Separar el significado unitivo del procreador, por ejemplo, impediría reconocer el aspecto crítico existente en el acto homosexual. El segundo es De la vie avant tout chose (1979), en el que Pierre Simon, ginecólogo ex Gran Maestre de la Gran Logia Masónica de Francia, declaraba la voluntad de subvertir las costumbres sociales occidentales de matriz clásica y judeocristiana a través de la anticoncepción, a la que añadía el aborto y la eutanasia. Estas tres prácticas, a la que hoy podríamos añadir muchas más (eugenesia, experimentación con embriones, fecundación asistida, maternidad subrogada, manipulación de los cuerpos) introducirían la noción de vida como algo material, vacío de todo significado intrínseco y a total disposición de la voluntad subjetiva.

La reflexión llevada a cabo por Mary Eberstadt nos ayuda a comprender el estrecho nexo entre fe y familia: por un lado, la fe en Dios pone las bases para una experiencia familiar sólida y, por el otro, la vida familiar lleva a Dios en cuanto lugar de cuidado en el que la persona vive vínculos de gratuidad y de bondad de carácter religioso. El hombre alcanza la conciencia siempre en la mediación de una experiencia práctica, actuando e implicándose en la realidad (Jn 3, 21); por lo tanto, la posibilidad de mantener vivas evidencias seculares como el carácter insuperable de la diferencia sexual, está relacionado con la tutela de experiencias fundamentales como la familia.

La Iglesia, al ocuparse y cuidar de la familia, fortalece el cuerpo eclesial y edifica al conjunto de la sociedad. El vínculo de ida y vuelta entre fe y familia nos dice que evangelizar a la familia implica anunciar la fe en el Dios de Jesucristo y, al mismo tiempo, el anuncio de la fe nos pide promover la familia jurídica y culturalmente, en cuanto la cultura es mediación de la conciencia y la ley es uno de los dispositivos culturales más poderosos.

Traducido por Elena Faccia Serrano.

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