Viernes, 04 de octubre de 2024

Religión en Libertad

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Reflexionando sobre el Evangelio

El que coma de este pan vivirá eternamente

por La divina proporción

La Eucaristía en el sacramento de la unidad. La Eucaristía nos llama a encontrar todo lo que nos une, ya que en Cristo todos somos cuerpo eclesial. Pero la ansiada unidad se ensombrece por la diversidad de realidades que cada uno de nosotros llevamos con nosotros. La unidad no parte de una realidad sociocultural que repetimos por costumbre. Comer y beber algo mágico que nos convierte en lo que no somos. La Gracia de Dios no es una fuerza mágica que obra por encima de nuestra libertad humana. La Gracia de Dios necesita de nuestra docilidad para unirnos y reunirnos en Cristo. ¿Entonces qué nos pasa? ¿Qué hace que andemos separados y en continua pugna unos contra otros? Leamos lo que nos indica San Agustín:

El que vive unido con su cuerpo -esto es, en unión con los miembros cristianos, de cuyo cuerpo suelen participar todos los fieles que se acercan al altar-, ése puede propiamente decirse que come el cuerpo y bebe la sangre de Jesucristo. Por esto los herejes y los cismáticos, que están separados de la unidad del cuerpo, pueden recibir este sacramento, pero no les aprovecha, antes al contrario, les perjudica, porque son considerados como más pecadores y hay más dificultad para perdonarlos. (San Agustín De civ. Dei. 22, 19)

¿Por qué la Gracia recibida en la Eucaristía no genera la unidad de corazón entre todos nosotros? San Agustín habla directamente de quienes aceden a los sacramentos desde la soberbia y el distanciamiento con sus hermanos. ¿Qué nos dice Cristo sobre acercarnos a los sacramentos sin estar en paz con nuestros hermanos?

…deja tu ofrenda allí delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. (Mt 5, 24)

Seguro que todos tenemos razones de peso para sentirnos lejos de algunos de nuestros hermanos. Razones, que pueden ser lógicas, razonables y evidentes. Nadie quita que haya entre nosotros diferencias muy complicadas de resolver mediante nuestras escasas fuerzas humanas. Por ejemplo, ¿Cómo sentirnos en paz y unidad con quienes no creen en la presencia real de Cristo en las especies consagradas? ¿Cómo sentirnos unidos con quienes ven a Cristo como un líder humano y no como al Hijo de Dios? ¿Cómo sentirnos cercanos a quienes quieren una Iglesia basada en activismos y apariencias socio-culturales, mientras nosotros buscamos la sustancialidad de lo sagrado?

No hay duda. El maligno ha hecho su trabajo muy bien. Ha sabido separarnos utilizando sutilezas y sensibilidades. Diferencias que si se potencian, terminan siendo abismos sin fondo. La pregunta que nos deberíamos hacer es ¿Cuál es nuestra actitud cuando vemos que las grietas eclesiales se va convirtiendo en inmensos cañones? ¿Cómo vamos a acercarnos a quien busca a Dios de forma tan diferente a nosotros? Miremos en nuestro interior. Lo que encontramos siempre es dolor. Dolor que ha propiciado separarnos y nos impide encontrarnos y dialogar.

¿Qué pasa cuando creemos que todo parte de nuestras fuerzas humanas, conocimiento y emotividad? La soberbia genera más soberbia y el dolor, genera más dolor. La lejanía, produce más separación. Una vez separados, sólo la Gracia de Dios puede volvernos a unir. ¿Qué nos dice Cristo en el Evangelio de hoy? Leamos lo que nos dice San Agustín:

Quiere que se entienda por esta comida y esta bebida, la unión que hay entre su cuerpo y sus miembros, como es la Iglesia en sus predestinados, en los llamados, en los justificados, en los santos glorificados y en sus fieles. Este sacramento (esto es, la unidad del cuerpo y la sangre de Jesucristo), que en algunos lugares se prepara todos los días en la mesa del Señor y en otros, sólo de tiempo en tiempo y se recibe de la mesa del Señor, para unos es vida, para otros condenación. (San Agustín In Ioannem tract., 26)

Sin duda alguna, nuestra tibieza y desinterés por lo sagrado, nos está llevando a la condenación. Condenados a vivir de espaldas unos de otros porque no encontramos nada humano que nos una y sí encontramos mucho humano que nos produce dolor. Condenados a mirar con resentimiento y temor a quien vemos que intenta cambiar nuestra fe. Cambiar la fe de forma, algunas veces, nada amable. La lejanía se convierte en el “mal menor” y el mejor de los caldos de cultivo de cismas.

Estimado lector, quizás espere que aporte algo de luz a la forma de salir de este círculo vicioso. Humildemente tengo que confesar que sólo sé que para salir de esto necesitamos conversión personal. Necesitamos centrarnos en Cristo y sólo en Cristo. Sólo Él tiene palabras de vida eterna. Nadie, si siguiera el Papa, puede ser un segundo salvador. La Tradición es el cimiento sobre el que peregrinamos en este mundo desde el siglo I. ¿Por qué olvidarla o manipularla para que se adapte a nuestra ideología? Como indicó con clarividencia Benedicto XVI: “El Papa no es un soberano absoluto, cuyo pensamiento y voluntad son ley. Al contrario: el ministerio del Papa es garantía de la obediencia a Cristo y a su Palabra. No debe proclamar sus propias ideas, sino vincularse constantemente a sí mismo y la Iglesia a la obediencia a la Palabra de Dios, frente a todos los intentos de adaptación y alteración, así como frente a todo oportunismo.

Seamos conscientes que la pléyade de segundos salvadores que padecemos, no nos ayudan demasiado a encontrarnos y acercarnos. ¿Podríamos despojarnos de la carga que nos hacen pesar sobre nuestros hombros? Porque sólo la carga de Cristo es ligera  y Su yugo es suave (Mt 11,30). ¿Podríamos desmontar tantas Torres de Babel, que no nos ayudan a llegar a Dios? Pero todo esto es imposible con nuestras limitadas fuerzas humanas. Sólo el Señor sabe el tiempo y la forma en que amainará la tormenta (Mc 4:35-40). Aunque nos parece que duerme, está atento a nuestra debilidad. No perdamos la esperanza, porque Cristo nos prometió que estaría siempre con nosotros.

He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20)

¿Qué hacer entonces? Orar, buscar la santidad y esperar llenos de esperanza. No mirar a nuestros hermanos con resentimiento. ¿En nombre de quien nos reunimos? ¿En el nombre de una asociación, movimiento, sensibilidad, patrono, actividad, expectativas personales, aspectos sociales, etc? No creo que por ahí consigamos nada. Cristo nos deja las cosas muy claras:

 

Porque donde están dos o tres reunidos en mi Nombre, allí estoy yo en medio de ellos. (Mt 18, 20)

Yo soy la Vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de Mí nada podéis hacer. (Jn 15, 5)

Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.(Mt 16, 24)

 

¿A qué esperamos para seguir las palabras de Cristo?

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