Viernes, 19 de abril de 2024

Religión en Libertad

Los cargos religiosos atraen a personas con trastorno de personalidad narcisista; ¿cómo evitarlo?

¿Cuántos pastores narcisistas hay destruyendo parroquias y almas? Un estudio dice que el 32%

¿Cuántos pastores narcisistas hay destruyendo parroquias y almas? Un estudio dice que el 32%
El sacerdote de la foto -que no tiene por qué ser narcisista- se hace un selfie en Miércoles de Ceniza... involuntariamente, queda el simbolismo de una imagen propia ampliada

Pablo J. Ginés/ReL

A estas alturas, es difícil negar que en la Iglesia Católica –y no sólo en ella- hay una crisis de liderazgo a varios niveles. Muchos obispos han demostrado ser incapaces de proteger a sus ovejas de abusadores y depredadores. Otros muchos han demostrado ser meros gestores de la decadencia, incapaces de atraer a la fe a nuevas generaciones o mantener a las generaciones nacidas en familias cristianas. Lo mismo se puede decir de párrocos y líderes eclesiales con acceso a recursos, personal e instalaciones.

Mucha gente, en España y en otros países católicos, cuenta historias de curas y monjas que conocieron en su infancia y eran extrañamente iracundos e incluso físicamente violentos y no eran capaces de mostrarles un Dios de amor. Otros hablan de párrocos incapaces de crear equipos de colaboradores, con estallidos de ira y maniobras para expulsar a cualquiera que consideren un “rival” que les pueda hacer sombra.

¿Podría tratarse de personas con un trastorno narcisista de personalidad? ¿Atrae la vida clerical o eclesial a personas con este trastorno psicológico? Hay datos que sugieren que así es.

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Los obispos timoratos e inoperantes... y algo peor

En un artículo en ReL ya hablamos de un tipo de líderes inoperantes: los autoritarios timoratos, que sólo sirven para realizar gestiones ordinarias pero son incapaces de contraatacar y tomar decisiones en tiempos duros. Siguen el modelo descrito por el psicólogo Norman Dixon en su libro clásico de 1976: Sobre la psicología de la incompetencia militar. Es el líder que, en crisis, hará lo mínimo para cumplir el expediente. Quiere desesperadamente ser popular, quiere gustar o, más bien, no ser criticado. ¡No quiere ganar la guerra, ni sueña con ello! Quiere que no le critiquen y poder jubilarse tranquilo.

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Pero ahora nos planteamos otro tipo de líder con un perfil similar, que no sólo quiere gustar a toda costa sino que cree que todos le deben admiración: el que sufre un trastorno de personalidad narcisista.

Hablamos aquí no de un mero vicio o defecto, sino de un trastorno grave que figura como tal en los manuales de psicología. El narcisista patológico cree que nunca se equivoca y que merece toda la gloria y atención. Continuamente exige atención sobre sí mismo. Todo lo que hace busca alimentar su autoimagen de grandeza. Cree con firmeza que toda la gente en su entorno existe para servir a su imagen y sus objetivos. A quien no trabaje dócilmente para ese fin, lo verá como un rival o una amenaza y tratará de apartarlo o destruirlo.

El líder narcisista: cree ser muy bueno, pero es destructivo

Precisamente porque cree ser brillante y especial, no persevera en sus esfuerzos y trabajo. Inicia mil proyectos que nunca acaba, gastando fondos importantes de forma absurda. No es un estudioso ni trabajador muy bueno, pero tiende a gravitar hacia el campo de la empresa, el ejército, la academia, el derecho y el clero. Allí tendrá subordinados a los que mandar y a los que echar las culpas de todo lo que salga mal.

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Mostrando seguridad infinita en sí mismo y gran decisión, actuará como líder autoritario y errático. Cuando ya no pueda echar las culpas de sus fallos a otros y pierda su base de poder, buscará otro lugar nuevo, lleno de incautos a los que utilizar.

En el mundo empresarial se tarda menos en detectar al narcisista porque no da lo que promete y se le expulsa. En cambio, en el mundo eclesial, cuesta más tiempo detectarlo y sacarlo de circulación. Esto se debe a la gran paciencia cristiana de los feligreses, a la tendencia cristiana de perdonar los defectos y esperar que la cosa mejore con oración y al clericalismo de las autoridades competentes, que tardan en apartar al narcisista del lugar donde causa daños.

El narcisista no tiene empatía ni humor autocrítico

Hay que comprender que el narcisista carece de empatía. No capta ni valora los sentimientos de los demás. Por ejemplo, se le da mal el humor porque no entiende qué es lo que otros consideran gracioso. Puede aprender chistes y usarlos desde el púlpito porque ha visto que “funcionan”, pero no los entiende. Si improvisa chistes y ocurrencias, nadie lo ve gracioso.

De hecho –y esta es una forma de detectarlo- él nunca aceptará hacer humor sobre sí mismo, jamás se reirá de sí mismo y sus fallos. Si alguna vez parece hacer algo de autocrítica espera que enseguida le respondan “no, ¡tú lo haces bien!”.

El narcisista quiere ser alabado y espera que así sea. Se pega como una lamprea a quien cree que puede aportarle fama, algún famoso del que presumirá siempre, inventando historias sobre cuán amigos son y cuánto el famoso le admira y agradece.

El narcisista miente con todo descaro y convicción sobre un tema, y es capaz de decir exactamente lo contrario dos minutos después, con igual convicción, negando cosas que todos han visto. Por ejemplo, después de una bronca furiosa contra un subordinado, ante 20 testigos, puede negar haber gritado. Después de haberlo despedido ante todos, puede asegurar al día siguiente que se fue por su propia voluntad.

Negará la evidencia hasta que le pongan una grabación de vídeo mostrándola. Entonces farfullará, sinceramente asombrado, “no es lo que parece” o “es que están todos contra mí porque me tienen envidia”, buscando alguna víctima.

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Disimula ante los superiores y acumula rencor

Ante los superiores a los que no consigue controlar, intenta pasar desapercibido, y si les guarda rencor –el narcisista es muy rencoroso- maniobrará para hundirlos cuando pueda. A los subalternos poco dóciles, intentará hundirlos en público y con gran escándalo.

El narcisista a veces tiene arrebatos de la llamada “furia narcisista”, arrebatos que asombran en entornos eclesiales. De repente el párroco o la jefa de catequistas empiezan a vociferar con histeria contra una o más víctimas acusándole de todo tipo de barbaridades, incluso anunciando en público cosas feas y humillantes que han aprendido en intimidad o bajo secreto de confesión o de confidencialidad. Lo más humillante, en entornos cristianos, suele ser que al terminar sus gritos y su operación de escarnio público el narcisista suele agregar, ante todos, algo así como "pero pese a lo malísimo que eres, yo te perdono", dejando claro que él tiene todo el dominio.

A base de gritos y maniobras, el narcisista expulsa a las personas más independientes (por ejemplo, catequistas o evangelizadores con empuje y ganas de emprender proyectos) y crea una cohorte de esbirros dóciles y sin personalidad. El cónyuge de un narcisista es, a menudo, una persona vaciada, psíquicamente hueca, absolutamente dócil y dominada, una extensión de la voluntad de su amo, moldeada por años de manipulación y gritos.

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La silla del centro no es para Dios, sino para el líder narcisista, que necesita que se le admire y alabe continuamente y que todo dependa de él

¿Cuántos clérigos son narcisistas patológicos? Quizá uno de cada tres

¿Cuántos párrocos o clérigos pueden tener este tipo de trastorno? Un estudio en Canadá a partir del clero de una gran denominación protestante calcula que puede tratarse perfectamente de un 32% del clero, es decir, uno de cada tres pastores.

¿Y cuántos serían los clérigos narcisistas en entornos católicos? Después de todo, los sacerdotes pasan por el seminario y los religiosos por el noviciado y allí se supone que habrán sido examinados por sus superiores y responsables.

Sin embargo, formadores católicos consultados por ReL creen que la cifra del 30% no es absurda. “En años recientes la selección en los seminarios ha mejorado, pero durante muchos años se hizo una selección muy mala en muchas diócesis”, lamenta un joven responsable de formación de un seminario castellano.

¿Cómo se cuentan los pastores narcisistas?

Entre la población en general se calcula que hay pocas personas con verdadero trastorno de personalidad narcisista: serían entre el 0,5% y un 2,2%, según los expertos. Se calcula que un 75% de los verdaderos narcisistas son varones. Y parece que abundan especialmente en la profesión clerical: el oficio los atrae.

Hay algunas preguntas clave que ayudan a detectarlos, y también ayuda el hecho de que a los narcisistas les gusta hablar de sí mismos. Es su gran tema, su tema preferido, casi su único tema. Si reciben un cuestionario con las preguntas adecuadas, lo responderán encantados y cantarán sus alabanzas sobre sí mismos.


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Ball y Puls han analizado el fenómeno de los 
pastores narcisistas se han dedicado a contarlos:
pueden ser uno de cada 3 pastores (libro aquí en Amazon)

Así realizaron su investigación R. Glenn Ball y Darrell Puls para su apasionante libro de 2017 Let us Prey: the plague of narcissist pastors and what can we do about it” (“Depredemos: la plaga de pastores narcisistas y qué podemos hacer con ella”).

Darrell Puls ha trabajado en la resolución de conflictos laborales y de organizaciones desde 1976, y empezó a trabajar en conflictos de entidades religiosas en 1998. Glenn Ball ha sido pastor de una congregación protestante en Canadá durante más de 30 años y durante años su iglesia le ha empleado para que se especialice en ayudar a parroquias problemáticas. Ambos descubrieron que detrás de muchas parroquias con problemas serios había líderes con trastornos de personalidad narcisista. Pero ¿cuántos clérigos podían sufrir algo así?

Enviaron en verano de 2013 una “Encuesta de Cualidades de Liderazgo” a 1.385 pastores de cierta denominación protestante presente en toda Canadá, que tiene pastores ordenados pero no obispos. Se incluyó a pastores retirados o inactivos y también a pastoras. Respondieron 416. Entre los pastores activos, respondió el 32%. Entre los retirados, un 24%.

El resultado fue contundente: 220 pastores encajarían en la descripción del especialista Hessel Zondag (de la Universidad de Tilburg, Holanda) de lo que son “narcisistas equilibrados”, aquellos que “tienen fuertes tendencias narcisistas pero son capaces de enfocarlas de forma positiva”. Estas personas no tienen realmente el desorden de personalidad, aunque la cifra ya indica que la carrera clerical atrae a un cierto tipo de persona. Con todo, las personas en esta categoría pueden cumplir sus tareas sin mayores disfunciones.

Los problemáticos de verdad son los otros: un 26% de los encuestados que cumplían las condiciones del verdadero Desorden de Personalidad Narcisista de tipo “abierto”, y un 5,2% adicional que sufrían Desorden de Personalidad Narcisista “encubierto”. En total, un 32,2%, casi un tercio del clero, con Desorden Narcisista serio. A este clero los autores lo consideran “depredador” y “tóxico”. “Es tan malo como suena”, insisten.

El narcisista encubierto: se hace el víctima y maniobra

El narcisista “abierto” reacciona airadamente, indignadísimo, en cuanto se le critica. En cambio, el narcisista “encubierto” es más difícil de detectar. Cuando se le critica se muestra retraído y juega el papel de víctima. Gimoteará y se hará el mártir. En cuanto pueda se comparará con San José (“qué pensarían de él los vecinos al ver embarazada a María, pero él era inocente”) o con José y los otros hijos de Jacob (“maquinaban contra él y le envidiaban porque era bueno…”).

Más bien tímido, la falta de empatía y autoestima lleva al narcisista encubierto a tratar de destacar poco en entornos públicos. En ambientes eclesiales puede pasar por humilde, sufrido o austero. Pero en realidad buscan tejer un entorno confortable y controlable a su alrededor, expulsando posibles rivales (cualquiera) e impidiendo un crecimiento que salga de su control.

El narcisista discreto evita ir a comer a casas de feligreses: enseguida se notaría su falta de empatía y de capacidad social a corta distancia. Pero si esa misma familia lo invita a un carísimo y prestigioso restaurante, no podrá dejar de ir: ¡se merece lo mejor y así todos lo verán!

Los narcisistas encubiertos, según el estudio, se concentraban en congregaciones de menos de 200 personas (las parroquias protestantes suelen ser más pequeñas que las católicas). Pero la mayoría de los otros narcisistas lograban colocarse en congregaciones de más de 200 personas.

¿Preparar el sermón? ¿Para qué?

Los narcisistas demostraban también que dedicaban mucho menos tiempo a rezar y estudiar la Biblia que los clérigos normales. Pese a eso, se autopuntuaban mucho más alto que la media al poner nota a su vida espiritual y a la calidad de sus sermones.

En la encuesta de Glenn Ball y Darrell Puls, como media entre los encuestados, y también entre los narcisistas abiertos, un 70% declaró que preparaba sus sermones. En cambio, entre los narcisistas ocultos, sólo lo hacía un 45%. El resto improvisan: consideran que son tan buenos que no necesitan prepararlo. Pero, entonces, ¿por qué los narcisistas abiertos sí preparan su sermón? “Creemos que ven a Dios como un rival que tienen que disminuir y sus sermones son una representación artística en la que mostrar su oratoria y retórica, lo que les lleva a prepararlos mejor”, responden los autores.

Dios no es amor, es un rival... del que aprovechar su prestigio

La relación del narcisista con Dios es extraña. No puede entender que “Dios es amor”. Entiende que Dios es grande y poderoso, que Dios es un rival al que no puede superar. Pero puede pegarse a Él como a una celebridad cualquiera y absorber de Él prestigio, autoridad y atención. El narcisista usa a Dios para llamar la atención sobre sí mismo, e insiste en presentarse a sí mismo como el canal de Dios por el que los feligreses deben circular. Al desviar la atención debida a Dios hacia sí mismo, de hecho fomenta una forma de idolatría. ¿Y los feligreses? Son para él como esos guardaespaldas que deben estar dispuestos a recibir una bala por el líder, a quemarse y morir por él.

El narcisismo tiene mucho de exhibición, de mostrarse… y en el culto protestante el sermón es la gran ocasión. No importa cuán malos y repetitivos sean sus sermones: el narcisista pensará ser un gran predicador y espera que así se lo digan (“qué magnífico sermón, reverendo”).

En el culto católico, donde el centro está en la liturgia y el sacramento (la Elevación de la Hostia, la invocación del Espíritu sobre las especies…) quizá un narcisista se encuentre menos a gusto y tienda a reducir el tiempo dedicado al canon de la misa y dedicar más tiempo a la homilía. Claro que un narcisista puede encontrar formas de exhibirse también en la liturgia, que es, para él, una forma de actuación. Un narcisista en ambientes tradicionalistas lo haría con pompas, vestimentas, etc…; en ambientes progresistas añadiría ”espectáculo creativo” que llame la atención sobre sí.

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¿Cómo daña el narcisista a la Iglesia?

Más en concreto, ¿cómo daña el líder narcisista a una parroquia, y a la Iglesia en general?

Para empezar, son mediocres convencidos de ser geniales, que maniobran sin parar para ocupar puestos de poder sin tener realmente mucha capacidad de liderazgo.

Además, no se rodean de buenos colaboradores, sino de gente sumisa. Cuando un colaborador demuestra iniciativa y capacidad lo ven como rival, y lo expulsan. Son líderes mediocres que llenan los órganos de servicio de otros mediocres sumisos y predecibles.

Buena parte del liderazgo cristiano consiste en “capacitar a los santos [es decir, a los fieles, los cristianos] para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (como pide Efesios 4,12). Y también en formar formadores (2 Timoteo 2,2: “enseña a otros capaces de enseñar”). Pero el narcisista no lo hará, porque formar personas capacitadas sería generar posibles rivales que le hagan sombra.

Por otra parte, un pastor cristiano se supone que debe padecer con las ovejas, acompañarlas en el sufrimiento y en sus alegrías y ponerse a su servicio. Pero el narcisista no puede “padecer con” porque no tiene empatía. Él lo que quiere es mandar y que las ovejas se pongan a su servicio.

Además, el líder narcisista tiene delirios de grandeza: pone en marcha proyectos faraónicos que suenan bien (y más en nuestra época de eslóganes, campañas y jornadas), pero en pocos meses, cuando se complican las cosas o surge otra moda, lo abandona. Es experto en empezar cosas, ganar prestigio al anunciarlas y no terminar ni culminar ninguna.

El oficio clerical los atrae… y ellos alejan a la gente

“Si el pastor líder es narcisista y capaz de empujar a otros líderes a su círculo enfermizo, la Iglesia empezará a deslizarse a su propia versión del desorden de personalidad narcisista, y más cuanto más permanezcan estos líderes al mando. Este ciclo tiende a autoperpetuarse: a medida que los líderes más sanos se van por incomodidad o desacuerdo, nuevos líderes con tendencias narcisistas tienden a emerger, junto con un subgrupo de seguidores dóciles que se acercan al líder para gozar del calor de su gloria”, avisan Glenn Ball y Darrell Puls.

En las iglesias, los líderes narcisistas pueden hacer aún más daño que en el mundo de los negocios. El narcisista está dispuesto a arrasar su congregación o comunidad, antes que perderla. Por supuesto, si la congregación queda arrasada, el líder echará la culpa a enemigos internos, externos, a la mala suerte o a la ineptitud de los miembros.

En Estados Unidos y Canadá, donde una parroquia puede tener varios empleados con sueldo, los asalariados podrán soportar al líder narcisista y sus chaladuras callando y asintiendo para no perder su trabajo. Así, esos profesionales dejan de lado su capacidad profesional real para dejar de servir al Evangelio y limitarse a ser esbirros de un jefe narcisistas.

Recogen datos para usar contra los demás

El narcisista no tiene empatía, pero continuamente recoge datos que puede usar para dañar a los demás, y como clérigo le puede resultar más fácil. Puede acudir a un colaborador y hacerle una batería de preguntas como “¿cuál es tu mayor ambición en la vida?”, “¿cuál fue tu mayor fracaso?”, “¿qué es lo peor que podría pasar en tu vida matrimonial?”, etc… el feligrés puede pensar que el pastor está interesado en conocerle y ayudarle. En realidad está recogiendo datos que luego usará como arma.

Las víctimas del narcisista –a las que acosa con gritos, maniobras maquiavélicas, revelando sus secretos y conspirando contra ellas- se van de la congregación pero de una en una. Por lo general, ninguna víctima sabe que hay otras víctimas, no ven lo que ha pasado con otros. Cada una está sola ante el narcisista tiránico y su círculo de esbirros dóciles o amedrentados.

Los heridos dejan la parroquia... y la fe

Las víctimas del narcisista, heridas, suelen dejar no solo la comunidad, sino la Iglesia y la práctica religiosa, e incluso la fe. Quizá el narcisista les convence de que “nadie te aguantaría ni nadie te puede querer, ni siquiera Dios”. Quizá les hace creer que Dios es inalcanzable. O indeseable, si Dios se parece al Padre Fulano, como repite él. Muchas personas que no han conocido pastores buenos y amorosos y no han tenido experiencia del amor de Dios pueden así perder la fe para siempre.

Glenn Ball y Darrell Puls escriben: "Si estás en una iglesia con un pastor depredador [narcisista en campaña contra alguien] tus opciones son más limitadas de lo que piensas: puedes quedarte y sufrir, quedarte y obligar a irse al pastor, o marcharte tú. No hay otras opciones realistas, porque el pastor depredador narcisista va a hacerlo todo a su manera, no le importan las consecuencias y no cambiará de forma significativa en nada. Por mucho que odiemos decirlo, no hay término medio. El desorden de personalidad narcisista (DPN) tiene uno de los peores índices de tratamiento de cualquier enfermedad mental, incluso en el caso extremadamente improbable de que aceptara recibir tratamiento: rechazan la misma idea de tener una enfermedad mental".

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¿Puede arreglarlo el obispo? No, si es timorato...

En entornos católicos, en los que se supone que los feligreses podrían avisar al obispo de la situación (si la detectaran) cabe esperar que el obispo tomara cartas en el asunto. Pero, como se ha demostrado en muchos casos, un obispo preferirá hacer caso a la argumentación de un sacerdote que a la de los feligreses, sobre todo si el sacerdote es insistente, convincente o amenaza con “montar un lío” y contar cosas en la prensa. Muchos obispos tienen un terror enorme a eso, y cederán. La combinación de pastores depredadores y obispos timoratos e inoperantes es letal.

Glenn Ball y Darrell Puls explican por qué un narcisista puede mantenerse tanto en el poder pese a sus desastrosos resultados. "Los narcisistas pueden ser camaleones de proporciones increíbles. Pueden retorcerse y cambiar de color para encajar en casi cualquier situación, si lo necesitan. A menudo son encantadores, inteligentes, parecen haber leído mucho, son asombrosamente manipuladores y no empáticos con los problemas de los demás. También son vengativos, despreciativos e incesantes en sus ataques contra quien perciben como enemigo".

“Cuando ven un rival, una amenaza, le intentan expulsar. Si no pueden porque es un superior o inspector, se muestran cordiales, colaborativos, tratan de acercarse, se amistosos y hasta piden consejos "para hacerlo mejor", mostrándose dóciles”.

Cuando un obispo ve que el clérigo problemático parece ser dócil y pide consejos y escucha y hasta toma notas, piensa de buena fe que cambiará. Pero es teatro: el narcisista no cambiará. El narcisista odia sentir que tratan de influir en él o darle órdenes. Piensa que nadie tiene nada que enseñarle, que es perfecto, autónomo, y en cuanto pueda hará lo que quiera.

No hay "mafias narcisistas", pero pueden jerarquizarse

En estos tiempos que se habla mucho de “mafias de sacerdotes” que se coordinan para encubrirse mientras cometen delitos sexuales o económicos, se puede decir que los narcisistas no suelen coordinarse entre ellos ni con otros.

No hay “mafias narcisistas” porque cada uno cree ser mejor que el otro y no soporta tener iguales ni rivales. Pero los narcisistas con menos poder tratarán de ser complacientes con los que tienen más poder para evitar ser destruidos. Al carecer de empatía, si se producen víctimas inocentes en el proceso, no le importará callar, a menos que vea ventajas claras en delatar a un superior o rival.

¿Qué se puede hacer con un pastor una vez se detecta que tiene un desorden narcisista? El tratamiento es escaso, casi inexistente. Lo que hay que hacer es marcarle muy bien el terreno y no dejarle que haga daño. O directamente expulsarle de cualquier cargo relevante.

"Los que tienen tendencias narcisistas moderadamente destructivas pueden operar bien con prácticas de organización adecuadas; sistemas de control, asesores, equipos de revisión por iguales y penas sociales y legales muy claras y anunciadas", explican Glenn Ball y Darrell Puls. Sólo el miedo al castigo y el estar bajo vigilancia y control constante y eficaz de un supervisor pueden lograr que algunos de estos narcisistas se comporten correctamente.

Las preguntas para detectar a un narcisista

Sea en el mundo laboral civil (incluyendo las escuelas u hospitales cristianos) o en el de la Nueva Evangelización, en la que pueden aparecer laicos o religiosos pidiendo el micrófono parroquial o un cargo para “hacer cosas por el Señor”, es importante detectar a los candidatos narcisistas.

Una forma es pedirles que escriban un texto que responda a estas preguntas: “¿Por qué deberíamos contratarte o trabajar contigo? ¿Cuáles son tus superpoderes, en qué cosas eres tan excelente que formas parte de un 5% mundial, cuáles son tus capacidades ninja? ¿Cuáles son tus debilidades? ¿Cómo definirías lo que para ti es el éxito?” Esas preguntas harán que el narcisista se suelte y exprese su deseo de reconocimiento, prestigio y poder.

Se le puede preguntar también: “Di algo que tú ves claramente y que casi nadie más puede ver ni está de acuerdo contigo”. Ahí se puede detectar su sentido de grandiosidad, aislamiento o incluso paranoia.

Glenn Ball y Darrell Puls insisten: la Iglesia tiene el deber de ofrecer líderes sanos, adecuados, para pastorear a los fieles. El pastor debe proteger a las ovejas, no entregarla a depredadores narcisistas. Su deber es detectarlos, no ser amable con los candidatos ni aceptar a cualquiera. Los títulos teológicos o académicos de un narcisista no sirven de nada: dañará igual a la Iglesia, alejará almas de Dios, quemará a otros sacerdotes, catequistas y religiosos buenos y en muchos casos hasta les quite su vocación.

Con un 33% de narcisistas graves ya detectados, no es un tema menor. “Puedes hacer un test a los candidatos, puedes pedir que un terapeuta con experiencia en narcisismo los entreviste, o puedes hacer ambas cosas, que es lo que recomendamos”, insisten Ball y Puls. No hacerlo puede llevar al desastre.

Cuando nadie rinde cuentas... el desastre

En realidad, ¿qué atrae a un narcisista al clero? Quizá lo mismo que a un abusador efebófilo o un estafador: la mala organización, es decir, el acceso a víctimas junto con una falta de verdaderos controles. La esposa (separada) de un pastor narcisista lo expresaba así en Let us Prey: “Creo que él se encuentra cómodo en la iglesia porque puede encontrar víctimas vulnerables, que no sospechan nada, para aprovecharse de ellas, y porque la iglesia es lenta en pedirle que rinda cuentas”.

Es hora de detectarlos y expulsarlos de donde hacen daño. Es deber de todos los cristianos, y especialmente de los pastores, colaborar en ello.

Y, para eso, la Iglesia necesita mecanismos que hagan rendir cuentas a sus responsables.

(Este artículo se publicó originariamente en ReL en septiembre de 2018)

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