Jueves, 10 de octubre de 2024

Religión en Libertad

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Al hilo de la actualidad eclesial…

Unidad. Basta de destrozarnos unos a otros.

por La divina proporción

Es terrible ver como los que conformamos la Iglesia somos incapaces de generar unidad en torno de nosotros. Cuando la unidad desparece, sólo nos queda soportar la soledad y sufrir la lejanía de los demás. Aunque la indiferencia sea una de las características de nuestra sociedad actual, la Iglesia sufre especialmente cuando las raíces de la fraternidad se secan entre nosotros. La unidad nace de la pluralidad cuando damos más importancia a lo que nos une, que a lo que nos diferencia. ¿Qué hacemos con lo que nos diferencia? Cada cual aporta sus dones para el bien de los demás. Lo que nos diferencia debería ser herramienta de unión.

Por desgracia, hoy en día damos más importancia a los dones particulares y despreciamos la caridad que une y sustenta.

En los Salmos a veces cantan muchos y a veces canta uno. Es para mostrar, en el primer caso, cómo la unidad se forma de la pluralidad, y en el segundo caso, cómo la pluralidad llega a formar la unidad. Por eso en la piscina sólo sanaba uno; otro cualquiera que bajase no sanaba. Este uno era símbolo de la unidad de la Iglesia. ¡Ay de aquellos que detestan la unidad y se dividen en partidos entre los hombres! Que presten atento oído a aquel que quería hacerlos a todos Uno, en Uno y para Uno; que presten oído atento a sus palabras: No os hagáis muchos. Yo planté y Apolo regó, mas es Dios el que da el crecimiento. Y ni el que planta es algo ni es algo el que riega, sino Dios, que es el que da el crecimiento. Decían ellos: Yo soy de Pablo, yo de Apolo y yo de Cefas; y él: ¿Es que Jesucristo está dividido? Permaneced siendo en Uno, sed una sola cosa, sed Uno: Nadie subió al cielo sino el que bajó del ciclo. Mira que queremos ser tuyos, decían a Pablo. Y él: No quiero que seáis de Pablo, sino sed de Aquel de quien es Pablo con vosotros. (San Agustín. Tratado sobre el Evangelio de San Juan. 12, 11)

La unidad es algo esencial para todo cristiano, ya que conformamos el Cuerpo místico de Cristo. Cuerpo que sólo tiene sentido cuando la cabeza, Cristo, es centro y vínculo de unión entre todos nosotros. Para San Agustín, el Cuerpo Místico de Cristo es capaz de superar cualquier tendencia a la separación de sus miembros, ya que los sacramentos nos unen. Nos unen a cada uno de nosotros con Cristo y también nos unen entre nosotros. Sin sacramentos, es decir, sin Misterios, sin trascendencia, sin sacralidad, somos poco más que un gran club de personas. El gran pecado de la separación nace de la semilla de la soberbia y la autosuficiencia. Creer que no necesitamos a los demás y que los demás no nos necesitan a nosotros, es algo terrible. Por desgracia, basa mirar la inmensa mayoría de los portales y publicaciones  católicas. En estos medios, la actualidad eclesial se centra en consolidad el “partido” de sus preferencias. Un partido que se proclama autosuficiente y rechaza la necesidad de los demás partidos eclesiales.

Cuando no nos reunimos en Nombre de Cristo, abrimos la puerta para el maligno se haga el dueño de nuestros sentimientos y voluntad

Las Torres que construimos para llegar a Dios nos señalan los peligros de encerrarnos y crear guetos de poder e influencia. Guetos que conforman la base de los partidos eclesiales. Pero no tenemos que desesperar, Pentecostés nos señala que existe esperanza para que la unidad se abra paso. Una  esperanza ligada al Espíritu Santo. La túnica de Cristo, que no fue rasgada, también señala que aquello que une y reúne, es capaz de sobrevivir incluso a la mayor traición en la historia de la humanidad. San Agustín no deja de llamar y convocar a la unidad a los cristianos de su tiempo. Los convocaba a conformar el Cuerpo Místico, que hace presente a Cristo en el mundo. Los grupos cismáticos siempre han existido y las divisiones siempre nos han hecho sufrir, pero actualmente el odio entre hermanos es aún más doloroso. ¿Por qué es más doloroso? Porque disponemos de maravillosos medios de comunicación y herramientas colaborativas. Tanta potencialidad de unidad, desperdiciada por nuestra soberbia. Como toda herramienta, es posible utilizarla para el bien o para el mal. Es terrible ver como los medios y las herramientas de comunicación son utilizadas para maltratar al hermano y alejarlo de nosotros.

Aquí no se salva nadie, porque la postmodernidad impregna nuestra humanidad de extremo a extremo.

¿Jesucristo está dividido? No es posible. Entonces ¿Por qué hemos creado tantas particularizaciones del mismo y único Logos eterno? La túnica de Cristo estaba tejida sin costura alguna. ¿Cuántos abismos existen entre nosotros? ¿Cuánto dolor almacenamos en nuestro corazón? ¿Cómo curar tantas heridas que portamos en nuestra piel? No es sencillo porque, tendemos a escondernos para no afrontar lo evidente. En los momentos que necesitamos aparentar, es más cómodo actuar para que parezca que exista unidad y colaboración. Dicho de forma directa, nos atenazan y destrozan los simulacros.

Los simulacros destrozan los símbolos y sin símbolos, lo sagrado queda en apariencias y preceptos humanos.

Me temo que mientras existan cientos de Torres de Babel donde escondernos y aparentar, la unidad seguirá siendo un simple simulacro que nos justifica ante los demás. Mientras nos escondamos en la complicidad, el silencio, sin aceptar los errores propios, estaremos condenando la unidad. ¿Dejamos de actuar y empezamos a amar? Sólo lo puede la caridad de Dios que nos ofrece el Espíritu Santo. Necesitamos la Fraternidad del Divino Paráclito, del Espíritu Santo. Una unidad que conforte y nos haga olvidar el dolor que nos impide acercarnos unos a otros.

La unidad nos junta para que podamos ser sus miembros; y la unidad es realizada por la caridad. ¿Y cuál es la fuente de la caridad? Pregúntalo al Apóstol: La caridad de Dios, dice, es difundida en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado. Luego es el Espíritu quien vivifica, porque el Espíritu es quien hace que los miembros tengan vida. El Espíritu sólo da vida a los miembros que encuentra unidos al cuerpo, que informa y vivifica. Porque el espíritu que existe en ti, ¡oh hombre!, y por el que eres hombre, ¿vivifica, por ventura, los miembros que del cuerpo están separados? Yo llamo espíritu tuyo a tu alma; y tu alma sólo vivifica los miembros que están unidos con tu cuerpo. Si separas uno, ya no es vivificado por tu alma, porque ya no forma parte de la unidad de tu cuerpo. Se dicen estas cosas para que nos enamoremos de la unidad y temamos la división. Nada debe ser tan temible al cristiano como el separarse del cuerpo de Cristo, porque, si se separa del cuerpo de Cristo, ya no es miembro suyo; y si no es miembro suyo, no vive de su Espíritu. (San Agustín. Tratado sobre el Evangelio de San Juan. 27, 6)

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