Religión en Libertad

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El sufrimiento del Señor en su pasión y su cruz fue un sufrimiento redentor y vicarial: por nosotros y en nuestro lugar; así fuimos salvados con el alto precio de la sangre del Cordero. Él, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, fue inmolado por nosotros.

La redención, motivo de la Encarnación del Verbo, se obró por la pasión y la cruz del Señor que miraba a nuestro bien. Pero hoy, en este tiempo, su sufrimiento es compartido también por los miembros de su Cuerpo; incluso algunos especialmente han sido elegidos para que, viviendo una existencia martirial de múltiples formas, completen en el presente la redención en favor de la totalidad del Cuerpo (cf. Col 1,24). Somos asociados todos, de una manera u otra, al sufrimiento redentor de Jesucristo. El cristiano también está llamado a participar de ese sufrimiento, vivido de manera redentora, expiatoria, ofrecida por todos. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña:

Éste es, en definitiva, el sentido último de aquella exhortación paulina que invitaba a ofrecer como hostia viva, santa, sacrificio racional (cf. Rm 12,1). El sufrimiento que abate la vida y la golpea cobra en Jesucristo un nuevo valor y un nuevo sentido para quien tiene que padecerlo: alcanza un sentido redentor si se ofrece, si se comparte con Cristo. En su pasión y cruz ha dado un sentido y un valor al sufrimiento personal.

Saber vivir y ofrecer el sufrimientoe s una gran lección, difícilmente aprendida, pero altmente fructuosa para la vida cristiana. Cuesta aprenderlo, pero una vez entendido su sentido, entonces se vive y se ofrece con otro tono y calidad, uniéndolo a Cristo y sabiendo que es útil en cualquier confín de la Iglesia, a cualquier hermano nuestro, en solidaridad con Jesucristo redentor. El problema del sentido del sufrimiento revela una nueva perspectiva cuando es iluminado por el sufrimiento de Cristo y su sentido redentor y vicarial.

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