Nacer del Agua y del Espíritu en el siglo de la incredulidad
Nacer del Agua y del Espíritu en el siglo de la incredulidad
En lectura del Evangelio de este miércoles 10 de abril, podemos escuchar un interesantísimo diálogo entre Nicodemo y Cristo. Cristo le dice a Nicodemo:
Quizás sea interesante preguntarnos si, como católicos, hemos nacido del Espíritu realmente o sólo aparentamos lo que todavía no somos. ¿Nos hemos convertido realmente?
Al ser humano le es muy complicado separarse de su entorno social. Las pautas sociales nos marcan nuestra forma de ser y vivir. En siglos pasados, cuando la sociedad era cristiana por decreto, las apariencias se guardaban con más cuidado para no ser señalado socialmente. Hoy no ocurre así. Más bien pasa lo contrario, evidenciar nuestra fe resulta contraproducente. Si no somos socialmente correctos, se nos margina de muchas formas. Algunas veces de forma sutil, otras de forma muy opresiva.
Nacer de nuevo y hacerlo del Agua y del Espíritu, representa un inmenso problema. Un problema que no tiene solución ideal y óptima. ¿Cómo describe Cristo a quien realmente ha nacido del Agua y del Espíritu? Nos dice: "El espíritu donde quiere sopla, y oyes su voz, más no sabes de dónde viene ni a dónde va: así es todo aquél que es nacido de Espíritu". Quien ha nacido del Espíritu nos resulta complejo de comprender. Es como la brisa, que sopla hacia dónde Dios le indica. No se ajusta a las convenciones y formas humanas. Trasciende y desconcierta. Hace sentir incómodos a los demás. San Agustín nos dice:
Agua, que transforma lo externo y aparente, que todos llevamos con nosotros. Nos transforma en hijos de Dios, Espíritu Santo, que limpia lo interior, trascendente y sagrado, que hay en cada uno de nosotros. Nos transforma en templos donde habita el Espíritu Santo (1Co 6, 19). Tal vez todo esto sea algo que hoy en día nos trae sin cuidado. Sobre todo cuando la religión se convierte en emotivismo social.
No perdamos la esperanza. La esperanza es la lámpara encendida que nos permite esperar a Cristo sin distraernos con entretenidos juegos del mundo. Cuando Cristo llegue, quien tenga aceite suficiente, será invitado al Banquete. ¿Y los demás? Leamos lo que nos dice el Evangelio. Dios nos ayude a tener aceite suficiente.