Domingo, 28 de abril de 2024

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Nueva Evangelización

Y vosotros ¿Quién decís que soy Yo?

Y vosotros ¿Quién decís que soy Yo?
— Y vosotros ¿Quién decís que soy Yo? —

por La divina proporción

El pasado domingo (27-08-23) se leyó un Evangelio del que podemos sacar lecciones muy profundas. "Y vosotros, ¿Quién decís que soy Yo?". He leído diversas interpretaciones y escuchado algún sermón sobre este Evangelio. Me ha gustado mucho la propuesta del Card. Raniero Cantalamessa que ha sido publicada en ReL. ¿Por qué me ha gustado? El Card. Raniero señala lo esencial de esta lectura: la divinidad del Señor:

Así es el edificio de la fe cristiana, y ese punto neurálgico es la divinidad de Jesucristo. Pero dejemos las respuestas de la gente y vayamos a los no creyentes. No basta con creer en la divinidad de Cristo, es necesario también testimoniarla. Quien lo conoce y no da testimonio de esta fe, sino que la esconde, es más responsable ante Dios que el que no tiene esa fe. (Card. Raniero Cantalamessa)

¿Conocemos la divinidad de Cristo? ¿Damos testimonio de ella en nuestra vida? Cristo sabe que es necesario que demos testimonio de la fe, la confianza, la certeza y el conocimiento de Su divinidad. ¿Por qué? Porque dar testimonio conlleva tenerlo en nosotros y hacerlo presente en nuestra vida. Para dar testimonio, tenemos que llevar con nosotros las Semillas del Reino. Conviene preguntarnos de quién damos testimonio. Las gentes del tiempo de Cristo lo relacionaban con profetas diversos. Esto evidencia que tenían una imagen inadecuada del Señor. ¿Qué imagen damos hoy del Señor?

Hoy en día está de moda quedarnos con caricaturas del Señor más o menos afortunadas. ¿Qué es una caricatura? Una caricatura es una representación de una persona en la que se exageran y distorsionan los rasgos físicos y la forma de ser del retratado. Toda caricatura tiene como modelo algo diferente a la persona que se retrata. Si realmente fuese una imagen verdadera, no sería una caricatura, sino un icono. Por medio de un icono (imagen y semejanza) todos reconoceríamos sin dudarlo al Señor y nos arrodillaríamos ante Él. Ojo no nos arrodillamos ante la imagen, sino ante el Señor, que está representado en la imagen. El modelo de las caricaturas siempre se basa en una distorsión ideológica. El objetivo de la caricatura es transmitir lo que "no es" esa persona. ¿Para qué pintar una caricatura? Lo hacemos con fines críticos, cómicos o para vender algo que nos interesa que nos compren.

Cristo quería que los apóstoles se abrieran al Espíritu Santo y su respuesta fuese la Verdad. ¿Por qué? Porque cuando uno hace suya la Verdad empieza el camino de la conversión. Mientras sólo tengamos caricaturas, conjeturas o idealizaciones, no cambiará nuestra vida. La evangelización tiene mucho que ver con esto. La razón es muy evidente. Evangelizar es comunicar la Verdad, no caricaturas y adaptaciones bien vistas por la sociedad. 

Si hablamos de Nueva Evangelización, se corre el riesgo de caricaturizar para "vender" aquello que nos interesa que nos compren. Por eso hay tantos "jesuses históricos" como interesados vendedores de caricaturas. Es frecuente sorprendemos de lo poco efectiva que es la evangelización en nuestros días. Ante la sorpresa hay dos actitudes: 1) encogernos de hombros y seguir a lo nuestro, 2) desanimarnos. Rara vez encontramos quien señala el problema principal: adaptamos la Verdad a lo que es aceptable y bien visto. Al final, la caricatura es un cascarón vacío, no la Semilla del Reino. La caricatura no germina y tampoco da frutos abundantes. Los contemporáneos de Jesús temían verlo como el Mesías. ¿Por qué? Porque esto los llevaría a enfrentarse al poder social del momento. Mejor dejarlo como un profeta más entre cientos de ellos.

Después Cristo les preguntó a los apóstoles ¿Y vosotros quién decís que soy Yo? No lo hizo para que la creatividad subjetiva y emotiva se reflejara. Quería que abrieran su ser al Espíritu Santo y que su boca diera testimonio de la Verdad. Se lo preguntó para que fuesen conscientes de sus dudas y limitaciones humanas. Quería que abrieran la puerta al Espíritu. Me gusta recordar un versículo del mensaje a la Iglesia de Laodicea:

He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo. Al vencedor, le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono. (Ap 3, 20-21)

Pedro abrió la puerta y el Espíritu entró en él. Llenó su ser de sentido y le dio las palabras adecuadas para dar testimonio de la Verdad. Nosotros, tristemente, preferimos que las respuestas sean creativas y profundamente subjetivas. Nos parece que son más "auténticas". Nos parece más auténtica la invención emotivista, que la Verdad se haga presente en nosotros. Seguramente se objetará que es muy fácil repetir palabras para quedar bien. El oficio de papagayos siempre ha sido bien remunerado. Es cierto. Lo fácil es repetir lo que Pedro indicó. Lo imposible, para él ser humano, es tomar consciencia por medio del Espíritu Santo y poder dar testimonio de la divinidad de Cristo en una sociedad que desprecia todo lo que no se compra, se vende y da beneficios económicos o sociales.

Entonces, ¿Quién podrá salvarse? Pero Jesús, mirándolos, les dijo: Para los hombres eso es imposible, pero para Dios todo es posible. (Mt 19, 25-26)

Lo que las fuerzas del ser humano no son capaces de obtener, lo puede ofrecer Dios mismo. La pregunta que ahora nos podríamos hacer es ¿Realmente hemos abierto la puerta al Espíritu Santo y le hemos invitado a entrar? Porque sólo podemos lanzar la Semilla del Reino si la tenemos en nosotros. Si lanzamos otras cosas, simplemente, nada germinará y crecerá cizaña. 

Todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis. No todo el que me dice: "Señor, Señor", entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la Voluntad de mi Padre que está en los Cielos. (Mt 7, 19-21)

Los frutos que recogemos evidencian la calidad de la Semilla del Reino que lanzamos. ¿Quiere decir esto que hay que conseguir convertir a cien mil personas al día? Nada de eso, la cantidad no es lo importante. En la parábola del "Banquete de Boda" leemos que se pusieron a sirvientes en los cruces de caminos. Ahí informaban e invitaban al banquete. Muchos son los llamados, pero pocos son los que abren la puerta al Espíritu Santo. Pocos son los que permiten ser elegidos para llevar la Semilla del Reino en ellos.

... dijo a sus siervos: La boda está preparada, pero los que fueron invitados no eran dignos. Id, por tanto, a las salidas de los caminos, e invitad a las bodas a cuantos encontréis.  aquellos siervos salieron por los caminos, y reunieron a todos los que encontraron, tanto malos como buenos; y el salón de bodas se llenó de comensales. (Mt 22, 8-10)

Si lo cantidad de conversiones no es lo importante ¿Qué es el fruto del árbol que Dios espera? Nuestra conversión, nuestra transformación en dóciles herramientas para las manos de Dios. Más o menos lo que Pedro evidenció claramente en el Evangelio.

¿Quiénes son los siervos a los que Dios encomienda la misión de invitar al Banquete? Es evidente, somos nosotros. ¿Nosotros? ¡Pero si no tenemos Semilla del Reino que lanzar! ¿No debería empezar a evangelizar a los pocos fieles que no hemos abandonado la Iglesia? ¿Qué es lo que Dios nos pide que realicemos? Nos pide evangelizar, es decir, señalar a Cristo como el sentido de todo y todos. La "Nueva Evangelización" la propuso Juan Pablo II como una misión universal. Una misión en la que todos debemos participar. Benedicto XVI, convocó un sínodo de obispos con el título: “La Nueva Evangelización para la transmisión de la fe”. ¿A qué esperamos? Es nuestro turno:

— Y vosotros ¿Quién decís que soy Yo? 

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