Religión en Libertad

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Como no tenemos nada más precioso que el tiempo,

no hay mayor generosidad que perderlo

sin tenerlo en cuenta.

-Marcel Jouhandeau-


La famosa película del Oeste: «Los siete magníficos», nos presenta a un pueblo de campesinos mejicanos que están siendo constantemente saqueados por una banda de forajidos. Los vecinos del pueblo, cansados de tantos robos y vejaciones, tratan de contratar a unos pistoleros para que les liberen de aquellos ladrones. Cuando el jefe de los pistoleros les pregunta qué ofrecen a cambio, los campesinos le entregan una bolsa diciendo:


Es todo lo que tenemos, cuanto había de algún valor en el pueblo.

Y el pistolero «duro», se emociona ante ese gesto y comenta:

Me han ofrecido mucho por mi trabajo; pero nunca me habían ofrecido todo.


Es relativamente fácil dar cosas. Lo difícil es darnos nosotros mismos. Dar todo es darse. Y eso es lo meritorio y lo emocionante. Dar, puede dar cualquiera. Darse, sea a Dios o a otra persona, sólo es capaz de hacerlo el que está enamorado.

Dios se nos da, hasta dejarse comer. La única respuesta correcta debe tener ese mismo tono de totalidad: entrega total a su querer. Y es que, Dios no quiere mis cosas; Dios me quiere a mí.


Una vez, ante unos Reyes Magos que adoran al Niño en un Portal se me ocurrió ofrecer al Niño, como los Magos, dones que me imaginaba ricos y generosos. Así muchas veces y muchos días, pero no me parecía percibir ningún sentimiento, ningún gesto, ningún detalle del Niño agradeciendo mi generosidad.


Le pregunté y le pregunté si no le agradaban tantas ofrendas valiosas como yo le hacía. Y, por fin, sentí que me decía:

─ Quiero más el árbol que los ramos. Eres tú mismo el don que yo deseo.


Y es que, como en los SIETE MAGNÍFICOS, lo que conmueve a Dios, lo que conmueve a los demás es darnos a nosotros mismos; por eso uno de los gestos de mayor generosidad consiste en dar a otros, a Dios, lo que nunca podremos recuperar: nuestro tiempo.