Viernes, 26 de abril de 2024

Religión en Libertad

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¿Por qué Jesucristo nunca sale riéndose en las fotos?

por José Alberto Barrera

Ayer fui a ver La Última Cima y disfruté de lo lindo con la semblanza de Pablo Domínguez que Juan Manuel Cotelo tan providencialmente ha sabido plasmar en los ochenta minutos que dura el documental.

 

Todo lo que se ha dicho sobre el documental y la figura de Pablo es tanto y tan bueno que poco puedo añadir, aunque tampoco quiero limitarme a subscribir los elogios vertidos.

Al ver el film, todos los que conocimos a Pablo tenemos ganas de salir a la pantalla y decir, “¡yo también le conocí!” y contar alguna anécdota sobre su persona.

 En mi caso fue en la cafetería de la Facultad de Filología de la Complutense, donde fue por un tiempo capellán. Después pude verle de vez en cuando en la incipiente Santa María de Caná, mi parroquia, y ya estudiando teología en San Dámaso disfruté de sus clases de Lógica y Teoría del Conocimiento.

Cuando me enteré de su fallecimiento he de confesar que me revolví por dentro, fue una noticia de esas que le dejan a uno confundido quizás porque en el fondo, uno va perdiendo el desapego y la insolencia que da la juventud y empieza a darse cuenta de que sin la fe, sin Dios, todo es falible, finito y perecedero.

Lo curioso es que muy pronto esa confusión se tornó en el orgullo de celebrar la victoria y el paso por este mundo de un hermano en la fe quien, sin proponérselo, llegó a ser una referencia y una epifanía de Dios para todos los que le trataron.

Pero en el más genuino espíritu del documental, no se trata de hacer panegíricos, alabar a una persona y sus méritos, o tratar de convertir a los impíos.

Se trata de darle la gloria a Dios con todas sus letras, y simplemente gozarnos en El a través de la vida de Pablo, aprovechando el momento, sabiendo que vivir en este mundo son dos días, y mañana nos podemos ir al otro barrio, sin perder por ello la sonrisa.

Por eso nada más procedente que mostrarnos la figura de un sacerdote quien, entre silogismo y silogismo, se reía hasta de su sombra y veía en la vida de todos algo maravilloso.

En la Última Cima, Cotelo nos muestra un Pablo payaso, un Pablo de inagotable humor, con su ironía, su rapidez y su gozarse en toda la creación de Dios.

Y si este es el sacerdote, el otro Cristo, y su sentido del humor lo aprendió del Maestro, uno se pregunta por qué en nuestra iconografía y en nuestras representaciones religiosas no hay espacio también para un Cristo sonriente, relajado e incluso bromista.

Cristo, como Pablo, no tenía nada de arrugado, estreñido, vetusto y santurrón. Tenía 33 años y toda la vida por delante, y se lo pasaba de lo lindo por Galilea sanando enfermos, echando demonios y acogiendo a pecadores.

Vino a hacer algo serio, lo más serio que se puede hacer: la Redención. Pero sin perder la sonrisa por ello, ni dejar de traslucir ese gran humor de Dios, quien se complace en mostrar las cosas a los niños y a los sencillos, ocultándoselas a los sabios y pagados de sí mismos.

Viendo el documental uno se pregunta si no nos habremos pasado de solemnidad, de seriedad y boato, de gravedad  y afectación en la Iglesia, haciendo del cristianismo algo aburrido y estirado que causa bostezo y tedio en quienes lo  frecuentan.

La aventura de vivir y de creer es fascinante, y engendra humor, mucho humor. El mismo que tiene mi vecino cuando hablando de Pablo y de los que se fueron, me dice que “Dios se lleva a los buenos, y solo deja a la morralla aquí abajo”.

Pues va a ser que es verdad…si Pablo siendo sacerdote, decano, doctor en filosofía y mil cosas más, no tenía nada más importante que hacer a los 42 años que irse a subir montañas para despeñarse, dándole toda la gloria a Dios y así ganarse el Cielo, qué alegría más grande que su vida fructificara y se la llevara Dios en el mejor momento, para confusión de los que nos quedamos aquí con cosas más importantes y serias que hacer.

Allí se perdió un prometedor decano, un futurible obispo y un maestro de la filosofía, y se ganó un santo en el cielo que está gozando con Dios, para envidia nuestra, desvelándonos ya desde la otra vida el rostro más amable y simpático de Dios, que a buen seguro se sonríe con Pablo todos los días discutiendo de Lógica y Filosofía.

Gracias Juan Manuel Cotelo por recordarnos que se puede hablar de Dios haciendo algo fresco, divertido y a la vez profundamente verdadero, emocionante y provocativo.

Y por favor, hagamos más Cristos sonrientes y distendidos, con nuestras vidas, en nuestra iconografía, y en nuestras obras y palabras…ojalá Dios nos dé a todos un poquito del sentido del humor de Pablo.

 

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